El txistu en una encrucijada
Alexander Iribar (1994)


Como los ignorantes obran interesados en el fruto de sus actos, así el sabio que desea coadyuvar al orden del mundo debe obrar con desinterés.
(Bhagavad-Gita, cap. 3)

Mi artículo "El txistu en Fiestas de Bilbao" (Txistulari, 155) ha originado una gran polémica dentro de la Subdelegación de Bilbao y de la Delegación de Bizkaia de la Asociación de Txistularis. Pero además de polémica, que puede en principio resultar saludable (por eso precisamente escribí aquellas líneas) mi artículo puede verse envuelto en un enfrentamiento ya no precisamente saludable en el seno de la Junta Directiva de la Asociación, entre los representantes de Bizkaia y, según tengo entendido, prácticamente todos los demás miembros. Además de las personas, lo que se confronta, con mi artículo como primera arma arrojadiza, es una visión diferente, un diagnóstico distinto de la situación actual, tanto del txistu como de la propia Asociación.


1. Las dos visiones enfrentadas

Tal como yo lo veo, de un lado la Junta Directiva (excepción hecha, grosso modo, de los representantes vizcainos) entiende que la Delegación de Bizkaia está copada por unos txistularis esencialmente incompetentes, que no son capaces de hacer nada pero que se resisten a permitir que otros desarrollen otras actividades, y todo ello en aras de un purismo mal entendido que no hace otra cosa que ocultar –y ellos en el fondo lo saben– su propia impotencia. Así, la solución estaría en que estos txistudunes que ocupan la Delegación abandonasen sus poltronas para dejar el espacio libre a otros que sí saben cómo hacer las cosas. En última instancia, esas nuevas personas deberían liquidar las figuras de la Delegación y Subdelegación, al menos tal y como las entendemos hoy, y trabajar en contacto directo con la Junta Directiva y con el resto de los txistularis del país.

De otro lado, y siempre según mi propia impresión, los representantes de la Delegación de Bizkaia entienden que la Asociación está poco menos que secuestrada por los de Donostia (o lo que es lo mismo: por los de Conservatorio, los de la maletita, los txistularis de salón, los guipuzcoanos, los Ansorenistas, etc.). Para ellos, esta camarilla, que no se sabe muy bien cómo –o por culpa de todos– se ha hecho con el poder en la Junta Directiva, pretende utilizar los recursos de la Asociación no para lo que deseen los socios, sino para lo que ellos quieren, para sus gustos –o caprichos– personales. O sea que estos individuos son fundamentalmente antidemocráticos, porque, siendo como son –siempre para la Delegación vizcaina– minoría dentro del txistularismo y de la propia Asociación, pretenden que toda la Asociación y todos los txistularis bailen al son que ellos tocan. Y actúan así, en el mejor de los casos, porque se creen mejores txistularis que nadie, aunque esto sólo sea verdad en algunos casos; más aún: los verdaderos guardianes de la esencia del txistu están precisamente con la Delegación de Bizkaia. Así pues, la solución sería que los socios –los txistularis, en general– se sacudan esa modorra en que han permanecido durante los últimos años y lleven a cabo una especie de revolución democrática, echando a estos guipuzcoanos de los círculos de poder y volviendo a las esencias más genuinas del txistu, que vienen a coincidir mayormente con los años sesenta y setenta.

Hasta aquí, tal como yo las veo, y bastante groseramente expuestas, las dos posturas antagónicas de unos y de otros. Para mí, esta decidida colisión de las dos visiones anteriores no es más que un ejemplo de la colisión real que se está dando entre los dos mundos que existen hoy dentro del txistu.

Porque, efectivamente, hoy coexisten dos mundos distintos dentro del txistu, que para colmo están cada vez más distanciados, hasta el punto de que empieza a ser francamente difícil establecer una comunicación mutua. Y todo lo anterior no deja de ser, como digo, una manifestación de esto.


