El libro egipcio

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El sistema de escritura egipcio sólo fue empleado por el pueblo que lo creó y los límites de su expansión son los mismos que los de la expansión política de los faraones. La explicación de que fuera un sistema privativo de sus creadores, quizá este en el aislamiento en que se forjaron el pueblo y la cultura egipcios. Surgidos en las riberas del Nilo, los desiertos circundantes les mantuvieron aislados de los vecinos durante los siglos de formación, en los que asquirieron personalidad propia. Cuando llego el momento de la expansión imperial, la civilización había adquirido un fuerte sentido tradicional con escasas posibilidades de evolución.

Con el triunfo del cristianismo, que desarrolló un nuevo sistema de escritura, el copto, y el cierre o abandono de los antiguos templos, al final del Imperio Romano, no quedo ninguna persona que pudiera expresarse mediante el sistema de escritura egipcio o simplemente entenderlo. Y cuando una nueva religión, el Islam, se impuso en Egipto sobre el cristianismo, los restos de esta vieja civilización pagana no despertaron entre los sabios musulmanes el menor interés científico, aunque los grandes monumentos, como templos y pirámides, dieron pábulo a fantásticas leyendas. El paso del tiempo o la desaparición de los cada vez más débiles apoyos en qué basar su desciframiento volvieron más impenetrable aún el misterio de los textos grabados en los monumentos o escritos en papiros.

El rollo de papiro

El libro material creado por la cultura presidida por los faraones es el primero que utiliza la tinta y una materia ligera, el papiro, que puede ser considerado como el antecesor del papel, al que se parece en su aspecto exterior y en una serie de cualidades: color, flexibilidad, tersura y facilidad para recibir la tinta sin que ésta se corra.

En la Antigüedad la planta de la que se obtenía el papiro crecía con profusión en todo el país, tanto las tierras pantanosas del delta como en las aguas estancadas, a causa de las inundaciones del Nilo. Los egipcios lo usaron, dado su abundancia, además de como materia escritoria, para otros varios menesteres, desde su aprovechamiento como simple leña para el fuego, hasta la fabricación de cuerdas, velas de barco, ropas, calzado, etc.

Bastantes de los papiros encontrados conservan parte de su antigua flexibilidad y blancura. La humedad les hace frágiles les ennegrece y cuando se han humedecido y secado varias veces, se deshacen con facilidad al menor roce. El papiro más antiguo conocido corresponde a la primera dinastía.

La tinta roja se empleaba, en general, para todo aquello que se consideraba importante o destacable para la claridad del texto: marcar los títulos, los encabezamientos, el comienzo de un nuevo párrafo, determinados signos auxiliare, etc.

El papiro fue siempre un material caro. Por ello, cuando el texto primitivo del recto no tenía interés para el poseedor, o bien se borraba el escrito antiguo para escribir en la misma cara, o bien se utilizaba el verso, conservando el rollo íntegro generalmente para notas breves, cálculos, borradores y ejercicios escolares. Para estos últimos menesteres se usaron normalmente, además de los fragmentos de papiro, tabletas de madera recubiertas de una ligera capa de yeso y, de manera más amplia, como en otros pueblos de la antiguedad, "ostraca", nombre dado a los fragmentos de caliza y de recipientes de alfarería empleados como materia escritoria. La piel se empleó raramente como materia escritoria, pero su uso data de tiempos antiguos. Numerosos textos fueron grabados o pintados en estelas de piedra y en las paredes de los templos y de las tumbas con una abundancia tal que no ha tenido parangón hasta el Islam.

No debió existir comercio del libro en Egipto, salvo por lo que se refiere al "Libro de los muertos", que era fabricado en serie, quedando normalmente en blanco un lugar para poner el nombre del destinatario. La causa puede estar en el hecho de que los reyes, los señores poderosos y los templos tenían a su servicio escribas que podían copiar los textos que precisaran o desearan.

Los escribas

El escriba, el hombre que dominaba la lectura y la escritura, fue objeto, en Egipto y Mesopotamia, de una gran consideración social, después de los soberanos y sus familiares. Ciertamente les correspondía una posición clave en la sociedad. Gracias a los escribas fue posible el mantenimiento casi inmutable del estado egipcio. Ellos educaron al pueblo bajo y a las clases dirigentes para la consolidación y pervivencia de las estructuras sociales; administaron la riqueza del país y fomentaron haciendo posibles, con sus conocimientos técnicos, un mayor aprovechamiento de los recursos naturales y la creación de nuevas fuentes; fueron el instrumento de distribución de esta gran riqueza entre los habitantes y a ellos se debe el carácter alegre de los egipcios.

