El txistu en fiestas de Bilbao
Alexander Iribar
Publicado en Txistulari (1993), nº. 155, págs. 26-30


Quiero reflexionar en voz alta sobre la función del txistu en las fiestas de Bilbao. Creo que este número monográfico puede ser una buena ocasión para ello, máxime si consideramos la escasa o casi nula posibilidad de hacerlo directamente ante una asamblea de los txistularis de Bilbao, dada la línea de gestión de la actual Subdelegación de Bilbao de la Asociación de Txistularis.

Debo aclarar, en primer lugar, que escribo sin ningún apoyo documental y fiándome exclusivamente de mi memoria, por lo que es muy posible que algún dato no sea exacto; confío, no obstante, en no equivocarme en lo esencial.

Digámoslo de una vez: ES NECESARIA UNA REDEFINICION DE LA FUNCION DEL TXISTU EN LAS FIESTAS DE BILBAO. Las líneas siguientes tratan de justificar y explicar esta afirmación, así como de aportar algunas ideas sobre una posible alternativa para la actual situación.


El planteamiento inicial

Si retrocedemos a los inicios de esta última etapa de las fiestas populares (1978), nos encontramos con un grupo de txistularis en Bilbao que creen que el txistu debe ocupar un lugar propio, preeminente incluso, en la fiesta. Para conseguirlo se integran en la primera Comisión de Fiestas que configura el esquema festivo que, con algunas modificaciones menores, continúa hasta hoy. Debe mencionarse en este punto el importante papel que desempeñó en esta tarea el entonces Delegado de la Asociación, José Manuel Martínez, cuya aportación no ha sido, creo yo, lo suficientemente reconocida.

Así pues, en aquellas primeras fiestas democráticas, la Asociación de Txistularis (por medio de su representente, José Manuel) cumplió un doble papel en el programa de fiestas diseñado por la Comisión: de un lado, organizó un "Alarde" en el Día Grande; de otro, se encargó de que hubiera siempre un grupo de txistularis tocando desde la Diana que seguía al txupin hasta la hora de los fuegos artificiales, cubriendo especialmente las sokamuturras, los gigantes y la romería de Santiago. Se organizó por tanto un "calendario laboral" que se repartía a turnos entre los grupos de txistularis formados al efecto.

Fuera de lo acertado o no del modelo descrito, dos son las características que, a mi juicio, merecen resaltarse:

  1. El txistu formaba parte de la organización de las fiestas, desde dentro de su Comisión.
  2. El papel que desempeñaba el txistu era en buena medida el que los txistularis habían elegido para sí.

EL TXISTU EN ESTE ESQUEMA PARECIA CUMPLIR UNA DOBLE FUNCION: por una parte, ofrecía un concierto popular para degustar por un público más o menos atento (la música de txistu como objeto en sí mismo, por tanto); por otro, pretendía estar presente en el discurrir de la fiesta (con especial atención a los momentos ya mencionados), intentado conservar para el txistu el papel de elemento dinamizador básico del jolgorio.

La experiencia fue mostrando, sin embargo, que EL TXISTU NO CONSEGUIA CUMPLIR NI MUCHO MENOS CON LOS OBJETIVOS PROPUESTOS: en primer lugar, el "Alarde" (¿de qué alardearemos nosotros, señor mío?) nunca ha sido de calidad; más aún: muchos años no ha sido capaz de superar ni el listón de la dignidad. En segundo lugar, el txistu se vio incapaz casi desde el primer momento de asentarse en ese lugar preeminente en el desarrollo de la fiesta que los txistularis creían que tenía por derecho propio; las fanfarrias, las gaitas, los grupos en directo, los altavoces fueron y siguen siendo "enemigos" a los que el txistu no ha podido –ni querido, lo que es peor– plantar cara.

Por otra parte, ningún txistulari ha vuelvo jamás a formar parte de la Comisión de Fiestas desde que la dejó José Manuel, con lo que las dos características que destacaba antes, a mi juicio lo único indiscutiblemente bueno del esquema inicial, se perdían irremisiblemente.

Así pues, DURANTE MUCHOS AÑOS NO SE HA HECHO OTRA COSA QUE PERPETUAR UN MODO DE PARTICIPACION HEREDADO, SOBRE EL QUE APENAS TENIAMOS YA NINGUN CONTROL, Y SOBRE EL QUE NO HABIAMOS REFLEXIONADO NI UNA SOLA VEZ, NO OBSTANTE MOSTRARSE CADA VEZ MAS DEFICIENTE. (Como siempre cuando las cosas no han ido bien en Bilbao, ahí estaba Boni para poner con su mejor voluntad todos los parches que hicieran falta, dentro y fuera del Ayuntamiento.)


