Marcela Arana Moré
Mi caserío


Mi abuela Marcela Arana Moré (la niña con el traje a cuadros de la foto) dictó estas memorias a mi madre, Mercedes Ibabe Arana, hace ya más de treinta años. Hoy las copio en mi web. He mantenido la ortografía castellanizante, habitual en la época.

La familia Arana Moré hacia 1903

Hace 85 años vine a este mundo en el caserío y txakolí llamado Etxerre, en la villa de Bilbao, anteiglesia de Abando. Mis padres tenían ya cinco hijos varones y mi llegada fue muy celebrada; querían ponerme un nombre precioso, singular, y después de muchas consultas y debates optaron por llamarme Marcela, ya que su significado corresponde a mar y cielo. ¿Hay algo más hermoso y admirable? Según otros autores puede ser también amor y celos: esto ya es solamente hermoso a medias.

Pues bien, lógicamente a mi edad he perdido memoria, pero, en lo referente al caserío y a los años felices de mi infancia vividos allí, todos los recuerdos se encuentran semidormidos en mi corazón, dispuestos a despertarse rápidamente en cualquier momento propicio para perfilarse nítidos y vivos en mi mente.

Para mí, Etxerre era maravilloso, incomparable, inmenso, alegre, florido, fértil, acogedor, verde y querido por todos.

Etxerre significa "casa quemada"; tengo entendido que este nombre le venía por haberse quemado un par de veces antes de nacer yo. Allí acudía muchísima gente a merendar, comer o cenar; también para celebrar algunas fiestas, bodas, banquetes, etc., pues tenía fama por sus buenos guisos y su txakolí.

Localización del caserío EtxerreEstaba situado en las calles Henao n.º 32, Alameda de Recalde n.º 17 y Espartero n.º 17 (hoy calle Juan de Ajuriaguerra). Se podía entrar por las tres calles, pero la casa estaba situada más bien hacia el centro, era muy grande y sólida: planta baja, piso y camarote, con una bonita fachada a la calle Henao con dos hermosos balcones en el primer piso, uno en la sala y otro en una gran habitación donde también se reunía gente a merendar. Las entradas eran también por los lados de Henao y Espartero; en esos lados había ventanas en el primer piso, tejavanas y una ventana en el bajo.

Por el lado de la calle Henao, a la entrada, teníamos tres piezas de patatas y luego viñedos: parras y parras. Seguido estaba la cuadra: teníamos 8 vacas y un burro, también un cerdo. Teníamos un hermoso e inteligente perro al que llamábamos el Chato. Por esta cuadra se podía pasar directamente a la cocina, pues ésta tenía dos entradas, una hermosa por la calle Espartero y otra a través de la cuadra.

Cerca de la cuadra, por la calle Henao, había una tejavana bajo las ventanas de las habitaciones. En esta tejavana se guardaba el carbón (más de una tonelada de sacos de carbón de madera) y la leña. También había baldas de madera y más arriba alambres para las gallinas, que teníamos bastantes. El lavadero estaba cerca de la cuadra. En él se lavaba la ropa con cenizas, en una especie de tejavana grande, donde también se guardaba la hierba para el ganado: fardos de paja.

Por el lado de Alameda de Recalde estaba una gran tejavana con dos mesas grandes y largas, y tres o cuatro pequeñas. Después, huertas y muchos perales, entre los que también pusieron algunas mesas. Por este lado hicieron otra bodega donde guardábamos todo el txakolí, el que hacíamos en casa y el que se compraba en Bakio. El que hacíamos en nuestro lagar lo apreciábamos más, tal vez por disponer de menor cantidad que el que nos traían de Bakio. El vino se traía en pellejos.

En Espartero había, aparte de mesas, juegos de la rana. También pusieron juegos de rana y mesas para merendar en un delantero que hicieron cerca de la cocina, con tejadillo de ladrillo y suelo de hormigón. Había más mesas cerca de la bodega y dentro de ella: tres mesas grandes y largas. Cerca del patín estaban los urinarios. Desde el patín hasta la casa había una altura grande con rosas y flores. Detrás de esta altura había un sitio donde se guardaban los aperos de labranza y junto a éste, el lagar.

