De nuevo sobre los conciertos populares |
Alexander Iribar |
Hace algunos años escribí algo así como que los Conciertos Populares de Txistu (los llamados, para entendernos, Alardes, aunque el término se las traiga: ¿por qué no Ostentaciones?) debían imitar al que se realizaba en Donostia, pero teniendo en cuenta que imitación no quería decir copia. Hoy, es precisamente eso lo que hay que denunciar: el abuso que se ha producido del esquema donostiarra, que se intenta copiar por principio y sin mayor reflexión casi en todas partes.
El Concierto de la Semana Grande de Donostia ha ido conformándose a lo largo de los últimos años en torno a las posibilidades con las que allí cuentan, y amoldándose paulatinamente a su público (cada vez más numeroso, por cierto, ETB incluida). Creo que para todos resulta claro que el potencial existente en Donostia, con el maestro Ansorena a la cabeza (pero con un equipo de trabajo verdaderamente impresionante), está muy por encima de la media: mejor dicho, yo diría que supera a todas las demás localidades del país. (Ojo, que nadie se sienta menospreciado: estamos hablando únicamente de las posibilidades para hacer un Concierto.)
Como el concierto donostiarra es probablemente el mejor de todos, pero sobre todo lo ha sido, con bastantes años de adelanto –en algunos casos se diría que siglos– sobre los demás, es lógico que se conviertiera en modelo. Pero, en muchos casos, no se han intentado imitar las características básicas del Concierto, o asimilar su espíritu, sino que se ha pretendido, lisa y llanamente, reproducirlo. ¿Qué obras se han tocado este año en Donostia? Pues ahora mismo les llamo para pedírselas. ¿Que ellos tienen un quinteto de metal? Pues yo otro. ¿Que ellos tienen un coro? Pues les lío ahora mismo a los de la parroquia. ¿Cómo, que ellos tienen una silomarimba? Pues voy a ver de dónde me saco yo otro trasto igual. ¿Que usted me quita mi paquete? Pues me compro otro, más grande si puedo...
¿Dónde está el límite entre imitación y copia? ¿Cómo debe ser la imitación en el arte? Estas preguntas ocupan a los hombres al menos desde Platón. Sin entrar en disquisiciones más o menos filosóficas, yo creo que pueden señalarse algunas características básicas del concierto donostiarra que resultarían deseables para todos los conciertos populares (alardes, galas, ostentaciones, exhibiciones, boatos, pompas, fastos, suntuosidades y demás especies). Son estas características básicas las que deben imitarse; el error es copiar sin más la forma que éstas adoptan. Son las siguientes:
Se destierra definitivamente la idea de quedar todos juntos para pasar un buen día y de paso ofrecer un concierto. Ahora se trata, sencillamente, de ofrecer un concierto, ni más ni menos; y lo otro viene –o no viene, lamentablemente– por añadidura. El cambio puede parecer sutil pero es fundamental: no se toca para nosotros mismos, sino para otros; no somos nosotros los importantes, sino quienes nos escuchan. Las ocasiones para no pensar más que en pasárnoslo bien entre nosotros (tocando o sin tocar, pero mejor tocando) son otras.
En primer lugar, el concierto se concibe como un espectáculo amable. Durante muchos años se ha repetido el error de pretender reproducir en el kiosco de la plaza el ceremonial de la sala de conciertos. Se trata, por tanto, de acercar el concierto al público, de logar su complicidad, en definitiva de entretenerle, puesto que es imposible pretender el tipo de atención que se produce en la sala de concierto.
¿Cómo se consigue eso? De varias maneras. En Donostia han optado por una presentación de estilo televisivo, distendida pero profesional, con pequeñas entrevistas, entradas y salidas, etc. También han optado por la incorporación habitual de la danza, e incluso de otros elementos (gigantes, toros de fuego, etc.). En resumen, en Donostia se pretende lo que podríamos llamar un show txistulari.
Sin embargo, puede haber otras posibilidades además de la donostiarra –que, desde luego, parece la más obvia de todas– para conseguir ese acercamiento que decíamos antes. Por ejemplo, y de modo casi telegrafico:
En segundo lugar, el concierto es popular porque se interpretan piezas populares, que el público reconoce fácilmente como propias. Éste de la música popular es un tema extraordinariamente complejo. Sólo quiero apuntar algunas notas:
Durante muchos años, y aún hoy en día, el resultado musical de muchos alardes ha sido y es sencillamente penoso. Las razones son, a mi juicio, dos:
¿Cómo se corrigen estos dos errores? Fijémonos otra vez en el ejemplo de Donostia:
En resumen, si pretendemos un concierto musicalmente digno, debemos calcular cuidadosamente los participantes (instrumentos e instrumentistas) que podemos manejar con un margen suficiente de seguridad, y debemos adecuar al máximo nuestras partituras a esos participantes. (Recuérdesde además lo dicho en el apartado anterior sobre el tipo de repertorio.)