La situación actual

Desde mi experiencia directa como miembro de uno de los grupos de txistularis que recorren el Casco Viejo, el papel desempeñado por el txistu, al menos en el último par de años, es sencillamente intolerable.

Lo primero que debe destacarse es que LOS GRUPOS DE TXISTULARIS SE REÚNEN EL PRIMER DÍA DE FIESTAS SIN NINGÚN ENSAYO PREVIO, sin tan siquiera haber comentado nada sobre el repertorio o sobre cualquier otro aspecto de su tarea. Además, LA CALIDAD MEDIA DE LOS PARTICIPANTES ES, SIENDO GENEROSOS, FRANCAMENTE ESCASA.

NUESTRO REPERTORIO ES PAUPÉRRIMO: durante todas la fiestas no hacemos otra cosa que repetir las quince piezas de siempre (Elizondo, Santa Cecilia, Atiarno, etc.). Pero lo peor no es, desde luego, lo que tocamos, sino cómo lo tocamos: una barahúnda de tamboriles descompasados de donde apenas si consigue asomar una melodía mal tocada; un conjunto, en suma, confuso, aburrido, que no anima prácticamente a nadie, empezando por nosotros mismos, puesto que en buena medida no nos divertimos tocando en fiestas. Todo ello genera necesariamente un ambiente sin ilusión, enrarecido, sin apenas conciencia de grupo, en el que resulta muy difícil llevar a cabo la tarea de animación encomendada.

En lo concerniente al programa de actividades, el panorama se presta decididamente al humorismo: nos levantamos con las gallinas y tocamos una diana coincidiendo con el txupin (al menos en teoría, porque ya casi ningún día se despierta a tiempo la txupinera, con lo que nosotros comenzamos de hecho cuando buenamente nos parece); la hora de este primer pasacalles ha sido siempre las siete de la mañana, aunque este año, en un alarde de inteligencia, se ha retrasado a las ocho. En cualquier caso, tocamos una diana para el camión-cisterna que limpia a esas horas el Casco Viejo y para los pocos desgraciados que deben ir a trabajar, consiguiendo tan sólo despertar a algún vecino desesperado y hacer cambiar de postura a algún durmiente callejero, puesto que A NADIE INTERESA LO QUE TOCAMOS.

Desde el primer año de fiestas, los txistularis íbamos a amenizar las vaquillas de la plaza de toros. Tocábamos un buen rato hasta que la cosa empezaba y después seguíamos entre vaquilla y vaquilla; además lo hacíamos desde el palco y con megafonía, es decir, FORMÁBAMOS PARTE DE LA FIESTA. Desde hace ya algunos años, en cambio, como no nos dejaban entrar al palco, nos colocábamos entre el público, donde podíamos; cuando queríamos empezar a tocar ya estaba sonando la megafonía a todo volumen, el animador (el insufrible Franky) no dejaba de chillar ni un instante, y NADIE, EN RESUMEN, SE ENTERABA DE QUE ESTAMOS. Este año, finalmente, ni tan siquiera hemos aparecido, porque el Ayuntamiento ha creído más conveniente que nos sustituyeran los gaiteros. En su lugar, hemos dado unos pasacalles absolutamente disparatados y absurdos por barrios cercanos de la ciudad que no forman parte del recinto festivo, donde, lógicamente, NO PINTAMOS NADA DE NADA.

Más tarde, vamos con los gigantes y cabezudos. Ya no tenemos sitio con los gigantes, puesto que éstos son acompañados por gaiteros; nosotros vamos a remolque de los cabezudos, sin acabar de saber nunca dónde debemos estar ni lo que hacer, puesto que IMPORTAMOS UN PEPINO a unos y a otros.

Por la tarde, empezamos a tocar por las calles a la hora en que todavía no hay ambiente, y yo tengo la sensación de que nos movemos a hurtadillas por un Casco Viejo completamente vacío. Más tarde, cuando la cosa se empieza a animar, nosotros lo dejamos y vamos a tocar a la romería de Santiago: lo hacemos tan rematadamente mal que muchísima gente en la romería aprovecha el turno del txistu para irse a cenar. Efectivamente, NUESTRA PARTICIPACIÓN DE MEDIA HORA EN LA ROMERÍA ES FRANCAMENTE PENOSA: tocamos piezas desadecuadas (demasiadas biribilketas, números de la Dantzari Dantza, etc.), casi todos los bailes se tocan mal (con más o con menos partes de las debidas, a velocidad incorrecta, con un ritmo mal marcado, etc.), sólo los fandangos y los arin-arinak pueden salvarse, y tampoco con muy buena nota, porque se suelen tocar lentos, sosos y –cómo no– siempre los mismos; además, aunque todo esto se solucionara, no puede olvidarse que un grupo de 10 o de 15 txistularis es demasiado lento y torpe para el ritmo necesariamente ágil y vivo que requiere una romería.

