Ariadna




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El productor Aaron Spelling, padrino de Dallas, Los Colby y Melrose Place, debería darse una vuelta estos días por los juzgados de Houston para encontrar un guión con las adecuadas dosis de sexo, dinero -muchísimo- y familias envenenadas de odio -directamente proporcional a la fortuna en juego- para resucitar con éxito el género que nos introdujo a conspiradores como J.R, mujeres de mala vida como Sue Ellen y tantas pérfidas Amandas.

Allí mismo hallaría a la protagonista perfecta, con la suficiente ambición, talla, altura y bajura para hacer palidecer a aquellos cándidos y ochenteros elencos. Su nombre, el más conocido de ellos, es el de Anna Nicole Smith, viuda de Marshall.


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Y aunque acuda a los juzgados recatada, con su melena recogida en una austera coleta y sus públicas curvas muestren una corregida rectitud, no se equivoquen. Smith es una rubia peligrosa a punto de quedarse con un tercio de una de las mayores fortunas del petróleo tejano, cerca de 450 millones de dólares, unos 87.750 millones de pesetas.

Anna Nicole es la nueva viuda alegre de América. Una mujer de ascendente carrera. De camarera de fast-food a stripper (artista de streptease), de playmate a actriz porno, de cazafortunas a exitosa viuda de J. Howard Marshall, fallecido hace dos años a los 90 años de edad. Smith asegura que los años salvajes son cosa del pasado; que J. Howard Marshall, con su cálida protección -valorada en unos 1.350 millones de dólares, alrededor de 265.000 millones de pesetas- la ha transformado en una nueva mujer y que los 450 millones que reclama al hijo mayor de su difunto papito, como le llamaba, es un legado prometido en el lecho conyugal, aunque nunca fuese rubricado en el testamento final. Si triunfa, Smith se habrá embolsado unos 200 millones de pesetas por cada día de su matrimonio -duró 14 meses- junto al anciano magnate. La batalla legal de Magdalena Smith, de 32 años, y Pierce Marshall, es una de las guerras familiares con más golpes bajos y tretas sucias jamás vista. La ex playmate cuanta como aliado con su hijastro, Howard III, de 65 años, primogénito de Marshall, que había sido desheredado en su día.

El viejo Marshall había redactado, al menos, ocho testamentos en su vida. En ninguno de ellos nombraba ni a su hijo mayor ni a su joven esposa. Las leyes de Texas tampoco reconocen los legados orales y menos sin apenas testigos. Pero la viuda ha llegado a Houston con el respaldo de una sentencia de otro tribunal californiano que, a finales de septiembre, reconoció que su declaración de bancarrota está respaldada como pariente con la fortuna prometida por el difunto en sus últimos días. Smith tiene derecho, al menos, a los usufructos conyugales del tiempo que duró el matrimonio. Todo parece indicar que el caso se resolverá por un arreglo pacífico entre las dos partes, como sucede en nueve de cada diez litigios de este tipo. Si es así, Anna Nicole podrá culminar su sueño, abrir su propia productora de cine y realizar filmes de porno ligero. "Como aquellos inocentes de los años 50 y los primeros de Marilyn Monroe", asegura. Gracias al oro negro alcanzará la cumbre en la carrera de las rubias ambiciosas: el pedestal platino.

Imparable carrera. Porque los cabellos de Anna Nicole nunca fueron tan radiantes ni sus curvas fueron tales. El brillo dorado ha ido ganando lustre conforme ascendía en su meteórica carrera. A los 16 años, la regordeta Vickie Lynn Hogan (su nombre real) lo que en Estados Unidos se conoce como white trash (basura blanca), una joven de familia destrozada y de escasos recursos residente en una empobrecida zona rural cerca de Waco, Texas. A los 17 años ya había cerrado el ciclo vital de muchas de la mujeres de su entorno: casada con Billy Wayne, el novio de toda la vida del instituto, cuidaba de su pequeño bebé, Daniel, mientras servía mesas en Jim's Krispy Fried Chicken, el fast-food local, donde también trabajaba su esposo.

Vickie, fascinada con la vida de Marilyn Monroe, necesitaba reinventarse a cualquier precio. Así que enfiló hacia Houston con los 8.000 dólares (algo más de un millón y medio de pesetas) prestados por un nuevo compañero y emprendió la transformación: una implantación de silicona que elevó a su talla a la 130 y multiplicó sus posibilidades de éxito en los clubes de carretera de la capital del petróleo de Estados Unidos.

