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2000 - Nº 1508

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De Internet al conocimiento objetivo

RAMÓN MARIMÓN

Hay un tema recurrente en la historia de España: llegar tarde, mal y de forma excesivamente desigual a las grandes revoluciones científicas y tecnológicas. Por ejemplo, no sólo llegamos tarde a la revolución industrial, sino que su difusión tecnológica alcanzó a las distintas regiones con casi un siglo de diferencia. Pero no nos equivoquemos, la culpa no hay que buscarla siempre en nuestras penurias económicas. Así, en la España imperial del siglo XVII nos perdimos la revolución científica protagonizada, entre otros, por Galileo y Kepler. En aquel caso, nuestra penuria principal fue la de estar enzarzados en la Contrarreforma, y también -como indica Sánchez indica- el tener una visión "excesivamente utilitarista de la enseñanza y la práctica científica" (José Manuel Sánchez Ron, Un siglo de ciencia en España. Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Madrid, 1999).

No hace falta tener una gran perspicacia histórica para reconocer que, de la mano de las tecnologías de la información, estamos en una nueva revolución científica y tecnológica. Y, quizá conscientes de esto, o por mero afán de modernidad, nos apresuramos a enseñar el www a nuestros hijos. Sin embargo, el clic ayuda, pero no basta. No hay que olvidar que el www surgió como plataforma de comunicación de los físicos del CERN. No hay que olvidar que la nueva revolución de la información cubre un terreno muy amplio que va desde la investigación básica y aplicada a la innovación empresarial y anuncia la posibilidad de profundos cambios culturales y sociales a los que las humanidades y las ciencias sociales habrán de saber responder. Es así, cuando pensamos en lo que puede haber detrás del clic, del Proyecto Genoma o de la nueva economía, que resurge la pregunta: ¿vamos a llegar tarde otra vez? Hay signos preocupantes y otros esperanzadores. La política del nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología está orientada a afrontar los primeros y reforzar los segundos.

La primera herencia preocupante son los pocos recursos económicos destinados a la investigación, desarrollo e innovación (I+D+I). Por ejemplo, nuestro gasto en I+D es bajo en comparación con la media de nuestros colegas europeos (0,8% frente al 1,92% del PIB), y ya no digamos en relación con EE UU (2,52% del PIB). Además, una deficiencia básica de partida es la escasa participación del sector privado en la financiación de la I+D+I, que en España se sitúa alrededor del 0,41% del PIB, mientras en la UE representa el 1,21% del PIB.

Ahora bien, la propia creación del ministerio obedece al compromiso político de afrontar esta situación, de aumentar el gasto en I+D al 1,3% del PIB de forma que, incluyendo la innovación, alcance el 2% al final de esta legislatura. Este esfuerzo lo va a realizar el sector público -incluso teniendo en cuenta las restricciones que comporta una política de equilibrio presupuestario-, pero es esencial una mayor participación del sector privado. A tal efecto ya se han establecido ayudas fiscales para inversiones que supongan innovación tecnológica, se van a establecer medidas de apoyo a las nuevas empresas innovadoras (start-ups y spin-offs) que permitirán reducir los riesgos que su gestación comporta y se va a estimular el patronazgo de centros de investigación. Sin embargo, somos conscientes de que, como en toda buena revolución, el problema no es alcanzar el nivel de partida, sino la velocidad de crecimiento que permita situarnos a la cabeza. Por ejemplo, es cierto que con un esfuerzo importante vamos a poder contar con una red de Internet para el mundo académico (red IRIS) con una velocidad de transmisión de 2,5 G.gabis por segundo en el año 2001, pero no ignoramos que la Unión Europea ya está planteando avanzar hacia redes transeuropeas de muy alta velocidad que permitirán alcanzar progresivamente velocidades de 100 Gbs.

En otras palabras, el aumento del gasto (favorecido por el crecimiento previsto de la economía española) es condición necesaria, pero no suficiente. Deberemos utilizar inteligentemente nuestros recursos aprovechando, por ejemplo, el hecho de que en toda revolución tecnológica es posible dar saltos aprovechando las últimas tecnologías disponibles. Asimismo, vamos a estudiar con detalle distintas opciones que nos permitan desarrollar las infraestructuras y las grandes instalaciones científicas en España. La reciente inauguración de las obras del Gran Telescopio de Canarias es una muestra de este tipo de política que ayuda a consolidar el liderazgo mundial de uno de los sectores relevantes de nuestra comunidad científica.