Después de la romería –o lo que sea–, y justo en el momento de más animación, somos nosotros los que nos vamos a cenar y dejamos ya prácticamente de tocar por el día. Eso fue así el año pasado, cuando nos invitaban a cenar en el Batzoki de Tendería, donde, para el final de las fiestas, habíamos tocado veinte veces más que en cualquier otro sitio (los que quieran ver en el txistu y tamboril el correlato vasquito de la charanga y pandereta no tienen que esforzarse, con todas las facilidades que les damos). Este año, como no nos invitaban, tocábamos un poquito más y nos íbamos a casa.

Si atendemos ahora a la otra gran tarea del txistu en fiestas, o sea, el Alarde del Día Grande, el panorama tampoco es precisamente alentador: es un concierto que no supera una mínima dignidad, es un espectáculo caduco, con una concepción anquilosada, que nace ya muerto antes de sonar la primera nota. Y si antes de oír la primera nota ya está muerto, las siguientes lo rematan, lo rematan, lo rematan, hasta la vergüenza. En suma: creo que no es exagerado suponer que SEMEJANTE "ALARDE" ES EN REALIDAD CONTRAPRODUCENTE PARA EL TXISTU. (La prueba más palpable: la Plaza Nueva este año estaba vacía, tanto como no recuerdo haberla visto jamás en ningún otro acto similar; máxime si tenemos en cuenta que la mayoría de nuestro público estaba compuesto por familiares y amigos; máxime si pretendemos creer que nuestro Concierto, en el día grande, es uno de los platos fuertes de las fiestas.)

La larga descripción anterior nos está diciendo bien a las claras que el txistu ha perdido por completo los papeles en la Aste Nagusia bilbaina. Si aún hace falta otra prueba, puede recordarse que el txistu (salvo el "Alarde" de marras, cuyo resultado horrísono es decididamente antipropagandístico) ha desaparecido del programa de fiestas. Y vuelvo así a mi primera afirmación: es urgente una redefinición de la función del txistu en fiestas de Bilbao.


Mirando hacia adelante

¿Qué debe hacerse? En primer lugar, y como condición sine qua non, TENEMOS QUE RECONOCER LO LAMENTABLE DE LA ACTUAL SITUACION: sólo así podremos establecer entre todos un diagnóstico adecuado del problema, punto de partida indispensable para la búsqueda de cualquier solución. Pero esto, aunque parezca mentira, resulta precisamente lo más difícil, porque son muchos en Bilbao los que están convencidos de que no hay nada que mejorar en nuestra actuación. Como suele decirse, tienen ojos pero no ven, tienen oídos pero no oyen...

En segundo lugar, a mí me parece extraordinariamente importante que el txistu (léase la Delegación de Bilbao de la Asociación de Txistularis) vuelva a formar parte de la Comisión de Fiestas. Pero esta medida sólo será realmente válida si detrás de ese Delegado hay un acuerdo serio sobre qué es lo que queremos proponer como txistularis a dicha Comisión.

En tercer lugar, DEBEMOS TOCAR MEJOR. Hoy por hoy, hay que decirlo sin complejos, lo hacemos extraordinariamente mal, hasta el punto de que, en muchos casos, resulta francamente desagradable escucharnos. Sonamos poco, desafinado, descompasado, no tenemos repertorio, el ritmo es desastroso, no sabemos movernos... para colmo de males, la mayor parte del tiempo NO DISFRUTAMOS TOCANDO EL TXISTU. Todo eso debe indispensablemente corregirse.

En cuarto lugar, DEBEMOS REVISAR LA FUNCION QUE PRETENDEMOS PARA EL TXISTU, Y REVISAR CONSIGUIENTEMENTE NUESTRO PROGRAMA DE ACTUACIONES. Sin entrar a fondo en la cuestión, voy a exponer algunas ideas básicas sobre las dos tareas fundamentales que desarrolla el txistu en fiestas de Bilbao: el Concierto –dejemos el "alarde" para los culturistas– del Día Grande y la animación callejera cotidiana. Comienzo por lo primero:

El Concierto de txistu

El Concierto de Txistu debe imitar (nótese que hablo de imitación, no de copia) al de Donostia. ¿Por qué? Fundamentalmente, porque es un concierto musicalmente digno y realmente popular. Además, es su propia concepción la que lo hace deseable: en Donostia se pretende conseguir un "espectáculo total", con luces, danzas, escenografía, etc., algo que el espectador –y el término espectador no es aquí ocioso– pueda recibir como un show, al mismo nivel que cualquier otro de los muchos que puede ver en directo o a través de la televisión.

A favor de todo lo dicho sobre Donostia, y de más detalles que se podrían señalar aquí, no cabe más argumentación que la asistencia al propio concierto: sus diferencias con lo que perpetramos en Bilbao son de hacer enrojecer.