Reportaje En Gigi's, considerado el antro de más clase de la provinciana Houston, Vickie adoptó el nombre de guerra de Robyn. En aquellos tiempos se ganó la fama de chica salvaje, sexoadicta compulsiva, bisexual descarada, borracha esporádica y toxicómana habitual. Ésa es la imagen que la triste viuda Marshall lleva tratando de borrar en el último año de guerra legal contra su hijastro Pierce Marshall. Pero los abogados y detectives de éste se han encargado de airear los detalles más sórdidos de los tiempos del Gigi's, donde Anna Nicole dejó tan mal recuerdo que sus antiguas compañeras de barra dudan si no fue ella quien terminó con la vida de su viejo esposo. "Anna Nicole no tenía escrúpulos en terminar sus noches acostándose con cualquiera, y mejor una mujer", asegura Mary, una ex compañera. En el libro Great Big Beautifull Doll (La más hermosa de las muñecas), una venganza en tinta del fotógrafo y antiguo manager Eric Redding, asegura que el aparcamiento del Gigi's era la segunda sala de operaciones favorita de la joven stripper. Redding asegura ser otra de las víctimas de la ambición de Anna Nicole. "Usar y tirar es su lema", dice.

Anna no tenía tiempo para mirar al pasado cuando por delante se le plantaba una oportunidad en la revista Playboy, el equivalente en el mundo del porno y los sexclub de pasar de la clase C a la clase A. La portada de marzo de 1992, en el número de las Debutantes, fue la catapulta para la popularidad. La exuberante chica iba a reemplazar nada menos que a Claudia Schiffer como la cara de unos pantalones vaqueros. El propio presidente de la empresa le dio su actual nombre y colocó su voluptuoso trasero por todo el país. Según la biografía escrita por Redding, Anna Nicole pagó el peaje obligado y el presidente de la compañía de ropa vaquera pudo contrastar, en carne y hueso, durante unas vacaciones en Acapulco, el material publicitario que compraba para su firma.

Con aquellas formas no iba a llegar muy lejos en el mundo de las escuálidas modelos de la alta costura. Y entre una arriesgada y mediocre carrera en Nueva York o Los Ángeles y el dinero, Anna Nicole optó por lo segundo. El anciano Howard Marshall le brindó enseguida la oportunidad. Era un verdadero "viejo barón del petróleo", miembro de una de las principales familias que se reparten los dos grandes negocios del estado de Texas, la ganadería y el crudo, como los Bush o los Koch. El octogenario Marshall había sido un crápula toda su vida, pese a llevar años en una silla de ruedas. Mientras su segunda esposa, Betty, fallecía de alzheimer, Howard mantuvo una relación estable de 20 años con Lady, la stripper Jewell Diane Walker. Lady era también la dama de ceremonias y alcahueta de las múltiples orgías a las que cualquier empleada de club de Houston quería ser invitada. Varios números lésbicos frente al ardiente Marshall, buen whisky, excelente coca y mucho dinero, 500 dólares la noche de media, casi 100.000 pesetas. Posiblemente, Howard, de 87 años, y Anna Nicole se conocieron en alguna de aquellas fiestas o en el Cabaret de Rick, donde el multimillonario acudía en persona a escoger las chicas para su próxima juerga.

Una relación sin sexo. En 1991 Howard se había quedado solo, sin amante ni mujer, y deprimido. Animada por el propio guardaespaldas del octogenario, Smith fue ocupando el papel de amante y esposa. "No era su amante, era su muñeca", dice su ex representante. Privados del sexo, la relación de Howard y Anna Nicole era la del papá y la niña consentida. "Le encantaba vestirme con ropa provocativa que dejase ver mi pecho. Era un hombre lleno de amor y con ganas de divertirse", cuenta la viuda.

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A la izquierda, la exuberante modelo desfilando con un conjunto de lencería de la colección de Lane Bryant's en febrero de este año. A la derecha, Anna Nicole posó para la nueva publicidad de unos pantalones vaqueros el pasado verano. Según uno de los biógrafos de la aspirante a millonaria, Eric Redding, pagó el peaje de ser elegida para tal fin con un viaje a Acapulco junto al presidente de la compañía de ropa.

De acuerdo con los abogados de Pierce Marshall, el hijo menor del difunto magnate y heredero único de momento, en esa época Anna Nicole recibió entre 8 y diez millones de dólares en regalos, casi 2.000 millones de pesetas. El dinero de bolsillo diario no bajaba de los 50.000 dólares, cerca de los diez millones. En 1993, en una sola hora, gastó 1,3 millones (más de 250 millones) con la chequera del millonario. Durante su viaje de bodas, Marshall la obsequió con 1,2 millones (alrededor de 230 millones de pesetas) en joyas de la firma Harry Winstons de Nueva York. Anna Nicole también tiró sin medida de sus tarjetas de crédito a cuenta de la fortuna que una vez casada o enviudada habría de venir. Agasajaba con regalos a su amante, el guardaespaldas haitiano Pierre DeJean, mantenía su ritmo de drogas y alcohol, el dinero y las joyas desaparecían sencillamente de forma misteriosa. Algunas de éstas sufragaban los plazos de sus créditos.