Ahora bien, si hemos de utilizar inteligentemente nuestros recursos económicos, aún más cuidadosos debemos ser con nuestros recursos humanos. De hecho, mientras a menudo se piensa que la responsabilidad de los gestores de programas de ciencia y tecnología es principalmente el definir con detalle las prioridades de los investigadores en un país o región, la política científica y tecnológica del nuevo ministerio pone el énfasis en la gestión de los recursos humanos dedicados a la investigación y la innovación. Es decir, se plantea como tarea prioritaria definir y desarrollar el marco adecuado que incentive la investigación y la innovación, que permita a los grupos de investigación desarrollar todo su potencial.

Cierto que aumentar el número de plazas dedicadas a la investigación y mejorar las condiciones de los investigadores son temas ineludibles que constituyen una prioridad dentro de la "gestión inteligente de los recursos escasos", pero no es menos cierto que -como sucedió con la Contrarreforma- a menudo son las disfunciones del sistema las mayores trabas para el desarrollo científico y tecnológico.

Mientras en la Unión Europea la transparencia, la competitividad y la movilidad son la base de programas como los de la reforma del mercado laboral, estos principios apenas se han desarrollado en el mundo académico y de la investigación. Afortunadamente, la creación del nuevo ministerio ha coincidido con los acuerdos de la cumbre de Lisboa, del pasado mes de marzo, en los que se apunta en esta dirección de crear un "espacio europeo para la investigación" que debería representar la apertura de este sector, que hasta ahora ha estado relativamente cerrado, incluso existiendo muchas colaboraciones internacionales.

Impulsar esta iniciativa en el ámbito europeo, pero especialmente en el ámbito nacional, es tarea prioritaria. Más específicamente, hace falta redefinir la carrera del investigador de forma que favorezca la conexión y movilidad entre investigación básica, aplicada y, especialmente, innovación tecnológica.

A menudo buenas ideas y proyectos no se plasman en desarrollos de innovación tecnológica por el riesgo que supone actualmente el salto entre investigación pública e innovación privada. Estamos poniendo en marcha un conjunto de iniciativas orientadas a favorecer la inversión privada en innovación, la creación de nuevas empresas; pero, si no tenemos en cuenta el factor humano, dichos esfuerzos pueden caer en el vacío. En este sentido, la formación del personal especializado es una tarea fundamental, área que sólo puede llevarse a cabo con buenos equipos de investigación. Evidentemente, éstas son áreas en las que vamos a potenciar la coordinación con el Ministerio de Educación y Cultura, comunidades autónomas, universidades, centros de investigación y empresas de forma que se produzca el mayor efecto multiplicador posible de los recursos públicos.

Aunque no es posible resumir en un artículo todos los aspectos de lo que va a ser la nueva política científica y tecnológica, sí que hay uno que no quisiera dejar de citar. Un principio básico -y, afortunadamente, hoy día reconocido- para utilizar adecuadamente los recursos humanos y los fondos destinados a la investigación es el de que la tarea del investigador debe estar constantemente abierta a la crítica. Sólo así se puede dar el paso, que Karl Popper señalaba, del conocimiento subjetivo al conocimiento objetivo (Karl R. Popper, Objective Knowledge: An Evolutionary Approach . Calerdon Press. Oxford, 1979). Favorecer la competitividad, transparencia y movilidad son otras formas de favorecer esta tarea de crítica, pero también debemos desarrollar instrumentos específicos. En este sentido, una prioridad de este ministerio es potenciar al máximo la Agencia Nacional de Evaluación, como responsable de la evaluación y seguimiento de los proyectos del Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica, así como desarrollar instrumentos parecidos que estimulen el nivel innovador de nuestras empresas. Y en potenciar esta tarea de crítica vamos a tener muy presente que no se puede tener una visión "excesivamente utilitarista de la enseñanza y práctica científica". Esta vez no vamos a llegar tarde.


Ramón Marimón es secretario de Estado de Política Científica y Tecnológica.

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