El País Semanal, 19 de diciembre de 1999: 121-126.
Jesús es, sin duda, el personaje histórico sobre el que menos se sabe y del que más se ha escrito en el mundo. Es el personaje que mayor repercusión ha tenido en la historia de los últimos 20 siglos, llegando a condicionar la vida, el arte, la cultura y las costumbres de millones de personas. En su nombre se emprendieron matanzas de inocentes, cruzadas y guerras santas, y se irguieron hogueras inquisitoriales. Y miles de sus seguidores derramaron su sangre por defender la fe en él. Es también la figura más poderosa de la historia.
Si Jesús fuera un judío que viviera en este fin de siglo no estaría en el 1999, sino en el 5759, que es el año actual según el caledario judío. Por contra, fue aquel hombre nacido en Nazaret el que con su existencia promovió hasta el cambio de calendario en Occidente, nuestro calendario, que empieza a partir de la fecha de su nacimiento. Una fecha que, por cierto, nadie conoce con certeza.
Es una incógnita más. Una más de las que rodean su vida. ¿Qué sabemos realmente de su persona? Los documentos históricos profanos, es decir, no cristianos, que hablan de Jesús -generalmente escritos por historiadores romanos- son muy pocos y se pueden resumir en pocas líneas. Sin olvidar que no existe la certeza absoluta de que sean auténticos. El resto, incluidos los evangelios y demás textos del Nuevo Testamento -escritos años después de su muerte y por personas que le conocieron, en algunos casos, de segunda mano-, pertenecen más al Jesús de la fe que al Jesús histórico. Por eso, para muchos historiadores, Jesús fue un personaje creado por los judíos disidentes, que necesitaban un Mesías que cumpliera las profecías del Viejo Testamento, pero que nunca existió realmente.
Y, sin embargo, sin la existencia de un Jesús de carne y hueso no existiría el cristianismo, que no es una religión mitológica, sino histórica, que predica que la divinidad se encarnó en un judío de Nazaret que fue crucificado en tiempo de Poncio Pilato. Un judío del que no se sabe cuándo y dónde nació ni la fecha en que fue crucificado, aunque los últimos estudios parecen confirmar que la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén descansaría sobre el lugar de su muerte y enterramiento.
Es tan poco lo que se conoce realmente de él, de su vida y de su familia, incluso lo que se conoce a través de los testimonios cristianos, que hasta las fiestas litúrgicas que la Iglesia conmemora en torno a su biografía no tienen fundamento histórico en cuanto a las fechas en que se realizan. Nada se sabe, por ejemplo, de la fecha de su nacimiento. La celebración de la Navidad el 25 de diciembre fue la mera adaptación de una fiesta pagana o la transpolación de la fecha de nacimiento de antiguos dioses míticos. Nadie sabe ni el día ni el mes en que nació. Ni el año. De su muerte se sabe sólo que coincidió con una Pascua judía, y se han hecho en vano mil malabarismos para calcular cuándo fue crucificado.
En el siglo VI, cuando el monje griego Dionisio el Exiguo propuso que el calendario cristiano comenzara a partir de la fecha del nacimiento de Cristo, él mismo se hizo un lío y acabó decidiendo que había nacido el año 754 de la fundación de Roma. Aun así se equivocó en sus cálculos en cuatro años, por lo que se calcula que Jesús pudo nacer el año 4 antes de la era cristiana.
De la familia de Jesús se sabe muy poco. En algunos lugares de los escritos del Nuevo Testamento se habla de los "hermanos" de Jesús y en otros de "primos". Se discutió durante siglos si la misma palabra griega significaba a la vez hermano y primo, y que por ello habría sido traducida de forma diferente. Pero la negación de que Jesús tuvo otros hermanos parece estar relacionada con el dogma de la Iglesia de que María fue virgen antes y después del parto. Pero nada se sabe históricamente sobre ellos.
Los biblistas católicos más modernos coinciden en que la virginidad de María nació y se convirtió en dogma de fe para poder aplicar a Jesús la antigua mitología, que afirmaba que todos los personajes famosos de la historia "nacían de una madre virgen". Otra vez la mitología.