A sus 60 años, Pierce Marshall conocía lo suficiente a su padre como para saber que su pasión por la vida no iba a interferir con los negocios de familia. En 1994, el viejo Marshall anunció su compromiso de bodas y la situación cambió. El acuerdo prenupcial no daba excesivas posibilidades a Anna Nicole, pero la joven madrastra de 24 años tenía un influencia impredecible sobre él. "Salir conmigo le devolvió la vida. Dejó de usar la silla de ruedas y comenzó a caminar con el bastón. Nuestro amor le resucitó", ha afirmado. La ambición de Smith preocupaba de tal manera a Pierce que enseguida se autoproclamó en 1994 único asesor legal del padre. Según los abogados de ella, el testamento comenzó a ser revisado. De los 450 millones de dólares prometidos no quedó ni rastro en el documento.

El compromiso Marshall-Smith dejó a la conservadora sociedad tejana de piedra, pero cuando un barón se casa nadie rechaza la invitación. En la ceremonia en la Capilla White Dove de Houston nadie arqueó la ceja y las crónicas sociales de los diarios apenas cuestionaron a la extraña pareja. El matrimonio fue un seguro de vida para Anna Nicole. Le daba la libertad suficiente para expandir su ritmo festivo. En la luna de miel en Bali, celebrada antes de la boda, ella pasó posiblemente más tiempo con su guardaespaldas que con su marido. Pero aquello formaba parte de un tácito acuerdo entre la pareja. Lo cierto es que el viejo barón nunca impidió ni censuró las infidelidades de su esposa.

Sin embargo, todos aquellos amantes hoy le dan la espalda en el juicio y están dispuestos a testificar en su contra. El guardaespaldas haitiano la califica de "monstruo insaciable" y su antiguo chófer reivindica ser una de las víctimas sexuales de su frenética promiscuidad. Entre los testigos contra Anna figura también una supuesta ex amante con la que compartió cama durante el año que duró su matrimonio.

El empeoramiento en el estado de salud de Howard la devolvió casi a la indigencia. El hijo logró que un juez de Houston impidiese las visitas hospitalarias a Anna Nicole alegando la inestabilidad psicológica de su madrastra y su dudoso estado de salud. Un cuerpo de guardias de seguridad impedía que se acercarse a la clínica. El fallecimiento del esposo, en 1995, sentenció la derrota frente a su anciano hijastro. Vestida con un ajustado traje blanco de mangas cortas, la viuda fue vetada del servicio religioso familiar. Pese a sus intentos de realizar una ceremonia católica, los restos mortales fueron incinerados. Sólo después de una bochornosa pelea legal, Anna Nicole y Pierce llegaron al acuerdo salomónico de repartirse las cenizas. "La gente no comprende que nos amábamos, y que nos hacíamos felices. Él estaba orgulloso de mí y ahora me he quedado sola".

Pobre de nuevo. La viuda de 26 años se había quedado sin nadie y sin un dólar. Con Howard en el hospital, todas la deudas fueron aflorando y ningún cheque llegaba. El consumo de drogas y alcohol se multiplicó. Recluida en un modesto barrio de Los Ángeles junto a su hijo Daniel, engordó más de 30 kilos a base de purés de patatas, salsas gravy, Twinkies y Dream Pies, su comida-basura favorita. Por suerte, como en cualquier serie del género Spelling en la que reaparecen familiares de la nada, la entrada en escena de Howard Marshall fue providencial para Anna Nicole. El hijo mayor del difunto millonario regresó para reclamar también la parte de la tarta que le correspondía.

Howard había sido desheredado en su día por el padre tras intervenir en la guerra de los Koch, la mayor fortuna petrolera privada de Estados Unidos, en la que el viejo Howard Marshall poseía una amplia participación. Howard se había posicionado con el hermano Koch equivocado. Este verano, limpia de drogas y reoperada, Anna Nicole regresó a la escena. Primero, para combatir con éxito la declaración de bancarrota en un tribunal de California. Y ahora para lograr al menos 450 millones de dólares que puedan devolverle el color platino a sus cabellos.

Los mejores links de Anna Nicole Smith en: www.famous babes.com/anna/anna.htm


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