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EDICIÓN IMPRESA > CULTURA ESTADÍSTICA DE LA NOTICIA
Domingo, 17 de junio de 2001

FRANCISCO CALVO SERRALLER
CRÍTICO DE ARTE

'No hay ningún arte imperecedero'

JOSÉ ANDRÉS ROJO | Madrid

En el salón hay acumuladas cosas de la más diversa procedencia. En un rincón cualquiera convive una novela de Dostoievski con un compacto de Cheikh Lo. Está el televisor, cuadros y fotos, torres y torres de libros. El ámbito idóneo para un sabio despistado. El propio crítico ha hecho alusión a su aspecto en esos términos. Pero no hay despiste de ningún tipo: Francisco Calvo Serraller tiene sus raíces firmemente arraigadas en el presente y no se le escapan sus cambios vertiginosos.

Hace no mucho publicó Las cien mejores obras del siglo XX. Historia visual de la pintura española (Tf. Editores) y, ahora, El arte contemporáneo (Taurus), que explora los episodios fundamentales de una historia salpicada de seísmos. Todo empezó alrededor de la mitad del siglo XVIII, cuenta, y sigue su curso hasta ahora y siempre bajo el fundamento del cambio. El arte como 'la inapelable sucesión de novedades o modas'.


'Nadie sabe lo que es el arte contemporáneo. Ni se sabe adónde va, ni si va a detenerse en algún lugar'


  

Nacido en Madrid en 1948, catedrático de Historia del Arte Contemporáneo en la Universidad Complutense de Madrid, miembro de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, comisario de múltiples exposiciones y autor de numerosos libros, fue director del Museo del Prado y dirige ahora la Base de Datos de Arte Español y Contemporáneo ARCO-DATA; y con todo eso detrás, Calvo Serraller se reconoce sobre todo como crítico, y como crítico que escribe en los periódicos, en EL PAÍS, sin ir más lejos.

Pregunta. Profesor, historiador y crítico, ¿cómo se compaginan dedicaciones tan diversas?

Respuesta. Aunque la crítica haya sido considerada muchas veces algo ignominioso por la Academia, gracias a ella he mantenido una relación viva con el arte. No existe una relación personal con el arte si no hay también una relación de valores, si no hay una actitud crítica. No hay trucos para sobrevivir en este oficio. Estás siempre expuesto. Eres como un criminal que retransmite su crimen, cuando el interés de todo criminal es permanecer en la clandestinidad.

P. ¿De qué manera ha influido en su trabajo la variedad de tendencias que conviven en el arte actual y la ausencia de canon?

R. El inventario de propuestas se ha abierto tanto en el arte de nuestros días que es lógico que no se pueda tener la misma cualificación para hablar de ingeniería civil, moda textil, cuadros, instalaciones o vídeos. Son tan distintos los ámbitos que es lógico que surjan subespecialidades. Hay algo capital, en cualquier caso: nadie sabe lo que es el arte contemporáneo. Ni se sabe adónde va, ni si va a detenerse en algún lugar. Además, no es que el arte contemporáneo no respete ningún canon, es que la condición que lo define es no tenerlo.

P. Sea como sea, proliferan las autoridades en esas distintas especialidades.

R. Sí, pero el crítico no es un especialista. Es alguien que no pertenece a ningún grupúsculo, ni a tribu alguna, pero al que le interesa lo que hacen todas. Le gusta meter las narices aquí y allí. Es el otro. El interlocutor, el guía quizá, de todos aquellos a los que también les interesan múltiples cosas. Es verdad que hay propuestas muy distintas, pero también es verdad que todas tienen mucho en común. Hay cosas tan distintas que se parecen tanto que incluso te da la risa. Viendo una película de Dreyer con una cierta distancia puedes descubrir que hace lo mismo que Mondrian, aunque éste pintara cuadrados y colores y el otro narrara la vida de Juana de Arco.

P. ¿No es discutible que un crítico, con su mundo de referencias determinado, se pronuncie sobre la obra de artistas cuyas referencias son distintas?

R. También es posible que una persona de una generación no entienda a la de otra. Pero no siempre es así. Además, la actualidad no es lo más joven, es una cita en la que interviene gente muy diversa, desde un anciano de 90 años a un bebé de seis meses. Y en la actualidad del arte también intervienen muchos muertos. Esa actualidad puede ser muy diversa, pero cuanto más diversa es no tardan en aparecer elementos homogeneizadores. Es lo que ocurre con la aldea global. El tan cacareado multiculturalismo muestra al final que todos hacen el arte que se hace en Occidente. Seguro que hay jóvenes descerebrados que creen haber descubierto el mundo, pero hay otros que igual respetan la opinión de algún viejo canalla.