A las escuelas acudían preferentemente los hijos de los nobles y de los escribas, pero también estaban abiertas a los de las familias de sectores sociales más bajos. Primero aprendían la lectura y la escritura; luego matemáticas y geografía. Ejercitaban la memoria, la expresión oral y la escrita. Recibían una solida moral, que moldeaba su carácter y comportamiento, inculcándoles el contenido de la literatura sapiencial que abarcaba desde el aprendizaje de las buenas maneras hasta un conjunto de enseñanzas morales.

Aunque han sobrevivido muchos más textos cuneiformes, las muestras de la literatura mesopotámica resultan menos variadas y ricas que las egipcias. Los egipcios cultivaron una literatura funeral como consecuencia de su preocupación por la vida en el más allá.

El libro creado por los egipcios, supero tanto los aspectos formales como en el propio contenido, al mesopotámico, su coetaneo y probable predecesor. Pero ambos tuvieron importantes características comunes. Una de ellas es la brevedad. La única excepción es el "Libro de los muertos", pero no es una obra unitaria, sino un conjunto de composiciones distintas, algo similar de lo que sucede con la Biblia.

Otra es la anonimia. También les es común a los dos libros la falta de tratados científicos, aunque los escribas en ambos casos acopiaron una gran cantidad de datos procedentes de la experiencia alcanzada en medicina, arquitectura, matemáticas,...

Pero la aportación más patente de los egipcios a los griegos y al mundo clásico fue la forma material del libro: el uso del papiro en forma de rollo, el empleo de la tinta y la utilización de las ilustraciones como complemento aclaratorio del texto e incluso con fines ornamentales para conseguir un libro lujoso.

Del rollo al códice

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El formato del rollo de papiro fue útil a la humanidad durante tres largos milenios y durante uno a la cultura clásica. Permitía recoger textos de cierta extensión con la garantía de integridad de la obra, tenía buena apariencia, se podía escribir en él facilmente con tinta, borrar con agua lo escrito y embellecerlo con ilustraciones en color. Además no tenía mucho peso, y se podía transportar con facilidad. Es decir, poseía unas cualidades que le hacían superior a las tabletas de arcilla usadas por los mesopotámicos, así como los rollos de piel que usaron otros pueblos de la Antigüedad que, aunque conocían el papiro y les resultaba grato, no les era fácil su adquisición. Por ello fue vehículo de la expresión escrita de los egipcios, que lo inventaron, y de los escritores de Grecia y Roma, donde alcanzó tal prestigio que quedó identificado como el medio noble de expresión de la literatura superior.

Un gran inconveniente tenía el rollo para los que hoy trabajamos con libros, la dificultad de encontrar un pasaje concreto. Otros inconvenientes eran su fragilidad, al desgarrarse fácilmente, la necesidad de utilizar las dos manos durante la lectura, el riesgo de que se embrollara y la precisión de ser enrollado de nuevo al terminar la lectura o para iniciarla. Además su capacidad era limitada si se quería que fuera manejable.

Por ello, al final del Imperio Romano, de un nuevo formato de libro, el códice de pergamino, fue una medida tan útil a la humanidad que Turner considera que los inventores del códice deberían colocarse al lado de los grandes benefactores de la humanidad. El códice garantizaba una más larga duración porque estaba el protegido por la encuadernación , su almacenamiento era más fácil lo mismo que su transporte por ser plano y tener menos volumen, ofrecía una capacidad seis veces superior, resultaba más barato y manejable y en él se localizaba un pasaje con mayor rapidez.

Los cristianos, por otra parte, descubrieron sus ventajas cuando observaron su mayor capacidad, que permitió reunir series de escritos útiles para las comunidades, porque en las reuniones era fácil de localizar los textos que convenía leer a la audiencia.

Los libros durante la Alta Edad Media eran uno de los productos de la economía autosuficiente de los monasterios. No había apenas demanda fuera de ellos. Pero con las universidades aparecen numerosas personas que los necesitan para sus estudios y posteriormente para el ejercicio de su actividad profesional. El libro ya no es sólo un depósito de la inmutable sabiduría antigua, sino un instrumento para conocer las nuevas ideas.

El papel fue usado en mayor proporción que el pergamino cuando, a partir del siglo X, el establecimiento de fábricas lo permitió. El reconocimiento oficial del papel como materia escritoria figura en las Partidas de Alfonso X El Sabio.

