Num. 1390
Lunes, 25/09/2000


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«Cuando se apela a palabras como Dios o Patria, empiezan los crímenes»

SALVADOR PÁNIKER FILÓSOFO El autor catalán advierte del riesgo de convertir en absolutos algunos valores: «Ni siquiera la vida lo es», dice En ‘Cuaderno amarillo’, reflexiona sobre los problemas del ser humano

CÉSAR COCABARCELONA

Salvador Pániker encarna a la perfección el cruce de culturas. Hijo de indio y catalana, es por tanto heredero directo de la tradición hindú y cristiana, y su formación académica, científica y humanística le permite además transitar con naturalidad de la física a la filosofía, citar a Einstein con la misma precisión que a Spinoza. Durante décadas, ha sido uno de los protagonistas de la vida cultural catalana y española y, sobre todo, ha escapado a la disyuntiva de escribir o vivir: Pániker ha reflexionado y ha escrito sin renunciar por ello a una existencia rica.

Ahora publica ‘Cuaderno amarillo’ (Plaza & Janés), las anotaciones de su diario en los años 1993 y 1994, donde junto a episodios de su propia vivencia cotidiana aparecen reflexiones sobre los grandes asuntos que preocupan, hoy como siempre, a los seres humanos. Acerca de todo ello conversa en el salón de su casa de Barcelona, escenario de algunos pasajes de su obra, rodeado por miles de libros y ante un gran mirador desde el que se ve el monasterio de Pedralbes y se adivina abajo la ciudad contra un cielo de tormenta.

-Los grandes temas de su diario son la religión, la muerte, la libertad. Los ejes de la filosofía en un mundo actual que ve lleno de «apresurados majaderos que sólo van a por dinero, poder o fama» ¿Queda hoy sitio para filosofía?

-Siempre queda sitio. Llega un momento en que la búsqueda de esos valores, como el dinero o el prestigio, aburre y entonces uno piensa en los grandes asuntos. Aunque lo que digo parezca elitista, no lo es: yo creo que todo el mundo se plantea los grandes temas y de una forma u otra se da algún tipo de respuesta, al menos en la actitud.

-Fue cristiano practicante y ahora se considera al margen de la Iglesia. Pero reivindica la figura de Jesús ante la de Dios omnipotente. Incluso dice que Jesús fue el primer anticlerical...

-No soy un provocador cuando digo eso; es una opinión compartida por otras personas. Mi proceso en la religión ha sido un tanto especial: mi padre era indio e hindú y mi madre catalana y cristina. Llegó el día en que yo me asfixiaba con el cristianismo, con esa idea de que el hombre es culpable. Eso me llevó a estudiar religiones orientales, y me di cuenta de que todas son híbridas, y me dije: voy a hacer mi propia religión a la carta. Y creo que esto es algo que está muy en el espíritu de los tiempos. Hoy en día no hay ni creyentes ni ateos. La paradoja es que los que son profundamente religiosos, como lo soy yo, no pueden encerrarse en ninguna Iglesia, y los que tienen una religiosidad más débil se afilian a una porque les da una pequeña seguridad.

El riesgo de absolutizar

-En el libro defiende un mundo sin absolutos, sin palabras en mayúscula. ¿No hay entonces valores supremos -Libertad, Amor- a los que agarrarnos en cualquier situación?

-A mí las palabras con mayúscula, incluida la palabra Dios, me causan un profundo recelo. Yo siempre digo que cuando comienzan las palabras con mayúscula -Patria, Revolución, Partido, Verdad-, cuando se apela a ellas, comienzan los crímenes. Ahora, es cierto que Libertad, Amor, también Compasión, tienen un alto valor. Pero no se pueden absolutizar, de la misma manera que la vida tampoco es un valor absoluto y por eso defiendo el derecho a la eutanasia voluntaria. Quizá la libertad, que no sé si es un valor o una cosa más profunda, es lo más importante, lo más hondo de la vida misma.

-Hablando de la vida y la muerte, usted propone una desdramatización de la muerte, pero los niños son los únicos que lo hacen, porque no saben muy bien lo que es.