P. Es posible que alguien familiarizado en ver cuadros tarde más en comprender el arte electrónico, por ejemplo.

R. Acabo de estar en la Bienal de Venecia y lo que ha hecho Harald Szeemann es extraordinario. Allí hay mucho vídeo, pero yo no me había fijado. Me interesa lo que se hace con el vídeo, no me interesa el aparato, ni sus procedimientos. Cualquier artista utiliza cuanto tenga a mano para expresar lo que quiere expresar. Si alguien quiere comunicarse con su novia y no tiene más remedio que hacerlo por guiños a través de una ventana, lo hará. Pero seguro que si puede tocarla, la toca.

P. Escribe usted que el arte hoy es 'un arte concebido, ejecutado y dirigido para el consumo anónimo, para el mercado'. Lo efímero frente a la duración.

R. El problema de las magnitudes para relacionarnos con el pasado es que son muy ingenuas. No hay ningún arte imperecedero porque nosotros no lo somos. La pirámide de Keops va a durar muy poco. Su duración frente al espacio sideral cósmico es ridícula. Las pirámides son efímeras, muy efímeras. La historia que conocemos del hombre es minúscula, y sólo conocemos el catálogo de sus objetos de los últimos 5.000 años. Al margen de estas dimensiones, cuando hay consumo masivo de arte, como ahora, el mercado necesita que las obras duren menos. La destrucción y el reciclaje son marcas que definen nuestra civilización. Y el arte no escapa a su época. De hecho, últimamente parece imponerse una ideología, propiciada acaso por el propio mercado, que sostiene que los artistas que hacen obras materiales son reaccionarios. Sea como sea, hay algunas obras, como las de Serra, que son capaces de saturar cualquier superficie. ¿Qué se puede hacer con una espiral de acero de varias toneladas, como la vista en la última Bienal de Venecia y que dado su coste financió Gucci? Si la metes en el Guggenheim es que ya no tienes sitio para nada más.

P. ¿Qué sentido tiene entonces el museo, el coleccionismo?

R. Las obras que se hacen hoy son plegables. Antes no se hacían así porque no se tenía ni idea del problema que habría con el espacio. De todas formas, ya Duchamp llevaba su museo en un maletín. La idea es la de un museo de bolsillo, transportable. En ese mismo sentido, el nuevo Guggenheim que se construye ahora lo que propone es una gran plataforma. Y punto. Allí se colocan cosas que se renuevan enseguida. Y cambia la idea de colección. Salvo que puedan plegarse y clasificarse y guardarse en un chip en un almacén. Ya la sacarás cuando quieras desplegarla. De lo que se trata es de producir obras inmateriales, no acumular mobiliario. Proponer acciones puntuales. El mundo del arte se parece cada vez más al mundo del rock. Lo que interesa del concierto de Madonna es también todo el tinglado que ha montado alrededor. Cuando termine, de todo ello quedará, quién sabe, una cinta de vídeo.

P. Ya sea el arte o ya sea Madonna, de lo que se trata es de hacer negocio...

R. El tema de la democratización del arte es el que mayores problemas desencadena. El derecho de todo el mundo a consumir arte y la obligación de pagarlo. ¿Supone eso una banalización brutal? No soy apocalíptico en ese sentido. Pienso en una cosa que decía Auden: que el arte siempre son diamantes encontrados en el barro. Se multiplica la porquería, pero la porquería es connatural al arte. Siempre ha estado sometido a múltiples mediaciones sociales, y ha sobrevivido. Conocíamos los condicionantes tradicionales y los de ahora todavía no los tenemos claros, y eso nos deja perplejos. Pero no creo que un artista de hoy esté más condicionado de lo que pudo estarlo Miguel Ángel. Lo que ocurre es que son condicionantes distintos.

P. Una coacción es política.

R. Desde el mismo momento en que el arte es un bien rentable, a los políticos les interesa. De ahí la presión sobre los artistas.

P. ¿Y la moda?

R. Ése sí es un fenómeno nuevo, y radicalmente nuestro. Lo moderno es lo hecho al modo de hoy. Es decir, lo más actual, la moda. Moderno y moda es lo mismo. Y el arte moderno es un arte hecho en función del tiempo. Del cambio. Antes eso producía vértigo, pero en nuestros días todo el mundo está encantado de cambiar: de chaqueta, de programa, de gustos. El arte lo inventaron los griegos con una vocación intemporal, pero hoy no hay nada intemporal porque lo intemporal no circula. Y lo moderno exige que las cosas circulen, que nada permanezca. Es nuestra forma de crear. No tanto sobrevivir al tiempo, sino más bien celebrarlo.

P. ¿Por qué la idea de un nuevo libro sobre el arte contemporáneo?

R. Es un viejo proyecto sobre el que he vuelto atacado por una suerte de fiebre regeneracionista. Quería hacer algo didáctico, y subrayar cómo todos los grandes temas, preocupaciones y retos del arte actual se gestan entre 1750 y 1800 y que, desde entonces, no se producen más que variaciones sobre lo mismo.




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