A medida que avanza la Edad Media, junto al libro cuyo valor se encierra exclusivamente en el texto, crece el número de los que son apetecibles por su presentación; bondad en la materia escritoria, caligrafía cuidada e ilustraciones, que les convierte en pequeñas obras de arte. Se prestó mucha atención a los motivos decorativos y la ilustración se acercó más al texto. Hay Biblias de pequeño tamaño y reducido y Biblias monumentales. Se ilustran numerosas obras seculares de carácter histórico y narrativo. Pero el lujo característico de los manuscritos del final de la Edad Media se centra principalmente en los grandes y magníficos Libros de Horas hechos para los reyes y miembros de la alta nobleza. Estos libros contenían oraciones distribuidas por las horas en que debían ser leídas, gozaron de gran predicamento como muestras, al mismo tiempo, de la religiosidad, riqueza y buen gusto de sus dueños.

Por su importancia vamos a dedicar unas palabras a la encuadernación, que tiene un doble aspecto, el de su funcionalidad y el artístico. La encuadernación vino obligada por la forma de códice que recibió el libro. Servía no sólo para resguardar las hojas, fumción que realizaban las fundas y cajas, sino para mantenerlas unidas, sujetándolas mediante cosido lateral los distintos pliegos que formaban el libro. Dos parecen haber sido los tipos principales de encuadernación, de "caja" y de "carpeta". A estas encuadernaciones sencillas hechas durante la Alta Edad Media cristiana se les llama, "monásticas monacales". A partir del siglo XIII penetra la encuadernación romántica cuyos motivos ornamentales son más variados. Se amplía la gama de motivos religiosos y aparecen escenas de la vida real y motivos ornamentales.

Incunables

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La imprenta

Tras reseñar las etapas más destacables de la invención y evolución del libro daremos un salto cronológico para centrarnos según la mayoría de los autores en una auténtica revolución: la imprenta.

Por diversas razones en el siglo XV se produce una mayor demanda de libros, ésta fue atendida con el establecimiento de universidades. Solucionado este problema, volvió a agudizarse el problema de la mano de obra que permitiera la rápida reproducción de textos. Y la solución final fue, al parecer, encontrada, después de diversos tanteos, a mediados del siglo XV por Johann Gutemberg en la ciudad alemana de Maguncia, junto al Rin.

La importancia cultural de la imprenta fue algo que sirvió a posteriori y que los contemporáneos tardaron algunos años en descubrir, y así como de otros acontecimientos importantes para la humanidad.

La imprenta apareció, más que como un medio al servicio de la creación intelectual, como una vía de acceso al pensamiento escrito y como un instrumento para facilitar la actividad burocrática y ritual de la iglesia. Por ser su invención una aventura industrial, tenía que surgir en un lugar que contara con una fuerte artesanía y con hombres ingeniosos y ansiosos de hacer dinero.

Los holandeses han reivindicado desde el siglo XVII aunque sin pruebas convincentes la invención para su tierra.

Los historiadores de la imprenta empezaron a hablar en el siglo XVII de la época incunable refiriéndose a los primeros años de su existencia, es decir, cuando la imprenta, estaba en los tiempos de cuna. Después se dió el calificativo de incunables a los libros que aparecieron en aquel período. Generalizada la denominación se fijó trás algunas tentativas y dudas, el límite último del período, que se hízo coincidir con el final del siglo XV, fecha aceptada por todos.

Pronto se creó dentro de la historia de la imprenta la especialidad consagrada al estudio de los incunables, cuya principal tarea ha sido realizar su inventario y los problemas de adjudicación a un taller, de identificación de lugar y de datación. El estudio de incunables se ha limitado al exámen de sus elementos formales, por ello no se ha analizado en profundidad la influencia de la imprenta en la lectura.

Johann Gutenberg

No son muchos los datos sobre la vida de Gutemberg ni sobre su actividad, aunque se conservan documentos que se refieren a él y su trabajo. Nació en Maguncia, centro comercial de relativa importancia, en el seno de una familia de orfebres, profesión que también fue la suya. Su vida transcurrió entre su ciudad natal y Estrasburgo. Allí debió iniciar su actividad industrial. Tuvo que pedir un crédito a un capitalista, Johann Fust, con el que formó una sociedad. En el taller que crearon se terminó de imprimir en 1456, aunque se iniciara quizá un par de años antes, la llamada Biblia de Gutemberg, considerada el primer libro impreso. Pero en ella no consta ni la fecha, ni el lugar, ni el nombre del impresor.