En cuanto al relato de su nacimiento en Belén, nada se puede probar hasta hoy. Hasta el papa Juan Pablo II dejó perplejos a miles de fieles durante una audiencia al afirmar que no existía certeza de que Jesús hubiera nacido en Belén. Hoy todo hace pensar que no existió ningún empadronamiento en aquella época (el motivo que esgrime el evangelio para argumentar la presencia de sus padres por esos pagos), y que, por tanto, no tenía ningún motivo el viaje a Belén. También la narración de los tres Magos (nunca los evangelios hablan de que fueran reyes) está hoy considerada como mitológica, con lo que carecería de fundamento la matanza de niños recién nacidos por mandato de Herodes.
Por lo que se refiere a Nazaret, su pueblo de origen, hasta unas recientes excavaciones todo hacía pensar que no había existido: nunca había aparecido ni en el Antiguo Testamento, ni en los escritos de Flavio Josefo, ni en ningún documento antiguo. Según parece, se podría tratar de un pueblo desconocido de la región de Galilea que sirvió de cobijo a revolucionarios nacionalistas. Se pensaba que tuvo que ser una aldea mínima que no contaba nada en el tiempo de Jesús.
Menos aún se conoce sobre su juventud, sobre ese periodo de años que transcurre desde que a los 12 años Jesús se enfrentó con María y José, tras haberse perdido en el templo y haber dejado boquiabiertos con sus juicios a los sacerdotes, y los años maduros, cuando aparece en su vida pública. ¿Qué hizo en esos 20 años? Nada se sabe. Ni si estudió o trabajó, o incluso si se movió fuera de Palestina. Hay quien piensa que pudo viajar hasta la India. ¿Fue un monje esenio? ¿Estuvo casado? ¿Fue un hijo obediente o rebelde? ¿Estuvo mezclado con los grupos revolucionarios de aquel tiempo? ¿Era un judío practicante? ¿Quién era José? ¿Era de verdad un hombre anciano como se ha hecho ver al no admitirse que María pudiera haber tenido otros hijos? Son preguntas sin respuesta después de 2.000 años y de bibliotecas enteras escritas sobre Jesús.
Prácticamente, tampoco sabemos nada de su aspecto físico: si era alto o bajo, delgado o grueso, de tez clara u oscura. Hubo hasta algún padre de la Iglesia que sostuvo que era feo y bajito. Lo cierto es que no existe una frase en todos los escritos neotestamentarios que hable de su apariencia. Se ha querido deducir que era alto y de unos 30 años cuando murió, a través de la famosa Sábana Santa de Turín. Pero la sábana es una reliquia de la Edad Media, por lo que no existe ningún fundamento científico de que aquella imagen de un crucificado, fijada en positivo en un lienzo de lino, pertenezca a Jesús. Como máximo, los expertos intentan probar que pertenece a una persona que murió en Palestina en la época en la que se supone que vivió Jesús. Pero nada más.
Lo que parece más seguro, a través de los textos que suelen considerarse auténticos, es que Jesús poseía una gran personalidad; tenía un gran carisma, dotes de mago, le gustaba provocar al orden constituido y era poco amigo de los poderosos del templo: sacerdotes y fariseos. Era un provocador con una dosis no pequeña de paradojas, que predicaba la paz y la armonía y aseguraba que había venido a "separar a los hijos de los padres". Un hombre libre que se atrevió a desafiar la sacralidad inviolable del judío, diciendo que había sido creado para servir a los hombres y no al revés. Y, sobre todo, poco amigo de ver sufrir a la gente: se dice que curaba a todos los que padecían de alguna enfermedad, y a sus discípulos los acusaba de no ayunar y de acudir, junto con él, a bodas y a fiestas mezclándose con publicanos y prostitutas. Por cierto, que su biografía muestra a un hombre más liberal en sus puntos de vista sobre la mujer y la sexualidad que el de la iglesia que vino tras él.
John Dominic Crossan, un catedrático católico de estudios bíblicos en Estados Unidos, acaba de realizar el mayor esfuerzo conocido hasta ahora para descubrir la figura histórica de Jesús de Nazaret a la luz de una crítica rigurosa que ha titulado, Jesús, vida de un campesino judío. Tras su investigación concluye que el Jesús histórico fue "un campesino judío, con un programa social revolucionario, cuyo valor tiene un valor perdurable al margen de los milagros y de la Resurrección".
