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EL MUNDO
 
Sábado, 2 de diciembre de 2000 EL MUNDO periodico


La alucinación como proceso creativo

Intelectuales y artistas debaten en un seminario en Gijón sobre la relación entre el arte y la percepción alterada de la realidad

SILVIA GRIJALBA

GIJON.- Al hablar de alucinación y arte, la primera imagen que llega a la mente es la del artista de ojos vidriosos, mirada perdida y pelo enmarañado que intenta plasmar en su obra las imágenes que su cabeza produce bajo los efectos de cualquier sustancia (legal o no) capaz de alterar el estado de conciencia.

William Blake, Aldous Huxley, William Burroughs, Jim Morrison, Jimi Hendrix o Dreyer son algunos de los nombres más recurrentes relacionados con este tema. Pero la alucinación tiene muchas facetas y hay miles de formas de llegar a ella. Y aunque está claro que la droga o las patologías psíquicas son el camino más sencillo, el III Curso Universo Media La alucinación en el cine, la literatura y las artes plásticas, organizado por la Universidad de Oviedo y el Festival de Cine de Gijón se ha encargado de analizar las relaciones entre la alucinación y el arte desde todos los ángulos posibles.

Gustavo Martín Garzo, Bartomeu Marí, Benjamín Prado, Antonio Alamo, Diego Manrique, Jesús Palacios, Jenaro Talens, Fernando Baños, Marino Pérez Alvarez, Javier Barón, Fernando Castro, Víctor Gómez Pin, Héctor González, Claudia Giannetti, Leopoldo Sánchez Torres o Marino Pérez son algunos de los ponentes que han participado en este curso que también se ha complementado con un ciclo de cine dentro del Festival de Gijón en el que se han podido ver películas de culto de diversas épocas relacionadas con los procesos alucinatorios. La mítica Vampyr de Dreyer, Dead Babies, de William Marsa (basada en la novela de Martin Amis), Orfeo, de Cocteau o Epidemic, uno de los primeros trabajos de Lars Von Trier, son algunas de ellas.

El profesor de Filosofía de la Universidad de Oviedo y coordinador del curso, Vicente Domínguez, reconoce que la elección variopinta de los conferenciantes es uno de los rasgos esenciales de este seminario.

Diversas materias

«En la mayoría de los cursos», comenta, «los ponentes vienen de un mismo ámbito y, al final, terminan tallando la piedra siempre en el mismo sentido. Pero aquí hemos querido traer a especialistas en diversas materias, con distintos puntos de vista, que puedan tallar cada una de las facetas de este tema, hasta crear una visión total, que puede ir desde las visiones de los esclavos del mito de La caverna de Platón, hasta La invención de Morel, de Bioy Casares, pasando por El Quijote o, por supuesto, el cine, que más bien debería llamarse alucinógrafo porque si nos ceñimos a la definición de Esquirol de Alucinación (la percepción de un objeto en ausencia del mismo), el cine es siempre alucinación». Efectivamente, los distintos ponentes que han formado parte de este curso han abordado el asunto de la alucinación y arte desde puntos de vista muy distintos.

La relación entre drogas (como vía para conseguir visiones alucinatorias) y creación estuvo presente en las ponencias de Benjamín Prado, Diego Manrique y, en un sentido distinto, más personal, en la de Antonio Alamo. Los dos primeros coincidieron en desmitificar el tópico sobre que el uso de drogas potencia la creatividad. Para Prado, que hizo un recorrido por la obra de poetas visionarios como William Blake, las sustancias psicodélicas se limitan a «hacer más listo al que ya lo es y más tonto al que lo era, como ocurre con el alcohol».

Manrique hizo un recorrido desmitificador y lleno de sorpresas por la contracultura de los 60 y su influencia en la música y el cine. Dejando la química a un lado y, desde una perspectiva distinta, tanto el escritor y crítico de cine Jesús Palacios, como el catedrático de filosofía Víctor Gómez Pin coincidieron en advertir que Internet y la realidad virtual van a obligar a cambiar los planteamientos de los artistas y el arte en general.

Para Palacios, en el cine del siglo XXI el espectador tendrá que ser un sujeto activo, una especie de director de la película que está viendo. En su ponencia, después de destacar el carácter alucinatorio del cine, como medio para producir cambios en el espectador, hizo un recorrido por las obras de directores magos, relacionados con determinadas sociedades secretas como Kenneth Anger (que seguía los postulados del famoso Alister Crowley) o la psicomagia de Jodorowsky, que pretendían producir cambios psíquicos en el espectador o el cine comercial (sin que, aparentemente, el autor lo pretenda) consigue ese mismo efecto algunas veces. El filósofo Víctor Gómez Pin hizo un análisis del tiempo actual, a partir de la noción de sustancia de Aristóteles.

«El mundo actual», explicó, «se ha quedado en la superficie de las cosas, en lo superficial. Por tanto, ha perdido la sustancialidad. Internet es la sustitución de sustancia (lo tridimensional) por lo superficial (lo bidimensional). Esta pérdida nos devuelve a la condición de aquellos hombres que Platón imaginara en el mito de La caverna. Somos como esclavos, atados, que no podemos girar nuestras cabezas y lo único que percibimos son imágenes bidimensionales, sombras que nada tienen que ver con la realidad que las produce».

Algunos de ellos, como en el caso de los escritores Gustavo Martín Garzo y Antonio Alamo o del catedrático Jenaro Talens optaron por resaltar el carácter alucinatorio de la realidad.

La visión del monstruo

El catedrático de Teorías de los Lenguajes Jenaro Talens resaltó que el carácter alucinatorio de un texto tiene mucho más que ver con los condicionantes del lector que con el texto en sí. Uno de los casos que explicó fue el de Frankenstein, de Mary Shelley, con el demostró que lo alucinatorio (muchas veces relacionado con lo «diferente») casi siempre tiene más que ver con el espectador que con el objeto mismo. Frankenstein se convierte en monstruo por la visión (alucinatoria porque no coincide con lo real) que los demás tienen de él, pero Shelley lo presenta, en principio, como un ser esencialmente bueno. Blade Runner, las novelas de Agatha Christie, el enamoramiento y la literatura de Millás fueron algunos de los ejemplos.

Pero este curso hubiera quedado incompleto sin el ciclo cinematográfico -propuestas para experimentar los efectos del alucinógrafo en carne propia- que el Festival de Gijón ha programado en una de sus secciones paralelas.


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