Recogiendo el hilo de mi exposición, las anteriores son, a mi juicio, las características principales que deben reunir los conciertos populares. El concierto de la semana grande donostiarra puede considerarse el pionero en su incorporación y cultivo, y se ha convertido, por tanto, en objeto de imitación. El problema consiste –lo repito una vez más– en que la imitación ha sido muchas veces defectuosa, puesto que sólo ha reproducido las características más externas, sin recoger su verdadero sentido; y por añadidura, la reproducción misma ha solido ser deficiente.
En todo lo anterior he ido apuntando algunas pequeñas ideas que, a mi juicio, pueden contribuir a mejorar nuestro alardes (¡y olé!). Por supuesto, estoy muy lejos de poder brindar (¡otra vez olé!) un recetario para el concierto ideal. Quiero ahora presentar, sin embargo, con un poco más de detalle una de esas ideas, que no es desde luego original pero que particularmente me resulta muy atractiva: la de los conciertos que podríamos llamar argumentales o temáticos.
El punto de partida es que es mucho más atractivo un concierto con un hilo temático conductor, con una especie de esqueleto argumental, que otro concierto que no sea más que una acumulación de obras inconexas. De esta manera, el concierto refuerza su carácter unitario y tiene un sentido más global, a la vez que contribuye a mantener el interés del espectador. En realidad, el uso de un tema principal (por ejemplo, el tan repetido centenario de Sorozabal) se puede encontrar, más o menos desarrollado, en muchos de los conciertos realizados por toda la geografía del país; se trata, por tanto, de profundizar en un camino ya explorado.
¿Qué posibles temas puede abordar nuestro concierto? Por ejemplo, se me ocurren los siguientes (los enuncio para mi ámbito natural de Bizkaia y Bilbao, pero la transposición a cualquier otro lugar es evidente):
Como puede verse, las posibilidades son muchas. Pero, insisto, no se trata sólo de enunciar un motivo en la presentación, sino de construir, sino de construir de guión sólido para todo el concierto, de modo que el espectador perciba cada pieza como parte de un todo homogéneo. En otras palabras: un concierto temático pretende ser algo más que un concierto monográfico.
Consideremos, a modo de ejemplo, el primero de los conciertos sugeridos, el dedicado a los ritmos del txistu, que no supone una idea precisamente original, ni es desde luego el más atractivo de los enumerados. Sin embargo, ¡cuántas cosas pueden hacerse! Pensemos en la variedad de los ritmos: zortziko, ezpata-dantza, habanera, polca, contrapás, pasodoble, fandango, arin-arin, biribilketa, minueto, marcha, vals, rigodón, etc. Pensemos en la variedad de los tratamientos: si la idea general es que los ritmos más ligados al baile se bailen y que los más ligados al canto se canten, podría haber por tanto cuatro tipos de obras: tocadas, cantadas, bailadas y cantadas y bailadas (por supuesto, el txistu no deja de sonar). Pensemos en algunas posibles obras: cantos emblemáticos como el Agur Jaunak y el Gernikako Arbola cantados conjuntamente por todos los participantes, ejecutantes y asistentes (¿por qué no colocar a un coro repartido entre el público?); habaneras y zortzikos cantados por solistas o por coros, pasando por todo tipo de formaciones intermedias, sin olvidar al público; polcas y valses presentados tanto en su vertiente más folklórica (cualquiera de las polcas de Iparralde, por ejemplo, con una fanfarria y un grupo de baile) como más clásica (un vals con unas parejas de una academia de baile de salón, por ejemplo); fandangos y arin-arin bailados por ejemplo por cuantos asistentes lo deseen (¿por qué no contar con la asistencia entre el público de miembros de grupos de baile locales?), de modo que la consiguiente biribilketa marque el final del concierto con una gran cadeneta popular por toda la plaza...
Como se ve, las posibilidades de este concierto son prácticamente ilimitadas. ¿Por qué no incluir un rock&roll, un charleston, un tango, un merengue...? ¿Por qué no preparar una misma melodía con ritmos distintos? ¿Por qué no hacer que los distintos tipos de ritmos sean tocados por distintos tipos de formaciones? ¿Por qué no incluir unos monitores que enseñen los pasos de lo que se va a tocar, para que el público que lo desee participe? ¿Por qué no preparar unas piezas desde el escenario y otras desde la misma plaza? ¿Por qué no reproducir el esquema más o menos teatralizado de una romería?
En fin, a partir de un mismo hilo conductor pueden construirse infinidad de conciertos distintos y de diferente carácter. Y la idea de los conciertos temáticos es sólo una de las posibilidades indicadas de acercamiento al público. Y el carácter más o menos cercano y amable del concierto es sólo una de las perspectivas desde las que afrontar la cuestión...
Para acabar de una vez estas líneas ya demasiado largas: los conciertos populares nos ofrecen muchísimas posibilidades, que debemos explorar entre todos, cada uno en la medida de sus posibilidades. No debemos limitarnos a copiar lo que hacen otros, sino intentar siempre mejorarlo y sobre todo adecuarlo a nuestro entorno.
Una última nota: el concierto más primoroso no vale mucho si los restantes días del año no se oye el txistu por las calles, y se oye bien. Corolario: ¿Que no estás seguro de poder montar en tu pueblo un concierto de calidad? Pues no lo hagas: dedica todo ese esfuerzo a tocar más y mejor en la calle.
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