Cultura Vasca
Tema 5.10: El Txistu
La crisis del siglo XIX


Cuando parecía que el txistu había conseguido un estatus envidiable en la sociedad vasca, se vio envuelto en una crisis profunda.




Las condiciones sociales cambian drásticamente a lo largo de este siglo.

No obstante, muchos de los cambios en la danza perduran (la presencia de la autoridad, los pañuelos, la supresión de las partes más escabrosas de la soka dantza, las nuevas músicas, las nuevas coreografías, etc.).

  • La tentativa de Iztueta de involucrar a las clases altas en el mantenimiento de la danza tradicional fracasó (la moda pastoril se desvaneció, y las clases altas ya tenían sus saraos; además, si había que ejercer la autoridad bailando un par de veces al año, lo hacían).
  • Iztueta dejó una cadena de discípulos que llega hasta hoy en día (José Antonio Olano > Lorenzo Pujana > Cándido Pujana > Goizaldi Taldea > Academia Municipal de Donostia)
  • Las danzas reformadas son, además de la propia soka dantza, las de la Brokel Dantza, que ha llegado hasta nuestros días
  • Las Soinu Zaharrak prácticamente desaparecieron

A pesar de seguir cumpliendo con una abultada agenda profesional, el tamborilero va adoptando poco a poco una imagen de algo caduco y de escasa consideración, además de asociado a un poder de otras épocas.

Que siendo un anacronismo inconcebible sostener en épocas como las que atravesamos funcionarios que ningún provecho ni distracción ofrecen al vecindario, siendo además muy costosos y hasta ridículos en tiempos de libertad esas reminiscencias decrépitas del absolutismo; se sirva ordenar inmediatamente la supresión del tamborilero, atabalero, y así como los trompeteros o maceros
(Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, 1873, I República).


Miguel Ostolaza (1864): “El tamborilero”, Revista La Joven Guipúzcoa [Euskal-Herria, 1887]

Artículo memorable que refleja la situación paradójica del tamboril y los tamborileros.

Aparecen por primera vez las palabras Chistu y Chistulari... pero con un sentido un tanto diferente.

Un chistulari no es un tamborilero. Sujeto conozco yo que según la grande afición que tiene al chistu y su natural disposición para tocarlo llegaría a ser un gran chistulari, pero sería un tamborilero detestable

Por una parte, Ostolaza realiza una completa idealización del tamborilero:

El tamborilero, al abrazar su ingrata carrera, sabe que no obtendrá en ella honra ni provecho: renuncia a todo medro personal, a toda esperanza de que la fortuna le sonría: celebra implícitamente una especie de pacto con la sociedad, en virtud del cual se obliga a consagrarse de lleno a su servicio, lo que equivale a dejar de pertenecerse, pues desde aquel momento pasa a ser del dominio público
Si todos los hombres participasen algo de la índole, de la organización, de la bondad del tamborilero, pocos hechos registraría en sus anales la estadística criminal: la sociedad se convertiría en una reunión de ángeles, y por lo que hace a su profesión […], yo la respeto y la venero, porque encuentro en ella algo de grande, de digno, de noble, de elevado; para mí esa profesión […] equivale casi a un sacerdocio
Inofensivo por carácter, bueno por naturaleza, puntual y exacto en el cumplimiento de su obligación, celosos de su deber como el que más, hombre de orden, su ley es obedecer al que manda

Pero, por otra, se duele del escaso reconocimiento que la sociedad del momento otorga al tamborilero:

El tamborilero debe ser el funcionario público más importante, el que goce de […] las pruebas más patentes de simpatía y afecto… Empero sucede todo lo contrario. Y es que en el tamborilero solo ven sus paisanos un hombre asalariado que tiene la obligación de divertirles, una máquina que toca cuando se les antoja que toque, y nada más. Así que lejos de guardarle consideraciones […] de ninguna especie, es censurable en alto grado el desdén con que se le mira


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