Blogueros del mundo: ¡callaos!
Alexander Iribar


Este texto es un mero borrador para un debate sobre el blog en la revista Deusto que no ha llegado a celebrarse.





Nadie puede negar que el blog es una herramienta sumamente interesante, que propicia aplicaciones excelentes. Ahora bien, ¿qué sucede si examinamos los blogs que de hecho están accesibles en Internet? ¿Son también interesantes y excelentes? Rotundamente, no: sólo unos pocos. Muy pocos.

La proliferación desmedida de algo, aunque no sea nocivo per se, puede llegar a definirse como plaga. Las toneladas de blogs que inundan la web constituyen, a mi modo de ver, una auténtica pandemia digital.

La etiología de esa enfermedad es doble.

La primera causa podría definirse como la "verborrea digital". Se trata de la osadía de suponer que cualquiera puede dejar escritos casi a diario comentarios interesantes sobre uno o varios asuntos. La realidad es que muy poca gente es capaz de semejante cosa; y la cuestión, entonces, es: si no tienes nada interesante que decir, ¿por qué no te callas? Los blogs, desde este punto de vista epidemiológico, suponen una auténtica diarrea de verbosidad

El segundo factor etiológico de la pandemia blogera es algo más sutil, y parte de la falacia tan típicamente americana (léase estadounidense) de que la naturalidad y la espontaneidad son siempre valores positivos. Si es usted una persona excelente, será delicioso que se muestre tal y como es; por el contrario, si usted es un completo imbécil, o un canalla, le estaré muy agradecido si lo disimula y no actúa con espontaneidad. (Podemos recordar aquí la manida frase de "no digas lo que piensas, sino piensa lo que digas".) Esta idea nefasta del valor casi absoluto de la espontaneidad, aplicada a nuestro objeto de análisis, ha devenido en una clarísima impudicia digital.

En las webs clásicas, el autor filtra adecuadamente la información personal que desea suministrar al visitante; en cambio, en infinidad de blogs, asistimos a un espectáculo privado en el que el autor desnuda sin pudor, urbi et orbi, infinidad de detalles de su vida, con una alegre ingenuidad que debería dejarnos pasmados.

En mi página web, yo suministro bastante información sobre mí. Pero toda ella está cuidadosamente medida, y el visitante no sabrá nada sobre mí que yo no considere presentable, respetable o hasta encomiable. La cuestión es, pues, que el blogero medio cree que todo lo que le atañe es igualmente presentable, respetable o hasta encomiable. Y eso es, indudablemente, una falacia del pensamiento.

Si unimos las dos ideas anteriores, nos encontramos con miles de personas que muestran impudicamente los resultados de su diarrea verbal, convencidos encima de que quedan bien con ello.


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