Tampoco sabemos demasiado de lo que predicó realmente. Lo que conocemos es más bien un reconstrucción más literaria que histórica de lo que pensaban las primeras comunidades cristianas, casi cien años después de su muerte. Tanto los evangelistas como san Pablo no habían conocido a Jesús, y se limitaron a recoger lo que se había transmitido oralmente tras haber pasado por la criba de no pocas polémicas y discusiones entre los diferentes grupos que seguían su doctrina y que se disputaban la autenticidad de su credo. No se puede olvidar que los mismos Pedro y Pablo se enfrentaron en el primer Concilio de Jerusalén hasta llegar a las manos en la discusión de si los nuevos cristianos debían seguir siendo judios y circuncidados.
De los evangelios llamados apócrifos, que en griego significan ocultos y hoy son sinónimos de anónimos, y que no están aprobados oficialmente por la Iglesia como canónicos, no tenemos ninguna seguridad de que recojan elementos históricos de la vida de Jesús. Por el hecho de narrar los detalles más pequeños y concretos de su vida se piensa que fueron escritos para compensar el silencio que sobre ello mantienen los evangelios canónicos. Sirvieron sólo para rellenar la curiosidad de los primeros cristianos, ansiosos de conocer detalles de las primerísima infancia de Jesús y de los más de veinte años de vida joven de Jesús, de los que ningün evangelista habla.
En los evangelios apócrifos se encuentran las cosas más peregrinas: desde que era un ángel el que alimentaba a Jesús cuando era bebé hasta que esculpía pajaritas de barro, las soplaba y cobraban vida. Y alguna que otra maldad, como dejar ciegos a quienes hablaban mal de él. En el Protoevangelio de Santiago, es la comadrona Salomé quien, descreída de que María fuera virgen, la examina para cerciorarse del milagro.
En cuanto a los cuatro evangelios oficiales y a las cartas de san Pablo, consideradas anteriores cronológicamente a los mismos evangelios, hasta el siglo XVIII la Iglesia los aceptaba como históricos, auténticas biografías de Jesús. Sólo cuando con la Ilustración se hace presente la crítica histórica, los exégetas, incluso los católicos, empiezan a admitir que estos textos tiene que ser vistos más como testimonios de la fe en Jesús de los primeros cristianos que como documentos históricos. Y es a partir de entonces cuando empiezan también a preocupar menos las contradicciones que aparecen entre los diversos evangelistas, que serían inconciliables si se tratara de verdaderos documentos históricos.
En relación con las palabras literales que nos hayan podido quedar de Jesús, hoy suele admitirse que las más auténticas son las frases más oscuras de los evangelios, las que tienen difícil traducción e interpretación, ya que se supone que han sido recogidas tal como se habían transmitido oralmente aun no entendiendo su sentido.
Una de estas frases consideradas auténticas, como aparece en la obra The five gospels, de Robert W. Funk y Roy W. Hoovers, es la que pronuncia Jesús contra los ricos, cuando afirma que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico se salve". Y aun en ese pasaje se considera que hay una frase que fue añadida por los evangelistas para endulzar la dura afirmación de Jesús, cuando se lee: "Pero lo que parece imposible a los hombres, para Dios puede ser posible".
Otro tema que parece auténtico es su actitud libre con las mujeres en un contexto histórico en el que la mujer no contaba: no podía ser testigo creíble en un juicio, pasear con libertad por la calle y podía ser condenada a la lapidación por adulterio. En el pasaje del diálogo de Jesús con la mujer libertina del pozo de Samaria, el mismo evangelista cuenta que los apóstoles acabaron escandalizándose se su actitud. Y no dejaba de ser chocante la defensa que hacía de las prostitutas.
En general, los exégetas más modernos consideran que apenas una docena de frases de los evangelios se podrían adjudicar a Jesús y ser auténticas. Las demás son los evangelistas quienes las ponen en su boca. De ahí las diferencias y contradicciones entre los diferentes evangelios. Ni siquiera la importante oración del padrenuestro aparece igual en los diferentes textos neotestamentarios.
Al final, la gran pregunta es: ¿existió Jesús realmente?
