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  Miércoles, 24 de octubre de 2001
 
 
 
FUTURO

 
 
El primer gen del lenguaje acelerará la comprensión de esta habilidad humana
   
  Una logopeda trata a un niño con problemas de lenguaje. / CARLOS YAGÜE
   

La larga búsqueda familiar

 

TOM WHITFIELD

La discusión se centra en la existencia o no de estructuras cerebrales innatas

Gracias al estudio de una familia que sufre una grave disfunción en el lenguaje, investigadores británicos han hallado un gen que parece jugar un gran papel en la capacidad de hablar. La primera vinculación de un gen con el lenguaje podría acelerar nuestra comprensión de la más exclusiva y controvertida de las habilidades humanas.

La familia KE tiene problemas de lenguaje. Los miembros de varias generaciones hablan 'como si cada sonido les costara el alma', según un investigador. Luchan por controlar los labios y la lengua, por formar palabras y por utilizar y comprender la gramática. 'Para el oyente no entrenado, su discurso es prácticamente ininteligible', explica el experto en genética Anthony Monaco, de la Universidad de Oxford.

Investigadores dirigidos por Monaco han descubierto recientemente que existe un gen que, cuando no funciona, provoca la interrupción del discurso. El gen, que es el primero que se ha vinculado definitivamente con el lenguaje, activa y desactiva otros genes, y de esta forma podría orientarnos por una red genética de aprendizaje y uso del lenguaje.

Descubrir un gen es como descubrir un componente de un coche. Parece útil, como si formara parte de un mecanismo más amplio. Pero no sabemos lo que hace, con qué otros componentes se relaciona, ni tampoco qué aspecto tiene el vehículo al completo. 'Es un sistema increíblemente complejo, y sólo hemos logrado vislumbrarlo', comenta Michael Tomasello, psicólogo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania).

Probablemente no haya que esperar mucho para que aparezcan más componentes. Los expertos en genética están sobre la pista de otros genes que controlan el desarrollo cerebral y que afectan a una serie de trastornos mentales. La secuencia del genoma humano les permite hacer gran parte del trabajo de campo en un ordenador, 'y ahorrar con ello lo que solían ser meses de trabajo', dice Robert Plomin, experto en genética del comportamiento del Instituto de Psiquiatría de Londres.

El estudio del lenguaje divide a los investigadores casi tan radicalmente como los idiomas dividen a los hablantes. Discrepan sobre si las habilidades lingüísticas son una característica innata de nuestra biología o un producto de nuestras relaciones sociales. Mantienen opiniones distintas sobre si los centros cerebrales del lenguaje sólo están especializados en estas tareas, o si forman parte de nuestra maquinaria mental general.

La controversia se centra en las teorías planteadas por primera vez por Noam Chomsky en 1959. El hecho de que los niños aprendan a hablar sin instrucciones, y de que los adultos construyan un número infinito de oraciones nuevas a partir de un número finito de palabras, convenció a Chomsky de que los humanos nacen con una gramática universal, una serie de reglas sobre la estructura del lenguaje. Cuarenta años después, esta idea sigue siendo polémica. 'Hay que decidir en qué bando se está, no hay muchas posibilidades de mantenerse imparcial', señala Bruce Tomblin, que estudia la genética de los trastornos del habla en la Universidad de Iowa. Por ejemplo, Tomasello cree que es precisamente nuestra capacidad de utilizar símbolos abstractos lo que distingue a los humanos del resto de los animales, y es más probable que de alguna forma esté codificado genéticamente. La gramática, dice, 'emerge históricamente; es un producto sociológico, no genético'.

No es necesario creer en genes lingüísticos especiales para creer, como Chomsky, en unas estructuras cerebrales del lenguaje especializadas y exclusivamente humanas. 'No creo que haya genes sólo para el lenguaje, sino más bien que los genes construyen estructuras cerebrales de manera que informan a los niños sobre lo que deben esperar', dice Martin Nowak (Instituto de Estudios Avanzados de Princeton). 'Es imposible aprender un idioma si no tenemos una estructura cerebral definida para esperarlo'.

 

La larga búsqueda familiar

 

La familia KE fue descrita por primera vez en 1990. La forma en que se transmitía el trastorno entre generaciones dejó claro que sólo un gen era el responsable, e inicialmente el descubrimiento se presentó a bombo y platillo como el 'gen para la gramática'. Cuando se puso de manifiesto la magnitud de los problemas de la familia, se dejó de utilizar ese concepto: La controversia se sigue centrando en si los síntomas de los KE están más relacionados con su incapacidad de controlar la boca, o con algún problema cerebral general, que con los centros del lenguaje. Los que defienden una interpretación más puramente lingüística de las dificultades de la familia subrayan el hecho de que el cociente de inteligencia de la familia, aunque está por debajo de la media, está dentro de lo que se considera normal.

El equipo de Mónaco lleva varios años a la caza del gen KE. En 1998 lo habían delimitado al cromosoma 7. Los datos del Proyecto del Genoma Humano indicaban que había aproximadamente 70 genes en esta zona. Hace dos años, su exploración se convirtió en una carrera. Apareció el Paciente CS, que es un joven que no pertenece a la familia KE, pero que tiene unas dificultades muy parecidas a las de ellos. La comparación de ambos casos permitió a los investigadores interrumpir su laboriosa búsqueda del cromosoma 7 y centrar su interés en un gen. 'Probablemente nos ahorró uno o dos años', comentó Simon Fisher, otro miembro del equipo de Oxford.

El nuevo paciente y la familia KE tienen dañado el mismo gen, denominado FOXP2. Pertenece a un grupo que controla la actividad de otros genes fabricando una proteína que entra el contacto con el ADN. Las mutaciones de la familia KE y del paciente CS trastornan la zona de unión de la proteína con el ADN. FOXP2 es 'una pieza importante del rompecabezas genético del lenguaje', afirma la psicóloga Karin Stromswold, de la Universidad de Nueva Jersey (EE UU). Los efectos 'muy confusos' del gen exigen que se estudien otras familias con dificultades más limitadas, advierte Stromswold.