¿Hipertexto sin medios electrónicos?

Puede parecernos que la noción de hipertexto es absolutamente novedosa, y que sería imposible haberla desarrollado sin los medios digitales, pero el hecho es que mucho antes del primer ordenador o de las intuiciones de figuras de la posmodernidad como Barthes o Foucault aparecen conceptos similares. De hecho, algo tan usual y tan antiguo como un diccionario no es más que un sistema de referencias hipertextuales combinado con el orden alfabético, ya que las entradas no son sino colecciones de (virtuales) enlaces que hacen referencia, infinitamente, a otros lugares del texto. Probablemente esa sea una de las razones por las que diccionarios y enciclopedias se han aclimatado tan bien a los nuevos medios. Pero de hecho la mayoría de las aplicaciones más destacadas del método hipertextual antes de la revolución digital se han dado en la literatura.

Rayuela, novela hipertextual

La novela Rayuela, de Julio Cortázar, es un ejemplo claro de una aplicación del hipertexto a la literatura antes de que este concepto fuera formulado en su vertiente tecnológica (la novela fue publicada en 1963). La técnica básica de la novela es bastante conocida: se divide en dos partes, y la segunda es calificada como "Capítulos prescindibles". Éstos son una colección heterogénea, que puede estar formada por una narración, reflexiones, citas, versos, recortes de periódico, etc. de la longitud más variada, que puede ir desde dos líneas a treinta páginas. Estas unidades, cuya conexión entre sí no es ni mucho menos evidente, corresponden a lo que Barthes denomina lexias. El autor invita a leer la novela de dos formas: ir del capítulo 1 al 56 de forma tradicional, es decir, consecutiva, o bien ir saltando según las conexiones (¿hipertextuales?) sugeridas en el "Tablero de dirección". Sin embargo, estas dos posibilidades no agotan las conexiones posibles o deseables; el autor da a entender que hay muchas más lecturas y posibles órdenes, que el lector puede elegir libremente: "A su manera éste libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros" (Tablero de dirección).

El escritor Morelli, alter ego de Cortázar y uno de los personajes que más aparecen en los "Capítulos prescindibles" lo dice aún más claramente:

Morelli es un artista que tiene una idea especial del arte, consistente más que nada en echar abajo las formas usuales, cosa corriente en todo buen artista. Por ejemplo, le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra... Cuando leo a Morelli tengo la impresión de que busca una interacción menos mecánica, menos causal de los elementos que maneja; se siente que lo ya escrito condiciona apenas lo que está escribiendo (99)

Morelli, enfermo en un hospital, pide al protagonista y a sus amigos que recojan sus cuadernos y los entreguen a un editor. Sus comentarios apuntan burlonamente a la interconexión entre sus distintos fragmentos, entre las lexias, y a la absoluta libertad de ordenación que debería presidirlos; no otra cosa es el hipertexto.

- Se va a armar un lío bárbaro - dijo Oliveira.
- No, es menos difícil de lo que parece. Las carpetas los ayudarán, hay un sistema de colores, de números y de letras. Se comprende enseguida. Por ejemplo, este cuadernillo va a la carpeta azul, a una parte que yo llamo el mar, pero eso es al margen, un juego para entenderme mejor. Número 52: no hay más que ponerlo en su lugar, entre el 51 y el 53. Numeración arábiga, la cosa más fácil del mundo.[...]
- Póngale que mentemos la pata - dijo Oliveira- y que le armemos una confusión fenomenal. En el primer tomo había una complicación terrible, éste y yo hemos discutido horas sobre si no se habrían equivocado al imprimir los textos.
- Ninguna importancia - dijo Morelli-. Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. Liber Fulguralis, hojas mánticas, y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto.(154)

Ciertos artistas y pensadores consideran a la World Wide Web como una inmensa obra de arte colectiva, un universo interconectado que crece de forma casi orgánica. Las ideas de Cortázar en Rayuela pueden apuntar en una dirección similar. La red sería un inmenso juego eterno, un complicado ajedrez en el que no hay centro, o bien el centro cambia a cada momento. Otra vez Morelli...

-¿Es cierto que hay un ajedrez indio con sesenta piezas de cada lado?
- Es postulable - dijo Oliveira-. La partida infinita.
- Gana el que conquista el centro. Desde ahí se dominan todas las posibilidades, y no tiene sentido que el adversario se empeñe en seguir jugando. Pero el centro podría estar en una casilla lateral, o fuera del tablero.
- O en un bolsillo del chaleco.(154)

Los únicos elementos conectados con el mecanismo del "Tablero de dirección" y la numeración de los capítulos son fragmentos de texto, pero tengo la sensación de que si Cortázar hubiera dispuesto de tecnologías como el HTML, que permite romper las barreras puramente textuales e insertar elementos en otros medios, no le hubiera importado conectar algunos fragmentos de su obra con, digamos, un solo de Charlie Parker, un Lied de Hugo Wolf, un cuadro de Klee o un blues de Bessie Smith...

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