-En la historia de Occidente es común el intento de neutralizar el miedo a la muerte. Spinoza decía que en nada hay que pensar menos que en la muerte, y eso enlaza con la mística. Los niños no la temen porque, como los místicos, viven aquí y ahora. Cuando eres adulto, si estás volcado en una obra que te importa más que tú mismo, no temes a la muerte ni transcurre el tiempo. También hay malos sustitutivos: los fanatismos, entregarte a una causa, e igual que mueres tú, matas.

-También reivindica el cuerpo, pero entonces ¿no dramatizaremos más su envejecimiento?

-Yo lo revalorizo porque ha habido un espiritualismo donde se ha obviado ese cuerpo. Quiero terminar con la nefasta dualidad entre cuerpo y espíritu.

-¿Esa reivindicación no puede llevar al otro extremo: un culto al cuerpo entre gentes que no leen, que no piensan?

-Sí, es verdad que está pasando eso; se está dando un embrutecimiento audiovisual. La gente lee poco, sobre todo en España. Y eso que uno de los grandes procedimientos para frenar el envejecimiento cerebral, sobre todo, es cultivar la mente. Está claro que los intelectuales envejecen mejor que los obreros manuales. Pero es cierto que vamos hacia una cultura muy superficial aunque haya gentes muy preparadas. Por eso me parece indispensable el mantenimiento de una curiosidad intelectual. A veces me preguntan por mi edad y yo respondo que tengo la de mi curiosidad intelectual.

Dolor y felicidad

-El sexo es otro de los asuntos tratados en su libro. ¿Hemos pasado, como dicen algunos autores, referidos sobre todo a los jóvenes, del sexo-tabú al sexo sin afecto?

-Ampliando un poco el tema del sexo, explico en el libro que en nuestro idioma tenemos poquísimas palabras para hablar del amor. Habría que inventar un nombre nuevo para el amor que incluyera todos sus componentes: el sexo, la mente y el espíritu. Hay muy pocos casos de amor total, que reúnan esos tres componentes, porque tienen que darse muchas casualidades. Es muy posible que entre los jóvenes de ahora primen los amores de puro sexo, pero es que me parece muy difícil que entre ellos se dé el amor total, porque están aprendiendo.

-En ‘Cuaderno amarillo’ define la sociedad como un grupo de terapia hasta que llega la muerte. ¿Son las personas que nos rodean lo más importante de nuestra vida?

-Son importantes, claro. El entorno te constituye. Si estoy rodeado de imbéciles, acabo más imbécil. Y el amor de un hombre o una mujer superior enaltece, eso es evidente. Por eso no se puede aislar lo individual de lo colectivo. La disyuntiva marxista sobre comprender el mundo o transformalo es falsa: si lo comprendes lo transformas, va unido.

-¿Qué aprendizaje se puede obtener del dolor?

-Toda mi vida he tenido una familiaridad con la enfermedad. La enfermedad me ha permitido evitar la desmesura. Yo hubiese sido mucho más frívolo sin ella. El sufrimiento puro no sirve para nada, pero es un recordatorio de la finitud de las cosas. La vida puede ser a veces muy gozosa y a veces muy dolorosa. Son el haz y el envés de la misma realidad.

-¿Pero se puede ser realmente feliz sin haber sufrido?

-No; para ser feliz hace falta haber sufrido. Eso sí que es cierto. Matizo algo lo que acabo de decir. El sufrimiento sirve para madurar. La gente que no ha sufrido es más superficial, sin duda.

-¿Qué cree usted que hay después de la vida?

-Mi filosofía es vivir aquí y ahora, como decía. Con la muerte desaparece el después. La vida se vive. Quien se pregunta mucho por su sentido está dejando de vivir.

-¿Y es humano el deseo de inmortalidad?

-Por supuesto. Toda la Historia es el resultado del deseo de inmortalidad. Desde los edificios construidos por los grandes tiranos hasta lo que hacemos quienes escribimos libros. Uno quiere de alguna manera perpetuarse, eso es muy cierto. Incluso en una cultura sin miedo a la muerte y por tanto sin necesidad de contrarrestarlo con obras, también habría creatividad. La creatividad es uno de los síntomas más profundos de la salud humana.



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