"...
Las experiencias de la vida en un campo [de concentración] demuestran que el
hombre mantiene su capacidad de elección. ... El hombre puede
conservar un reducto de libertad espiritual, de indepencencia mental, incluso
de aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física.
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Los
supervivientes de los campos de concentración aún recordamos a algunos
hombres que visitaban los barracones consolando a los demás y ofreciéndoles
su único mendrugo de pan. Quizá no fuesen muchos, pero esos pocos
representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar
todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas - la elección de
la actitud personal que debe adoptar frente al destino - para decidir su
propio camino". (Viktor Frankl, 2004, El hombre en busca de sentido. Herder:
Barcelona. pp. 90).
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