Num. 1653
Lunes, 18/06/2001


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Ríos o canales
ROBERTO BERMEJO

Las numerosas obras de canalización y depuración de aguas residuales que se están llevando a cabo en los últimos años con el objeto de cumplir la normativa comunitaria están dando vida de nuevo a muchos de nuestros ríos. Los medios de comunicación suelen informar extensamente sobre este tipo de obras, pero rara vez dan noticia de un proceso grave y preocupante: la canalización de los ríos y la consiguiente pérdida de la vegetación de ribera. En realidad éste es un proceso lento pero continuo, y por tanto nada espectacular, que se ha venido dando en Europa al menos durante los últimos doscientos años.

Canalizar es sustituir el cauce natural por otro artificial, y a menudo supone un endurecimiento de las riberas (con piedra u hormigón) e incluso de todo el cauce, o la rectificación de los cauces mediante la eliminación de meandros. Todo ello implica la desaparición de vegetación de ribera, el divorcio del río de sus naturales planicies de inundación, el aumento de la temperatura del agua por la pérdida de la cubierta vegetal, el aumento de la velocidad del agua y por ello de la erosión y acumulación de sedimentos en los tramos bajos, la pérdida de calidad del agua, la pérdida de biodiversidad acuática, etcétera.

Las razones aducidas para convertir los ríos en canales son múltiples y han venido pesando más o menos en las actuaciones canalizadoras a lo largo del tiempo, en función de los intereses prioritarios en cada momento, y se pueden agrupar en dos tipos -económicas y de seguridad-, sin que a menudo se puedan separar ambas. En el primer campo se encuentra el facilitar la navegación, buscar espacios adicionales (zonas inundables, humedales, márgenes de los ríos...) para la agricultura, para la construcción de infraestructuras de transporte, de urbanizaciones, de zonas industriales, etcétera. La canalización, unida frecuentemente a la elevación del terreno en las inmediaciones del río, viene siendo justificada también para evitar la inundación de zonas habitadas. En resumen, estas actuaciones se justifican, por un lado, por la creencia en que son incompatibles los factores ambientales y los económicos y de seguridad. Por otro lado, por la primacía de estos factores sobre el primero. La actuación más lógica era de tipo ingenieril.

Sin embargo, estas ideas están cambiando. Por un lado, las sociedades están tomando conciencia creciente no sólo de la importancia del ambiente para la calidad de vida, sino de que no somos dueños de la naturaleza y, por tanto, no tenemos derecho a destruirla. Por otro, los avances científicos en el conocimiento de las funciones que desempeñan los ríos y la evidencia de los resultados económicos y de seguridad están constatando cada vez más claramente que la citada contradicción de intereses no existe como norma. Cada vez es más evidente que la restauración del uso multifuncional de los ríos significa ajustar la utilización humana a las condiciones naturales de los ríos. Se ha demostrado que la canalización es muy costosa, así como la labor permanente de retirada de los lodos que se acumulan en las zonas bajas de los ríos. Se está demostrando que las obras tradicionales de prevención de inundaciones resultan eficientes en casos de avenidas no muy fuertes, y que en las fuertes contribuyen a agravar el problema. La canalización hace que el agua fluya con rapidez, incrementando el riesgo de inundaciones. En un río natural, numerosos factores ralentizan y disminuyen el flujo: la ocupación de las áreas de inundación tradicional; la filtración de agua al subsuelo; la existencia de vegetación, que frena la velocidad del agua, al igual que los meandros, que además alargan el curso de los ríos, aumentando su capacidad de captar agua. Por otro lado, el riesgo de inundación está creciendo por diversos factores: la dinámica urbanizadora de las cuencas de los ríos sella una creciente superficie de suelo e impide la filtración del agua al subsuelo, y la inexistencia de obstáculos en las canalizaciones acelera la captación del agua vertida en la cuenca por parte del río; el cambio climático tiende a concentrar en el tiempo las precipitaciones, etcétera. La sucesión de inundaciones cada vez más frecuentes e intensas ha llevado a las autoridades holandesas a cambiar su estrategia preventiva. Una medida es la restauración de las tradicionales zonas de inundación. A lo largo de la década de los noventa se han restaurado 4.000 hectáreas, y tienen previstas otras 3.000 para el año 2010.

Estos factores están dando un vuelco espectacular al tratamiento de los ríos. La dinámica a favor de la recuperación de los ríos comenzó hace dos décadas. Al principio, las actuaciones se encaminaban sólo a mejorar la calidad del agua y a la plantación de vegetación de ribera, pero no se tocaban los cauces. Posteriormente el enfoque se hizo más ecosistémico y dinámico, que significa restaurar la ‘salud’ de los ríos. Es decir, conseguir que «el río mantenga la forma apropiada de cauce que es la más eficiente para mover y almacenar agua y sedimentos a lo largo de su recorrido», según dice un informe del Ministerio de Recursos Naturales de Ontario. Se está avanzando mucho en la compresión científica de la multiplicidad de funciones que desempeñan los ríos y en cómo conseguir compatibilizar los usos humanos de los mismos con su recuperación natural. En general, las actuaciones que se están llevando a cabo pretenden la recuperación de la situación originaria de los ríos: se recuperan los meandros, se anchan los cauces y se restauran las márgenes (ésta es la función de la bioingeniería del suelo), se bajan al nivel primitivo las zonas de inundación natural, se vuelve a plantar la vegetación de ribera, etcétera, «de forma que el río es capaz de reformarse a sí mismo», tal como dice un estudio holandés sobre la recuperación del Mosela. Suiza y Alemania están colaborando en la recuperación del Rin para frenar la creciente escalada de inundaciones, pero con el problema añadido de que el restablecimiento de los meandros les obliga a delimitar la frontera y a resolver los litigios sobre las compensaciones de tierras. En este momento se están realizando labores de restauración de miles de ríos de países industrializados. En Europa se están restaurando los ríos principales (Danubio, Rin, Loira, Don, Volga, Sena, Mosela), aparte de cientos de ríos menores y afluentes.

Este cambio de política no se percibe en el País Vasco ni en el conjunto del Estado, por lo que continúa el proceso de degradación. En nuestro país la degradación derivada de la política de encauzamiento de nuestros ríos es particularmente intensa, porque la gran densidad de población y su ubicación en los estrechos valles vascos se traduce en una presión extrema sobre aquellos. Buena prueba de ello es que, además de las prácticas degradantes citadas, es una práctica corriente el entubamiento de grandes tramos de arroyos y la canalización y cubrimiento de cauces.

Éste es el caso, por ejemplo, del río Helguera a su paso por Bilbao y del río Ego a su paso por Ermua y Eibar. En este momento se están realizando cientos de obras en las márgenes de los ríos vascos cuyo resultado, pretendido o no, es la canalización de tramos. Además, los tramos de ribera arbolada que quedan suelen presentar un estado lamentable. La imagen de la vegetación de ribera de nuestros ríos ‘adornada’ por numerosos plásticos es una muestra fehaciente de la valoración que en este país se tiene de ellos.



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