La cocina era muy grande. En el centro había una chapa grande y hermosa siempre con cantidad de cazuelas, pues se guisaba mucho, y al otro lado, cerca de la ventana, dos hornillos para carbón de madera. Por esta ventana, que daba a la calle Henao, veíamos venir a la gente. Aunque el número del caserío estaba en Henao, la entrada más bonita y directa estaba por Espartero. Junto a la cocina estaba una hermosa despensa con unos ganchos donde solían estar coIgados jamones y chorizos, y una aceitera grande. Recuerdo que traíamos el aceite de Abaitua, de la calle Bidebarrieta. Arriba de Abaitua estaba el Centro Vasco, donde solía yo acudir para ensayar obras de teatro que luego representábamos en el Teatro Campos.

El txakolí era muy alegre y animado, pues siempre estaba lleno de gente. Arriba, en la planta, había dormitorios y una sala con un piano. Allí, en el año 1903, se fundó el Orfeón La Alegría del Ensanche, cuyo director y pianista era Munain. En esa sala se reunía el Orfeón, pero, cuando dejamos el caserío, se trasladó a la calle Colón de Larreátegui, a un restaurante al lado de la Plaza del Ensanche; tomaron entonces el nombre de La Coral del Ensanche.

Extensión aproximada de los terrenos de EtxerreEn las calles Espartero, Alameda de Recalde, Barraincúa, Lersundi y hasta Iparraguirre, que seguía de aquí un jaro que iba hasta Olaveaga (todavía no estaba diseñado el Parque del Ensanche), estaban nuestras huertas. Había un lavadero municipal en Barraincúa y allí, al lado del lavadero, teníamos muchas higueras que daban unos higos blancos, rojos y morados de exquisito gusto, dulces y muy apreciados, pero eran tan codiciados que la mayor parte nos los robaban. Estas higueras llegaban hasta el fondo de Espartero n.º 2, casa de Orbegozo.

En estas huertas había gran variedad de cosas, de acuerdo con la estación del año: zanahorias, berzas, coliflores, apios, fresas, arbejillas, acelgas, pimientos, tomates, vainas, alubias, puerros, habas, cardos, rábanos, coles de bruselas, cebollas, ajos, calabacines, hasta berros (que no los había en ningún otro sitio de por allí), todo ello muy apreciado en el mercado del Ensanche, pues tenía nombre el género del caserío de Etxerre, que nuestro burro llevaba a la plaza en dos grandes cestos que se le ponían como alforjas. También vendíamos txakolí, vino y leche.

Teníamos muchos y buenos clientes de leche, y como caso curioso puedo citar el de D. Eliseo Migoya, que tenía una niña enferma a la que el médico mandó que tomara leche de cabra; el Sr. Migoya compró una cabra y nos la trajo para que la tuviésemos nosotros en el caserío, así que le llevábamos a este señor leche de vaca para la familia y la de cabra para su hija.

En Iparraguirre n.º 35 (ahora son números pares y los primeros en vez de los últimos) hicieron la Cooperativa Eléctrica. Trabajaba aquí Aniceto Bertol, casado con mi prima Pepita Garrastazu, de Deusto, y padre del futbolista Roberto Bertol. Recuerdo que el ingeniero era el Sr. Malo de Molina. A nosotros nos dieron unas acciones. Más tarde, Iberduero se quedó con esta Cooperativa –o fábrica de la luz como la llamaban– y construyó ahí casas para sus empleados.

En las casas que ya estaban construidas en la calle de Los Heros, recuerdo que vivía D. Indalecio Prieto.

Debo hacer mención especial del perro Chato, que era tan inteligente como una persona. Nos cuidaba muy bien la casa, especialmente por las noches, y no permitía a nadie la entrada, de no ser de casa. Únicamente le dejaba pasar tranquilamente a Jamba, que era un pobre hombre gracioso y popular, que solía dormir entre los fardos de paja. Cuando murió mi padre, nos costó separar al Chato de su féretro y se pasó la noche aullando o llorando. Lo grande fue que le acompañó y siguió hasta el cementerio de Derio, y supo volver, desde allí, él solo, hasta el caserío.

