Miércoles 28 octubre 1998 - Nº 908
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ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS,
Madrid
Para Auster narrar es un proceso angustioso y lento. "Para escribir necesito estar en un estado mental muy particular, necesito una cantidad de energía tremenda que no siempre tengo. Tardo mucho porque para mí el párrafo es la unidad de la novela, el verso de la novela. No puedo pasar al siguiente párrafo si no he terminado el anterior. El libro sale según lo escribo, no puedo planificar, no tengo una estructura fija. Siempre empiezo por el principio, algo que puede parecer obvio pero que no lo es para muchos escritores. Nunca dejo blancos en medio, una palabra me lleva a otra, y un párrafo al siguiente. Sé como será el sentido y la forma de la novela pero nada más. Tengo una íntima relación con los personajes, los conozco, pero lo que les ocurre va surgiendo poco a poco".
Auster acaba de terminar su novela Timbuktu, en la que ha trabajado durante los últimos cinco años. "Originalmente, los dos protagonistas de la novela eran dos personajes más en un libro mucho más grande. Pero poco a poco fueron tomando entidad. Es la historia de un poeta vagabundo y esquizofrénico y su perro, que tiene su propia voz en la novela. El perro piensa y el poeta sabe que el perro es un ser excepcional".
El título, Timbuktu, hace referencia a una expresión inglesa que significa el fin del mundo. "O largo viaje", aclara Auster. "Es una metáfora sobre lo que ocurre después de la vida. El poeta le dice al perro que la gente se va a Timbuktu después de morir".
La muerte es una constante en la literatura de Auster, para quien todo relato sobre la maduración tiene que ver con la experiencia de la muerte. A raíz de la pérdida de su padre, Auster escribió el ensayo con el que arranca su libro La invención de la soledad. Pero la ausencia de su progenitor fue anterior a su fallecimiento y de ella, y de la relación padre-hijo en general, el autor de El palacio de la luna ha construido otro de los pilares de su narrativa.
"Es un tema que compartimos todos. No es la mismo la relación padre-hija o madre-hijo que la del padre y el hijo. Para mí es un drama colosal, por inevitable. Es un hecho, y no quiero parecer crudo, que entre el padre y el hijo existe una guerra de poder, y que para crecer el hijo necesita matar al padre. Es una vieja lucha que cada uno vive de una manera diferente, los detalles cambian pero la esencia de este conflicto la compartimos todos".
Auster no se considera un pesimista: "En muchos momentos de mi vida me siento desesperado, pero de repente algo inesperado me saca de ese estado. Siempre hay algo que te hace creer que, después de todo, el mundo no es un lugar tan horrible. Intento ser honesto porque si eres un pesimista total no puedes ni escribir ni hacer nada. Todos queremos las mismas cosas, amar y que nos amen, vivir en paz. Y la realidad es que, a veces, tenemos esos momentos de gracia que mentiría si negara".
Pero más que un optimista, Auster es un perfecto sentimental que cita con su voz (dulce y fuerte a la vez) a Frank Capra y Preston Sturges entre sus cineastas favoritos y que desprecia el cinismo imperante en el cine de hoy. Casado con la escritora Siri Hustvedt y padre de dos hijos, el novelista (que ha viajado a España acompañado por la estrella de su película, la actriz Mira Sorvino) es dueño de una explosiva combinación de rasgos y actitudes: alto y guapo, educado y tímido.
"Mis gustos cinematográficos están junto a las comedias fundacionales, me encanta Buster Keaton y Chaplin. Y luego están las comedias de Howard Hawks, Sturges y Capra. En el cine europeo me interesan Jean Vigo y Renoir y si hay una película en mi vida es la trilogía de Satyajit Ray... sin olvidar a Ozu. Cuando hicimos Smoke, recuerdo que le decía a Wayne Wang que quería hacer una película de Ozu en Brooklyn. Y, por supuesto, el western, crecí con él y ha marcado mi vida y mi obra. Su influencia ha sido enorme".
Pero si el western, el gran mito norteamericano, ha marcado la obra literaria de Auster, ha sido un mito europeo, el de Lulú (el de la mujer alegre y generosa, amoral e infantil, en la que confluyen las sombras de la prostituta y la monja) el que ha marcado su primera película.
"Bueno, los mitos son de todos. No hay mitos europeos o norteamericanos. Celia, mi personaje, es un ser imaginario, y ella encarna el sueño de un hombre que la sitúa en diferentes planos de su feminidad. Ella puede ser mil mujeres. Lulu on the bridge tiene mucho que ver con cómo los hombres tienen la necesidad de inventar a las mujeres, a todo tipo de mujeres, y cómo el cine coincide con ellos con esa misma necesidad, la de inventar a las mujeres hasta convertirlas en mitos. Las mujeres, sin embargo, no se inventan a los hombres, son más realistas, más prácticas. Y lo que digo no es un tópico, es un hecho".
"Lulu on the bridge es un extraño resumen de mí mismo", continúa el escritor. "Estuve mucho tiempo si ver la película después de terminarla, hasta que la estrenaron en el festival de cine de Deauville, en un teatro maravilloso. Yo tenía que presentarla y entonces me di cuenta de que no tenía nada que decir sobre ella. Volví a verla y entonces me di cuenta de que era una película muy extraña, ni mala ni buena, diferente. No sé de dónde sale, creo que de ningún lugar. Sinceramente, puedo entender perfectamente qué es lo que gusta de ellas a quienes les gusta y qué es lo que irrita a quienes no".
Auster asegura que jamás temió ponerse detrás de una cámara. "El miedo es inútil. Hay que tener dudas. La duda es inevitable si escribes, haces cine o pintas. El artista que no duda de lo que hace no puede ser bueno, no me interesa. La duda me ha paralizado muchas veces, pero siempre lo he superado".
Auster ha realizado una película profundamente romántica porque, como asegura, cree firmemente en el amor y su poder redentor. "El amor es un misterio. Hay alguien que me pueda explicar por qué dos personas se enamoran. No. El amor existe, y no hablo de un instante, hablo de miles de personas que ahora mismo están por todo el mundo locamente enamoradas y que no tienen ni idea de por qué están en ese estado".
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