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HENRY GEE
El hallazgo en Kenia de un homínido
de hace 3,5 millones de años complica el rastro de los ancestros
del hombre
Cuanto más se descubre sobre los
orígenes del hombre, menos parece que se entienden. En los últimos
15 años, un torrente de descubrimientos ha doblado la lista de posibles
ancestros humanos, pero en lugar de disminuir la confusión, lo que
ha hecho es aumentarla. Pisándole los talones al fósil keniano Orrorin
tugenensis, según el cual los primeros homínidos serían de hace
unos seis millones de años, llega un espectacular descubrimiento
de Meave Leakey y sus colegas de los Museos Nacionales de Kenia.
El descubrimiento consiste en el cráneo y el rostro destruidos,
pero casi completos, de una especie nueva de homínido. La han bautizadoKenyanthropus
platyops (Hombre de Kenia de Rostro Plano) y procede de la zona
del lago Turkana (norte de Kenia).
El nuevo descubrimiento del famoso
equipo de paleontólogos de Leakey enturbia aún más el ya oscuro
panorama del pasado del hombre. Lo más sorprendente del rostro de
Kenyanthropus platyops es lo humano que parece. Tiene un
aspecto muy similar al de un fósil descubierto en los años setenta
por Richard, el marido de Meave Leakey, y su equipo, en la costa
este del lago Turkana: un cráneo conocido por su número de catálogo,
KNM-ER 1470. Aparte de tener un cerebro pequeño, el 1470 tiene un
rostro muy similar al humano: plano, en lugar de ser protuberante
como el del mono, y con dientes pequeños.
La edad del 1470 fue objeto de controversia
durante algunos años. Ahora se sabe que tiene aproximadamente 1,8
millones de años y ha sido asignado a la especie Homo rudolfensis,
un grupo muy primitivo del linaje humano. Pero con 3,5 millones
de años, el Kenyanthropus platyops es casi el doble de viejo
que el 1470, y tan antiguo como otro homínido muy antiguo, Australopithecus
afarensis (especie a la que pertenece el famoso esqueleto Lucy).
Sin embargo, mirándolo con más detenimiento,
se advierte que el cráneo Kenyanthropus presenta una mezcla
de características avanzadas y primitivas. Por ejemplo, su pequeño
canal auditivo es más parecido al de los chimpancés y los miembros
más primitivos del linaje humano que vivieron en África oriental
hace algo más de cuatro millones de años (Australopithecus anamensis
y Ardipithecus ramidus). De hecho, en algunos aspectos, el
Kenyanthropus es más primitivo que Lucy.
Todo esto indica que en un momento
temprano de la evolución apareció un rostro plano, parecido al humano,
junto a una variedad de otras formas faciales, y no fue producto
del tipo de desarrollo progresivo, lineal y evolutivo que popularmente
se imaginaba.
Hasta hace poco se creía que los
miembros más antiguos de la familia humana -Ardipithecus ramidus,
Australopithecus anamensis y especialmente Lucy- podían
estar estrechamente ligados a un único linaje. Se pensaba que esta
línea evolutiva había surgido de la divergencia entre el linaje
humano y el que dio lugar a los monos -en algún momento hace entre
cinco y diez millones de años- y de un brote de diversidad entre
hace aproximadamente tres y dos millones de años. En aquel momento,
una estirpe generalizada de criaturas bípedas, aunque parecidas
al mono, se diversificó para convertirse en formas especializadas.
Una forma era el Paranthropus,
un grupo de vegetarianos con el cerebro pequeño y la mandíbula grande
y trituradora. A esta categoría pertenece el Hombre Cascanueces,
descubierto por Louis Leakey (padre de Richard, suegro de Meave)
y sus colegas de la garganta de Olduvai, en Tanzania. Otra forma
era una criatura más inteligente y con una complexión más ligera
denominada Homo habilis descubierta por Louis Leakey,
que pudo haber utilizado herramientas, vivió hace unos 2,5 millones
de años y es muy parecido al H. rudolfensis.