2. Los dos mundos del txistu

2.1.- El primer mundo es el de los herederos o continuadores directos del txistu de la etapa que, a falta de mayores precisiones cronológicas y para entendernos, podemos denominar franquista. Por supuesto, sus precedentes son seculares. Muy esquemáticamente, algunas de sus características más definitorias son:

  1. El txistu se siente depositario de ciertas esencias patrias y llamado a desempeñar un papel que podíamos denominar, en términos generales, de afirmación nacional.
  2. Sus txistularis entienden que su función social, aquí y ahora, viene a ser la misma, mutatis mutandi, que la de nuestros antiguos txistularis de la sociedad rural o la incipiente sociedad industrial. Es importante constatar que no hablamos en rigor de lo que fue la función de estos antiguos txistularis, sino de lo que ellos creen que fue, las más de las veces con una visión idealizada y frecuentemente anti-histórica. Creen que no debe haber acto social relevante en el que no intervenga el txistu como uno de sus ejes centrales; más aún: no entienden que pueda haber situaciones o entornos en los que no sea requerida o agradecida su presencia, y ven estos casos con desagrado, como ejemplos de un lamentable proceso de desnaturalización –desvasquización– colectiva. Ello explica que, en muchos casos, la actitud de dichos txistularis sea en gran medida defensiva.
  3. Se consideran, por tanto, continuadores de la tradición txistulari, y pretenden tocar "como toda la vida". Sin embargo, no se dan cuenta de que "toda la vida" suele querer decir en realidad "toda su vida". En su escasa visión histórica, han escogido como modelo de esa tradición precisamente uno de los momentos más tristes y difíciles para el txistu (y para toda la cultura vasca, en general): el período que va grosso modo desde la guerra civil hasta la democracia.
  4. Esa visión del txistu como vehículo de una función social origina en la mayoría de estos txistularis una actividad fundamentalmente altruista, una gran capacidad de servicio, las más de las veces gratis et amore.
  5. Consecuentemente con lo anterior, estos txistularis valoran como una cuestión secundaria la calidad musical de su labor, pues lo importante para ellos no es cómo se toca, sino, fundamentalmente, que se toque. Así pues, la mayoría de estos txistularis no sólo son semianalfabetos musicales, sino que no les preocupa lo más mínimo; más aún: ven en el perfeccionamiento técnico un posible peligro de desnaturalización del instrumento.

2.2.- El segundo mundo del txistu es de nacimiento más reciente, aunque las noticias de su gestación ya pueden rastrearse en las Gipuzkoako Dantzak de J.I. Iztueta, y posiblemente antes. En el fondo, su germen nace con el propio instrumento. El común denominador de estos txistularis es el desarrollo de unos estudios reglados de txistu. Para los anteriores son, pues, los txistularis de Conservatorio. Algunas de sus características más definitorias son las siguientes, también esquemáticamente:

  1. Su habitat natural es el Conservatorio o la Escuela de Música. Es un mundo, por tanto, eminentemente docente.
  2. Suelen rehuir la calle, donde no se encuentran cómodos por sonoridad, repertorio y costumbre. Prefieren el local cerrado o hasta su propia casa. Incluso llegan a darse casos de txistularis decididamente timoratos, a los que poco menos que asusta tocar ante la gente.
  3. Por primera vez (salvando honrosísimas excepciones anteriores), los txistularis son músicos, en el mismo nivel y sin nada que envidiar a cualquier otro instrumentista. Esta cultura musical, sin precedentes en el txistularismo, origina automáticamente unas expectativas mayores y una dinámica distinta, muy difícilmente comprensibles por quien carezca de esa formación.
  4. Junto con lo anterior, no hay que olvidar que, como en cualquier otro proceso docente, también existe para el txistu el fracaso escolar, que en estos casos es desde luego sonado.
  5. Al menos una buena parte los txistularis de este segundo mundo son ajenos a cuestiones de tipo social. Para ellos, el txistu no tienen ninguna función social especial que desarrollar, o al menos ellos, uno por uno, no tienen que preocuparse por eso.
  6. Son mayormente individualistas en su quehacer. Por supuesto, una Asociación de Txistularis –al menos como la actual– no es necesaria para muchos de ellos.

2.3.- A la hora de hacer balance de los dos puntos anteriores, debo primero aclarar que no he sido del todo imparcial en la descripción de unos y de otros: he intentado ver lo mejor de los primeros, mientras que he cargado las tintas en alertar contra lo peor que producen los segundos. Además, debe tenerse presente que he perfilado dos tipos, casi podríamos decir dos tendencias, por lo que, uno a uno, cada txistulari particular no encajará perfectamente ni en uno ni en otro.