Era mi padre un hombre tranquilo, al que le gustaba disfrutar de las cosas buenas de la vida, de los deportes y de la música; también le gustaba acudir y celebrar bien todas las fiestas: San Vicente, en Abando; San Isidro, yendo a Madrid; San Fermín, a Pamplona; San Mateo, a Logroño; San Roque, la Virgen del Carmen, etc. También recuerdo un viaje que hicieron mis padres a Barcelona, donde le sacaron a mi madre una bonita fotografía con pañuelo en la cabeza.

La familia aumentó y ya éramos nueve hermanos. Después de mi nacimiento siguieron el de Petra, Amparo y Francisco: vivíamos felices.

Un hermano mío, que por motivos de trabajo estaba relacionado con el Marqués de la Rodriga y hacía viajes a Madrid frecuentemente, solía llevar de vez en cuando cazuelas de bacalao a la vizcaina que se preparaban en el caserío de forma magistral, y que solían degustar entre sus amigos; el propio Rey Alfonso XIII comió en un par de ocasiones de estas cazuelas y creo que, como decía el Marqués de la Rodriga, se chupaba los dedos.

Tan famoso como el bacalao a la vizcaina era el bacalao al pil-pil que se preparaba en el caserío, que se hacía con bacaladas muy delgadas que se llamaba bacalao langa y que se compraba en los almacenes de Basterra, en Uribitarte, y era el bacalao más fino y mejor que venía a Bilbao.

En más de una ocasión, hacia los años 40 al 50, yo tuve el deseo de montar una pequeña fábrica de enlatados de bacalao a la vizcaina de la forma en que lo preparábamos en el txakolí, con ilusión de darlo a conocer al mundo entero. Pensaba que sería bien aceptado por el público, porque es un plato exquisito que no lo he degustado en ningún sitio tan rico, y cuya receta conozco por mi madre.

Hacia el año 1910, recuerdo bien que se anunció muchísimo una gran proeza que iba a realizar un aviador francés: un vuelo sorprendente, nada menos que desde la Campa de los Ingleses hasta San Sebastián. Acudió muchísima gente a presenciar el espectáculo, pues fue un Domingo de Ramos e hizo un día precioso, pero la gran sorpresa fue que solamente llegó… ¡hasta los jardines de la Misericordia! Aquel día fue apoteósico para el txakolí, pues acudió tanta gente que acabaron con todos los comestibles y las reservas que teníamos.

También había en aquellos tiempos otros hermosos caseríos por nuestro querido Bilbao antiguo. Recuerdo varios:

Enfrente del caserío Rekakoetxe estaba el Circo del Ensanche, de triste memoria, porque en el incendio que lo destruyó murieron muchas personas conocidas. Por cierto que en un principio pensaron que yo también había asistido al circo aquella tarde, 24 de noviembre de 1912, pero fui con unas amigas a Zamudio a escuchar un mitin que daba José Ibabe Garaizabal, a quien aquel mismo día conocí y con el que me casé años más tarde.

Fue José Ibabe, fallecido escasamente hace un par de años, cuando contaba sus 95, buen marido y buen padre de ocho hijos, muy fiel siempre a sus principios religiosos. Gran estudioso del idioma vasco, versolari y orador ameno, en Radio Bilbao hacía charlas en La Hora Vasca, tenía publicaciones y estudios sobre etimología vasca, etc.

Recuerdo también un gran banquete que organizó el naviero Sir Ramón de la Sota para los pescadores de todo el litoral vizcaino. Eran tantos que no pudieron comer todos en nuestro txakolí y se repartieron en algunos otros; muchos estuvieron en el txakolí de Luciano.

