La
larga búsqueda familiar
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TOM WHITFIELD
La discusión se centra en
la existencia o no de estructuras cerebrales innatas
Gracias al estudio de una
familia que sufre una grave disfunción en el lenguaje, investigadores
británicos han hallado un gen que parece jugar un gran papel
en la capacidad de hablar. La primera vinculación de un gen
con el lenguaje podría acelerar nuestra comprensión de la
más exclusiva y controvertida de las habilidades humanas.
La familia KE tiene problemas
de lenguaje. Los miembros de varias generaciones hablan 'como
si cada sonido les costara el alma', según un investigador.
Luchan por controlar los labios y la lengua, por formar palabras
y por utilizar y comprender la gramática. 'Para el oyente
no entrenado, su discurso es prácticamente ininteligible',
explica el experto en genética Anthony Monaco, de la Universidad
de Oxford.
Investigadores dirigidos por
Monaco han descubierto recientemente que existe un gen que,
cuando no funciona, provoca la interrupción del discurso.
El gen, que es el primero que se ha vinculado definitivamente
con el lenguaje, activa y desactiva otros genes, y de esta
forma podría orientarnos por una red genética de aprendizaje
y uso del lenguaje.
Descubrir un gen es como descubrir
un componente de un coche. Parece útil, como si formara parte
de un mecanismo más amplio. Pero no sabemos lo que hace, con
qué otros componentes se relaciona, ni tampoco qué aspecto
tiene el vehículo al completo. 'Es un sistema increíblemente
complejo, y sólo hemos logrado vislumbrarlo', comenta Michael
Tomasello, psicólogo del Instituto Max Planck de Antropología
Evolutiva de Leipzig (Alemania).
Probablemente no haya que esperar
mucho para que aparezcan más componentes. Los expertos en
genética están sobre la pista de otros genes que controlan
el desarrollo cerebral y que afectan a una serie de trastornos
mentales. La secuencia del genoma humano les permite hacer
gran parte del trabajo de campo en un ordenador, 'y ahorrar
con ello lo que solían ser meses de trabajo', dice Robert
Plomin, experto en genética del comportamiento del Instituto
de Psiquiatría de Londres.
El estudio del lenguaje divide
a los investigadores casi tan radicalmente como los idiomas
dividen a los hablantes. Discrepan sobre si las habilidades
lingüísticas son una característica innata de nuestra biología
o un producto de nuestras relaciones sociales. Mantienen opiniones
distintas sobre si los centros cerebrales del lenguaje sólo
están especializados en estas tareas, o si forman parte de
nuestra maquinaria mental general.
La controversia se centra en
las teorías planteadas por primera vez por Noam Chomsky en
1959. El hecho de que los niños aprendan a hablar sin instrucciones,
y de que los adultos construyan un número infinito de oraciones
nuevas a partir de un número finito de palabras, convenció
a Chomsky de que los humanos nacen con una gramática universal,
una serie de reglas sobre la estructura del lenguaje. Cuarenta
años después, esta idea sigue siendo polémica. 'Hay que decidir
en qué bando se está, no hay muchas posibilidades de mantenerse
imparcial', señala Bruce Tomblin, que estudia la genética
de los trastornos del habla en la Universidad de Iowa. Por
ejemplo, Tomasello cree que es precisamente nuestra capacidad
de utilizar símbolos abstractos lo que distingue a los humanos
del resto de los animales, y es más probable que de alguna
forma esté codificado genéticamente. La gramática, dice, 'emerge
históricamente; es un producto sociológico, no genético'.
No es necesario creer en genes
lingüísticos especiales para creer, como Chomsky, en unas
estructuras cerebrales del lenguaje especializadas y exclusivamente
humanas. 'No creo que haya genes sólo para el lenguaje, sino
más bien que los genes construyen estructuras cerebrales de
manera que informan a los niños sobre lo que deben esperar',
dice Martin Nowak (Instituto de Estudios Avanzados de Princeton).
'Es imposible aprender un idioma si no tenemos una estructura
cerebral definida para esperarlo'.
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La
larga búsqueda familiar |
La familia KE fue descrita
por primera vez en 1990. La forma en que se transmitía
el trastorno entre generaciones dejó claro que sólo
un gen era el responsable, e inicialmente el descubrimiento
se presentó a bombo y platillo como el 'gen para la
gramática'. Cuando se puso de manifiesto la magnitud
de los problemas de la familia, se dejó de utilizar
ese concepto: La controversia se sigue centrando en
si los síntomas de los KE están más relacionados con
su incapacidad de controlar la boca, o con algún problema
cerebral general, que con los centros del lenguaje.
Los que defienden una interpretación más puramente lingüística
de las dificultades de la familia subrayan el hecho
de que el cociente de inteligencia de la familia, aunque
está por debajo de la media, está dentro de lo que se
considera normal.
El equipo de Mónaco lleva
varios años a la caza del gen KE. En 1998 lo habían
delimitado al cromosoma 7. Los datos del Proyecto del
Genoma Humano indicaban que había aproximadamente 70
genes en esta zona. Hace dos años, su exploración se
convirtió en una carrera. Apareció el Paciente CS, que
es un joven que no pertenece a la familia KE, pero que
tiene unas dificultades muy parecidas a las de ellos.
La comparación de ambos casos permitió a los investigadores
interrumpir su laboriosa búsqueda del cromosoma 7 y
centrar su interés en un gen. 'Probablemente nos ahorró
uno o dos años', comentó Simon Fisher, otro miembro
del equipo de Oxford.
El nuevo paciente y la
familia KE tienen dañado el mismo gen, denominado FOXP2.
Pertenece a un grupo que controla la actividad de otros
genes fabricando una proteína que entra el contacto
con el ADN. Las mutaciones de la familia KE y del paciente
CS trastornan la zona de unión de la proteína con el
ADN. FOXP2 es 'una pieza importante del rompecabezas
genético del lenguaje', afirma la psicóloga Karin Stromswold,
de la Universidad de Nueva Jersey (EE UU). Los efectos
'muy confusos' del gen exigen que se estudien otras
familias con dificultades más limitadas, advierte Stromswold.
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