Los dos mundos que acabo de describir tienen en cualquier caso aspectos positivos y negativos. De hecho, lo malo no es la existencia de distintas maneras de concebir el txistu, sino su incomunicación, su mutuo desprecio. Los primeros txistularis descritos poseen una visión social que les hace tener una voluntad de servicio, creen que el txistu debe ser siempre "algo más" que por ejemplo un clarinete, se muestran en todo momento orgullosos de ser txistularis, llevan a cabo esa tarea deslucida pero para ellos esencial de mantener un txistu siempre sonando en alguna parte del país, aunque no suene precisamente bien; sin embargo, suelen ser escandalosamente ignorantes –musicalmente hablando, se entiende– y ferozmente conservadores, casi podríamos decir reaccionarios.

Por otra parte, los segundos son buenos músicos, conscientes de que sólo a través del cambio, de la búsqueda constante, de la adaptación continua, se puede mantener vivo cualquier elemento cultural. Poseen una mirada más fría y desapasionada (más científica, podríamos llegar a decir) sobre nuestra propia historia, en particular, y sobre todas las cuestiones relacionadas con el txistu, en general. Prácticamente todo lo que se ha hecho de bueno en el txistu en los últimos quince años ha venido de estos txistularis. Sin embargo, muchos de ellos apenas han tocado en la calle, ni en una fiesta, ni en una ceremonia, ni para que alguien baile; incluso bastantes de ellos no han tocado prácticamente nunca en público.

Así las cosas, podríamos decir, resumiendo al máximo, que los primeros generan txistularis que no son músicos, mientras que los segundos están empezando a generar músicos que no son txistularis.

Voy a poner un ejemplo. Personalmente, cada vez me parece peor que txistularis semianalfabetos se dediquen a dar clases de txistu en escuelas o academias, mucho más si son remuneradas. El voluntarismo está muy bien, y sobre todo ha estado muy bien (¡dónde estaríamos nosotros sin la buena voluntad de tantos otros que nos han precedido!), pero en esta cuestión ya hay preparación y calidad suficientes hoy en día para ceder el terreno a quien verdaderamente tiene capacitación para ello. Dicho de otra manera: empieza a poder hablarse con propiedad de intrusismo profesional dentro del txistu. (Por supuesto, como para todo, hay maneras y maneras de hacer las mismas cosas: que no se me enojen automáticamente todos los que han enseñado o enseñan a tocar el txistu.)

Si ahora miramos al otro lado, podemos encontrarnos con la posibilidad de un joven que entre en un Conservatorio, apruebe todos los cursos de la carrera de txistu, y consiga más tarde merecidamente una plaza de profesor en alguno de nuestros centros. ¡Pero puede ser que nuestro joven no haya tocado jamás fuera del salón de su casa! Estaríamos entonces ante otro tipo de intrusismo, que no sé muy bien cómo definir: el de los músicos que no son txistularis aunque sepan tocar el txistu. (No creo que se haya dado este caso extremo que he supuesto, pero sí varios de sus grados intermedios.)

Como casi siempre, creo yo, en el medio está la virtud. Tenemos que ser conscientes de que hay muy buenos txistularis en los dos mundos. Hay que valorar a los que, nacidos al txistu en el seno de la más rancia tradición del txistu desafinado per se, han conseguido atesorar una técnica y unos conocimientos reglados del instrumento. Pero también hay que valorar a quienes han cogido un txistu por primera vez en un aula del Conservatorio pero se han preocupado al mismo tiempo por todo ese mundo que queda fuera de las aulas. Y volviendo al caso del ejemplo anterior, el profesor perfecto sería precisamente el que consiguiera para su alumno la asimilación total de esos dos mundos, que podríamos denominar de cultura culta y de cultura popular. Aunque no pensaba en un principio citar nombres, yo creo que una vez más es Jose Inazio Ansorena el espejo en el que todos –y desde luego los profesores– deberíamos mirarnos: él puede dictar bastantes lecciones en todos los terrenos a los recalcitrantes de una y otra banda.


3. El papel de la Asociación de Txistularis

En una situación como la descrita, ¿qué debe hacer la Asociación de Txistularis? ¿Cuál debe ser su función, su papel?