También puedo decir que mi padre, Ángel Arana Urquijo, era primo de Sabino Arana Goiri. En el caserío teníamos un cuadro grande (no sé quién lo pintó ni dónde iría a parar) del padre de Sabino: Santiago. También se llamaba así mi hermano mayor; junto con Nicolás –el segundo hermano– marcharon a América, como tantos otros, para no hacer el servicio militar.

Cuando aún no había yo cumplido 17 años, falleció mi querido padre de una pulmonía.

Al cumplirse el primer aniversario de este triste suceso, y cuando toda la familia volvíamos a casa después del funeral de cabo de año en San Vicente, nos comunicaron, por mediación de una persona, que teníamos que dejar el caserío. ¡Nuestra casa, mi casa, que a mí me parecía un paraíso! Aquello era terrible, pero… Con gran pesar, obligados por las leyes, que no por serlo son siempre justas, tuvimos que abandonarlo todo, ya que los dueños –no recuerdo quiénes eran pero me suena el apellido Villasante– habían regalado la casa y una parcela de terreno a la orden de los Padres Escolapios para que éstos edificaran un colegio (el que existe actualmente). Estos Padres, venidos a Bilbao recientemente, se encontraban impartiendo la enseñanza en condiciones muy precarias en un piso de la calle Henao n.º 28 (esquina a Heros) enfrente del Palacio de Letona, donde ahora está construida la clínica de San José.

Nosotros fuimos a vivir a un piso de la calle Alameda de Recalde n.º 16 (ahora son impares), propiedad de Bonifacio López. Recuerdo que mi hermano Francisco no podía vivir allí, no comía, no dormía, no podía respirar, temimos por su salud.

A mi abuelo, Nicolás Arana, le habían ofrecido con anterioridad la compra del caserío con todos sus terrenos por 35.000 duros y no lo compró, probablemente porque no tendría todo el dinero. Sin embargo, compró tres caseríos, uno para cada hijo, situados dos en Recaldeberri y uno en Larrasquitu. El de Larrasquitu creo que aún existe, donde tiene Iberduero unas instalaciones, y fue para mi tío Cesáreo; los de Recaldeberri, uno para mi tío Genaro y el otro, que estaba en la Estrada de Escurce y se llamaba caserío de Retes, que también tenía muchísimo terreno y muchas parras, fue para mi padre. Mi abuelo hizo un mal negocio porque Etxerre era único, sus terrenos se revalorizaron rápidamente; habríamos sido millonarios.

El primer terreno del caserío Retes que vendió mi madre fue el llamado Fango de Arana (en ese terreno han hecho un polideportivo y un parque). Después otro, también muy grande, al ferrocarril de Santander. El último, no hace muchos años, lo vendí yo a la jabonera El Abra, con caserío incluido, que lo querían para ampliación del terreno que anteriormente nos compraron.

Mi padre, Ángel Arana Urquijo, había nacido en Etxerre y mi madre, Petra Moré Garrastazu, prototipo de etxekoandre, piadosa, trabajadora, inteligente, excelente cocinera, generosa en extremo, guapa, muy elegante, aun llevando pañuelo en la cabeza, había nacido en Deusto, en el caserío Iturriaga, situado en la Estrada de Moré. Aún existen tanto la Estrada de Moré como el caserío, aunque éste está ahora dividido en tres viviendas y se encuentra asfixiado por los bloques de cemento que le rodean como atenazándolo por sus cuatro costados: yo creo que más le valiera morir. Sus hermosos terrenos han ido vendiéndose y las últimas construcciones han sido cientos de viviendas que ha levantado recientemente la Caja de Ahorros Municipal.

Cuento todo esto por si le sirve de algo a algún estudioso de los caseríos del antiguo y querido Bilbao. Ahora mucha gente famosa del cine, las letras, la política, el folklore, etc. ha puesto de moda lo de escribir sus memorias; y yo me hago esta pregunta: aunque no soy nada de todo eso, sino todo lo contrario, ¿por qué no escribirlas yo también?

Bilbao, a 21 de agosto de 1980

Firma autógrafa de Marcela Arana
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