Pero algunos investigadores consideran
que el H. habilis y otras variedades de Homo temprano
no representan un tipo de criatura suficientemente diferenciada
de la vertiente general del Australopithecus como para merecer
su propio género, y menos aún del de Homo, a la que nosotros
pertenecemos. No se puede decir lo mismo del Homo erectus,
que evolucionó hace unos dos millones de años y que es claramente
humano en su comportamiento, anatomía y habilidad para fabricar
herramientas. (Las herramientas atribuidas al H. habilis
podrían haber sido fabricadas por el Paranthropus o algún
otro homínido).
El prestigioso paleoantropólogo Bernard
Wood y sus colegas de la Universidad George Washington (EE UU) consideran
que H. habilis y H. rudolfensis son más parecidos
al Australopithecus. Razonan que, si se incluyen con el Homo,
el grupo resulta imposible de definir. Lamentablemente, esta propuesta
convierte al Australopithecus en un saco de formas muy diversas,
que algún día habrá que separar. Una de las consecuencias de la
clasificación de Wood es que el 1470 ya no debería considerarse
más cercano al linaje humano que, por ejemplo, el Australopithecus
africanus, de Suráfrica. Así, no es posible distinguir a un
miembro del género Homo sólo por su cara.
Por esta razón, el equipo de Meave
Leakey dudó antes de asignar a su nuevo fósil al género Homo.
Llamar Homo a una criatura de la antigüedad del Kenyanthropus
habría reavivado el debate sobre la edad del 1470. Pero el equipo
también dudó en llamar a su criatura Australopithecus, temiendo
que ese género perdiera su sentido por incluir demasiado.
Así que crearon un nuevo género -Kenyanthropus-
en el cual sugieren que también podría clasificarse al 1470. Es
probable que esta decisión levante muchas cejas, porque crea un
linaje previamente desconocido de criaturas de gran antigüedad que
tenía un rostro humano, pero que no estaba necesariamente más relacionado
con el linaje humano que cualquier otro miembro del Australopithecus.
Lo más sensato sería dividir el Australopithecus en unidades
más pequeñas y manejables. Pero no parece que haya una forma fácil
de hacerlo.
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En general, encontrar fósiles
es algo absolutamente excepcional, y encontrar los de parientes
extintos más cercanos del hombre lo es todavía más. Probablemente
sólo se haya arañado la superficie de la diversidad biológica
del pasado, y esta falta de pruebas hace muy difícil dibujar
un árbol genealógico convincente de la evolución humana. En
vista de lo cual, es más fácil agrupar las pruebas de restos
de homínidos de hace entre cuatro y dos millones de años en
el cajón de sastre Australopithecus, que crear una
plétora de nombres nuevos que no se traducen fácilmente en
linajes evolutivos significativos. Más perturbador resulta
el hecho de que la naturaleza de las pruebas disponibles -huesos
y dientes- podrían dar más información, por ejemplo, sobre
las adaptaciones de las criaturas a las que pertenecieron,
que sobre sus relaciones evolutivas. Esto desalentaría toda
esperanza de obtener una comprensión detallada de la ascendencia
humana en el futuro cercano. Y lo preocupante es que el nuevo
Kenyanthropus indica que esta última hipótesis podría
ser cierta. Su curioso mosaico de características primitivas
y avanzadas probablemente tenía sentido funcional para una
criatura que se ganara la vida en el mundo real. Pero para
el estudiante de las relaciones evolutivas, resulta como mínimo
desconcertante. Puede que la comprensión llegue, dentro de
unas décadas, si hay suerte y se descubren aún más formas
fósiles, pero los augurios no son buenos. Parece que cuanto
más se descubre sobre los orígenes humanos, menos se entiende.
Y las técnicas de la biología molecular no serán de gran ayuda
en paleontología si no se recupera el material genético (ADN)
de todas estas formas fósiles del pasado remoto, algo que
parece de lo más improbable.
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