Lo que nosotros debemos entonces hacer es preguntarnos qué pasos debemos dar en Bilbao para iniciar esta línea de actuación. Yo creo que al menos los siguientes son imprescindibles:

La animación callejera

Esta cuestión es mucho más complicada que la anterior y admite más posibles soluciones. Yo creo que cualquier posible opción debe dar respuesta al menos a los siguientes puntos:

Si conjugamos ahora todas las consideraciones precedentes con las tareas que hemos venido desarrollando, tendremos una nueva visión de lo que puede ser la animación del txistu en fiestas:

  1. Un gran grupo de txistus, metales y percusión (caja, bombo y plato), que cubra, siempre en la calle, dos tipos de actuaciones: por un lado, las más tranquilas o "ceremoniosas" (una diana por el Casco Viejo a una hora razonable, tal vez un pasacalles a media tarde, por qué no una serie de mini-actuaciones más o menos fijas en lugares concretos); por otro, también deberá cubrir la actuación de gigantes y el papel de animación de siempre, al modo de una fanfarria.
    Lo ideal sería contar con dos de esos grandes grupos para que pudieran turnarse, pero no creo que hoy podamos aspirar más que a uno. Habría que cuidar mucho el equilibrio entre los txistus y el metal, sin aumentar por ello el grupo hasta hacerlo demasiado grande. Este grupo debería ensayar regularmente su repertorio durante todo el año, y estar abierto a otras posibles actuaciones fuera de las fiestas de Bilbao.
  2. Mientras sigamos formando parte de la romería (porque yo creo que la deberían asumir los txistularis de Euskal Dantzarien Biltzarra), sólo dos txistularis y un atabalero, pero expertos en la cuestión, son los adecuados para cumplir esa tarea satisfactoriamente. Como antes, dos tríos serían mejor que uno.
  3. Pequeños grupos (entre dos y cuatro txistus, tal vez un atabal) que se dediquen a tocar por lo bares más típicos un repertorio muy especial, que por cierto corremos el riesgo de perder como forma musical, de bilbainadas y canciones populares de todo tipo. Lo mejor sería que hubiera siempre dos o tres de esos grupos tocando a la vez, pero nos podemos contentar con dos o tres grupos en total, que se turnen en sus apariciones. Aquí el trabajo que hay que realizar previamente es muy grande, puesto que hablamos de un repertorio no fijado. Habría, por tanto, que trascribir todo ese material y practicar su peculiar manera de interpretación (cómo enlazar una pieza tras otra, cómo tocar el tamboril, etc.).

Resumiendo, en este tercer apartado he hablado de diagnosticar correctamente la situación, de participar en la Comisión de Fiestas, de la necesidad de tocar mejor, y he apuntado algunas ideas básicas para el Concierto del Día Grande y para la animación callejera cotidiana. No quisiera acabar sin enumerar algunos detalles menores pero no por ello carentes de importancia:

  1. No debemos confundir los txistularis de Bilbao con la Subdelegación de Bilbao de la Asociación de Txistularis, ni mucho menos con la Academia Municipal de Txistu.
  2. Aunque parezca entrar en conflicto con el punto anterior, ¿es necesaria la diferenciación entre Delegación de Bizkaia y Subdelegación de Bilbao de la Asociación de Txistularis? (Porque, en última instancia, ¿quién organiza todo: una subdelegación, una delegación, una banda municipal, una academia municipal, una persona concreta...?)
  3. Debemos dejar de usar el Batzoki como punto obligado de referencia.
  4. Debemos primar la calidad frente a la cantidad (menos músicos si es necesario pero mejores, menos actuaciones si es necesario pero mejores, etc.).
  5. En ningún momento he hablado de dinero: para mejorar nuestra actuación en un grado notable no necesitamos un duro más del Ayuntamiento. Eso sí: debemos desterrar la idea de que un objetivo importante de nuestra actuación es conseguir ganarnos unas pesetillas para nuestros bolsillos. También podemos ahorrarnos un buen dinero en la cena y las dietas del concierto.

Para poder repetir todo esto ante mis compañeros de Bilbao, para aclarar todo lo que ellos me pidan, para que sean ellos los que me digan si tengo o no algo de razón en lo que sostengo, yo solicité en su día ante quien correspondía una Asamblea de la Delegación de Bilbao de la Asociación de Txistularis, que se me negó. Vuelvo por tanto a solicitarlo pública y formalmente por medio de estas líneas. Creo que debemos ponernos urgentemente a trabajar en mejorar nuestro papel, porque, a pesar de todos los pesares, y aunque parezca que estemos empeñados en demostrar lo contrario, TODAVIA MERECE LA PENA TOCAR EL TXISTU EN FIESTAS DE BILBAO.


(Bilbao, 1 de septiembre de 1993)

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