Durante mucho tiempo, la duda sobre la existencia de Jesús atormentó a los cristianos y a la Iglesia. Fue un debate en el que ya se habían enzarzado los padres de la Iglesia contra los herejes que consideraban que Jesús era sólo un mito. Hoy todo hace pensar que sería difícil -incluso con los pocos testimonios no cristianos que existen- demostrar que Jesús no existió.
En cuanto a los escritos de los historiadores romanos como Flavio Josefo, Plinio el Joven y Tácito -aun aceptando que se trate de textos adulterados por los traductores cristianos, que pusieron grandes elogios sobre Jesús en boca de los historiadores romanos-, hoy es imposible negar que tuvieran conocimiento de la existencia de un judío rebelde llamado Jesús, "acusado como agitador por los hombres de más alta condición", como escribe Flavio Josefo, "que tuvo muchos seguidores, sobre todo entre los más pobres, y que fue mandado crucificar por Pilato".
Como afirma el teólogo español Juan José Tamayo en su libro Por eso lo mataron, los pocos documentos existentes, "a pesar de la sobriedad de los datos y de la escasa información que ofrecen, brindan por lo menos un par de elementos de interés para una cristología de relevancia histórica: el reconocimiento de la historicidad de Jesús". Es decir, que se trató de un personaje real y no de un mito.
Y, sin embargo, hasta finales del siglo pasado no pocos estudiosos del mundo mítico, como Albert Churchward y Joseph Whelles, siguieron defendiendo que Jesús fue un simple mito construido con elementos de las escatologías egipcias. Cuantos siguen aún hoy defendiendo la tesis del Jesús mítico piensan que se trató de incorporar al personaje Jesús, nuevo Mesías, elementos de otros dioses y personajes religiosos mitológicos siglos anteriores a él.
Para estos autores existe una coincidencia importante entre el Jesús presentado por los cristianos y los personajes y dioses anteriores, como Horus de Egipto, Mithra de Persia y Krishna de la India. Todos nacen de una madre virgen. Horus y Mithra nacen el 25 de diciembre. Todos hicieron milagros, tuvieron 12 discípulos que serían los 12 signos del Zodiaco; todos resucitaron o subieron al cielo después de la muerte. Horus y Mithra fueron llamados Mesias, Redentores e Hijos de DIos. Y Krishna fue considerado como la Segunda Persona de la Trinidad y fue perseguido por un tirano que mató a miles de niños.
Piensan estos adversarios de la historicidad del cristianismo que muchas de las cosas que aparecen en los evangelios son traducciones judías de mitos egipcios. Así, en la resurrección de Lázaro, se trataría de la mumia resucitada de entre los muertos que los evangelistas tomaron de Al-Azar-us del mito griego de Horus, mil años antes de Jesús. También el enemigo de Horus era Sata, de donde saldría Satán. Horus, como mil años después Jesús, luchó también 40 días en el desierto contra Sata, en una lucha simbólica entre la luz y la oscuridad.
Justamente porque se conoce muy poco del Jesús histórico han podido ser escritas infinitas semblanzas y biografías sobre él. Hay estudios de Jesús para todos los gustos: desde el espiritualista y místico al revolucionario y comunista. Hay quien lo ve como un judío celoso de la ley y quien asegura que fue un peligrosos subversivo e instigador del poder constituido. Quienes le atribuyen la fundación de una nueva Iglesia y de una nueva religión y quienes ven en él, al contrario, el antagonista del templo, que vino a liberar a la humanidad de la esclavitud de las religiones organizadas y burocratizadas.
Quien lo presenta como el creador de un nuevo sacerdocio y quien asegura que fue solo un seglar que nunca perteneció a la casta sacerdotal, con la que hizo pocas migas.
Los cristianos afirman con razón que para ellos lo más importante no es conocer lo que hizo y dijo Jesús, sino la fe en él, como Salvador de todo lo que hace al hombre esclavo fuera y dentro de sí mismo. Y quizá lo más chocante de su vida sea la hora de su muerte en la cruz. Considerado como Hijo de Dios por la Iglesia, se lee, sin embargo, en los evangelios que murió en la oscuridad de una crisis de fe tras haberse sentido solo y abandonado por Dios.