RAFAEL ARGULLO ESCRITOR Y FILÓSOFO
"Hay que empezar a habitar literariamente Europa"
IGNACIO VIDAL-FOLCH, Barcelona
Rafael Argullol,
en Barcelona (C. Ribas). |
Rafael Argullol, una de las voces más singulares de las
letras actuales, acaba de publicar Transeuropa (Alfaguara),
primera novela desde 1993, año en que ganó el premio Nadal
con La razón del mal. Argullol considera que Europa está
de momento sólo en mano de políticos y economistas y "empieza
a ser importante la experiencia de habitar literariamente Europa".
Pregunta. Usted no escribe por el placer de narrar una historia,
sino que a través del relato, o de la poesía, trata de
transmitir unas reflexiones; lo suyo es "novela de ideas", ¿es
así?
Respuesta. No creo mucho en la literatura de ideas; en
definitiva, toda la literatura ha expresado siempre ideas. En la
historia de la novela moderna no hay ninguna que pueda merecer este
nombre y no exprese una serie de meditaciones, y eso desde el
principio mismo del género. Otra cosa es lo que podríamos
llamar artefactos narrativos, muchas veces vinculados a la literatura
como simulacro, que ponen en funcionamiento escenografías en
las cuales la propia construcción del artefacto justifica, al
parecer, todo el funcionamiento de la narración. Pero la
distinción entre la literatura de ideas y la de puro artificio
no es una distinción con la que me sienta identificado. En mi
opinión, la narrativa del futuro, al menos en la tradición
cultural europea, será una narrativa contagiada, en la
que la intervención de lo poético y de lo reflexivo
formará parte del engranaje narrativo mismo. No creo en el
futuro de la novela artefacto.
¿Qué opina de la muerte de la novela de la que se
discute estos últimos tiempos?
Creo que, a grandes rasgos, habría dos grandes miradores
desde los cuales contemplar este asunto: el occidental y el no
occidental. Desde el primero, como demuestra el actual panorama
narrativo, se ve que todavía se da una relación entre
material de la realidad y narración suficientemente vivo,
activo, como para que haya una especie de construcción clásica
de la ficción a partir de ese material. Me refiero a que gran
parte de la mejor narrativa en francés sea magrebí, gran
parte de la inglesa sea india, japonesa... En estos momentos estamos
descubriendo la vitalidad de esas narrativas en tradiciones no
europeas. Ahí está el aspecto fascinante de la combinación
de lenguas y tradiciones y de su intercambio.
¿Y el otro mirador?
El de la tradición europea conduce inexorablemente a una
escritura contagiada, transversal. Creo que no es un fenómeno
reciente, sino desarrollado a lo largo de toda la modernidad y que
sigue vivo. Es decir, cuando somos partidarios del experimento, el vínculo
entre experimento y experiencia indica ese contagio. Creo que en
Europa cada vez se agudizará más y que lo que
denominamos novela, que por otra parte implica ámbitos semánticos
muy amplios, implica necesariamente eso. Claro que se pueden crear
best sellers y otros artefactos de éxito a partir de la
simulación: novela negra haciendo ver que el barrio chino de
Barcelona es el Bronx, novela psicologista haciendo ver..., pero ni me
interesa ni creo que tenga ningún interés si hablamos de
una literatura vinculada a la cultura. Claro que, si hablamos de una
literatura vinculada puramente a la productividad comercial, ya es
otra cosa.
¿Por qué la trama de Transeuropa se
desarrolla en Rusia?
Hay dos orígenes distintos. Por un lado, la experiencia
personal, que, de hecho, se encuentra en la raíz de todos mis
libros, narrativos y poéticos y de ensayo, donde siempre hay un
viaje. En este caso, el marco físico del viaje es uno de los
motivos. El otro sería aquello que ya vio Rilke: que Europa,
aparte de su concentración central, de lo que llamaríamos
Centroeuropa, tiene ese elemento periférico de los extremos,
que él observaba en la simbología de España y
Rusia, y que produce cierta dialéctica con el Centro. Yo quería
introducir en esta novela una reflexión sobre la Europa actual,
casi diría del siglo XXI, una reflexión para intentar
habitar esa Europa. Porque, hasta ahora, estamos permitiendo que eso
que llamamos Europa lo habiten sólo expertos, políticos,
economistas, etcétera, y creo que empieza a ser importante la
experiencia de habitar literariamente esa Europa. De allí ese
viaje a través de Europa de extremo a extremo, de la Península
Ibérica hasta una Rusia que se pierde en Asia.
Un viaje también interior, ¿hacia dónde?
Al protagonista le sucede lo que a Edipo, pero en términos
actuales; es un viaje de los que llamamos de conocimiento, pero no
para conocer lo que es, sino lo que no es. Lo que al protagonista le
va sucediendo en el viaje es que va conociendo lo que no es, va
conociendo la incertidumbre. Es un tema que me resulta muy
interesante. Porque la incertidumbre es el principio para cualquier
aventura interior. Esto se vincula con otra cuestión que me
parece muy interesante: nuestra memoria y nuestra amnesia, vinculadas
a la falsa identidad que inviste a cada uno de nosotros, se cruza en
un momento determinado con la memoria y la amnesia de lo otro, de lo
demás, de la historia, incluso de aquellas cosas que no hemos
vivido directamente.
El estilo es más seco y desnudo que el de La razón
del mal, su anterior novela, de 1993.
Sí. La evolución te puede llevar al barroquismo o a la
austeridad. A mí me lleva a esto último. El mismo
esfuerzo físico de escribir me conduce a la economía
expresiva, la austeridad, la concisión. Es una necesidad física.
Lo ornamental me pesa.
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