Para mí, lo fundamental es que la Asociación sea la Asociación de TODOS los txistularis. Porque aquí cabemos todos, y hay tarea más que suficiente para todos, estemos donde estemos, tengamos la capacidad que tengamos y nos guste más el txistu de tal o cuál manera. Aquí cabemos todos, pero sin desprecios ni descalificaciones, sin dogmatismos ni exclusivismos. Sin embargo, yo creo que hay dos límites que deben marcarse para cualquiera de nosotros:

  1. Que mi actividad no impida a otros desarrollar la suya.
  2. Que mi actividad no resulte contraproducente para el txistu.

Entiendo que, por ejemplo, en lo tocante a las Fiestas de Bilbao, se están empezando a cumplir ambas. Por eso escribí mi artículo.

La Asociación debe estar dispuesta a facilitar cualquier tarea que un txistulari desee emprender (salvando siempre los dos límites anteriores). Por otra parte, todo txistulari debe sentir que, para cualquier proyecto que desee realizar, la Asociación está con él para facilitarle cuanta ayuda sea posible. Si esto fuera así –que, para qué engañarnos, no lo es– la fuerza moral de la Asociación de txistularis sería lo suficientemente grande para que no estuviéramos ahora malgastando tiempo en estos temas.

Pero la Asociación está dividida. La división de estos dos mundos del txistu se encuentra también en ella. Sólo así se entiende el enfrentamiento que he señalado al principio de estas líneas. La Delegación de Bizkaia está dominada por los representantes del primero de los dichosos mundos, y la Junta Directiva de la Asociación, por los del segundo. Se está llegando a una situación en la que hay que tomar partido, y yo, a pesar de haber sido el desencadenante de más de una tormenta, me resisto a hacerlo. Por decirlo aún más claro: me resisto a escribir ahora que para mí la razón está, fundamentalmente, al lado de los segundos; me resisto a escribir que sería una suerte para el txistu que los actuales representantes de Bizkaia –y Bilbao– accedieran a jubilarse en lo que a la Asociación se refiere. Y me resisto a hacerlo porque aquí nadie debe salir "ganador", porque, como decía antes, aquí no sobra nadie.

A mí, lo que de verdad me gustaría es poder convencer a estos vizcainísimos de que están jugando al perro del hortelano, enredados en una absurda cruzada contra no saben muy bien qué, cruzada que para colmo saben perfectamente que está perdida. Porque el futuro no está en el inmovilismo, en la autocomplacencia, en el aquí-no-pasa-nada, en el ayer. Y es que ellos perciben cualquier innovación como una amenaza potencial, y tratan a quien la pretenda casi como a un enemigo. Lo nuevo siempre necesita el contrapeso de lo ya conocido; así perdura la tradición, joven y vieja a la vez. Los txistularis del siglo XXI necesitarán, como todos, el contrapeso de sus mayores; y a mí me apena pensar que, por unos y por otros, los futuros txistularis se van a quedar –ya se están quedando– sin aprender lo que estos viejos txistularis –que no txistularis viejos– tienen que enseñarles, que después de todo no es poco.

Siguiendo en Bizkaia, y concretando, yo creo que la Delegación debe esforzarse en integrar a tanto txistulari para quien la Asociación apenas sirve para nada, o es decididamente inútil, o le resulta incluso hasta hostil. Una vez todos en el mismo barco, no debe importarnos mucho cuál vaya a ser el rumbo, porque si es el de todos será el correcto. En Bilbao, la Subdelegación tiene una estupenda oportunidad para poner en práctica este principio justamente en lo concerniente a la Aste Nagusia. (En enero entregué al Subdelegado un proyecto concreto de actuación en tal sentido.)

El txistu vive momentos de crisis, porque al fin y al cabo, toda la sociedad que conocemos lo está. Hoy las cosas cambian a una velocidad vertiginosa, y se cierne sobre nosotros la inminencia de cambios que tal vez nadie pueda prever. Si queremos que nuestros nietos sigan tocando el txistu no podemos hacer de él un fósil de museo, ni mucho menos un objeto de discordia. Yo creo que el txistu de nuestros descendientes será una mezcla de nuestros dos mundos, o no será.


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