Gutemberg nunca pretendió hacer un beneficio a la humanidad y no aspiró, por tanto, a la gloria del reconocimiento de sus contemporáneos.

Más de veinte años tuvo que emplear Gutemberg buscando la realización de su idea, tiempo no largo si tenemos en cuenta que eran muchos los problemas que tuvo que resolver. La recompensa al esfuerzo fue un proceso tan completo, que la técnica del componer e imprimir libros no varió sustancialmente hasta el siglo XIX.

Algunos orfebres destacados: en Estrasburgo Johan Mentelin, Johann Grueninger. El primer impresor que publicó libros ilustrados fue Albrecht Pfister. En Asburgo el primer impresor fue Guenter Zainer. En Nuremberg fue Johan Sensenschmidt. A Leipzig, tardó en llegar la imprenta y su producción incunable no fue de consideración. Su principal orfebre fue Konrad Kachelofen. Otro notable impresor fue el humanista Martin Landsberg.

La imprenta en Italia

Es natural que el primer país en disponer de talleres tipográficos, después de Alemania, fuera Italia, con una situación económica brillante, cabeza, por un lado de la vida religiosa y, por otro, del mundo intelectual. Estas circunstancias iban a influir en la producción incunable italiana, que fue la de mayor volumen y la de más amplia extensión geográfica. Destacó en la presentación material del libro al que aportaron belleza y novedad en tipos, gracia en las ilustraciones y un contenido, a parte del religioso, de carácter literario.

La ciudad donde la imprenta alcanzó el máximo desarrollo fue en Venecia. Lo que parece natural dada su fuerza política y cultural. A Florencia llegó tarde ya que los Medicis se desinteresaron por los libros impresos de pobre aspecto al lado de los venerables y fastuosos manuscritos que ennoblecían sus bibliotecas. En Bolonia asiento de la muy famosa universidad también se retrasó el establecimiento de la imprenta por la resistencia ofrecida por los copistas que constituían un poderoso gremio.

La imprenta en España

La imprenta en España llegó con cierto retraso por la situación periférica de la Península y por la falta de grandes universidades o rica vida urbana. Los primeros impresores fueron alemanes, lo que es natural porque el gremio internacional estaba constituído en su mayoría por ellos. El camino de introducción fue Italia, según muestran los tipos romanos empleados en los primeros impresos, hecho comprensible por las intensas relaciones con Italia. Hoy goza de general aceptación la idea de que la primera obra impresa en España fue una conservada en la Catedral de Segovia. Con todo hay sospechas de la existencia de talleres en Barcelona, Zaragoza y Valencia por los mismos tiempos en que Juan Parix imprimía en Segovia.

En total fueron veintiseis las ciudades españolas que dispusieron de imprenta en el siglo XV. Además de las citadas están ciudades como Palma de Mallorca, Murcia y otras sedes episcopales como Santiago, pequeños pueblos como Montalban y monasterios como Monserrat.

Es natural que al contemplar por primera vez un incunable parezca un manuscrito ya que su parecido es muy grande. Pero esto no debe sorprender ya que no se pretendió (con la imprenta) cambiar la forma del libro sino reproducirlo con mayor rapidez. Si el libro impreso fue adquiriendo poco a poco características diferentes se debió a imperativos surgidos, por un lado de las conveniencias de la fabricación y venta, y por otro, de las apetencias del público. Los cambios no afectaron a la forma del códice pero influyeron en la materia escritoria. El papel era fuerte, de mucho peso y con color grisáceo, parecido al pergamino solía llevar salvo los de peor calidad, una marca de agua, la filigrana. Había dos tamaños, forma "regalis" y forma "mediana". El tamaño del libro resultante al doblar la hoja era el denominado "folio". Si se hacían más dobleces resultaban los tamaños "cuarto", "octavo", "doceavo", etc. El tamaño folio era el más apropiado para grandes libros de estudio y consulta, mientras que los formatos más pequeños, se adaptaban muy bien a las obras de lectura religiosa o simplemente placentera.

La mancha en los primeros libros dejaba grandes márgenes y tenía un aspecto compacto, sin apenas blancos ni puntos y aparte. Generalmente aparecían dos columnas, pues con las líneas a página entera la lectura hubiera resultado muy dificultosa en el tamaño normal al principio, el de folio. Pronto empezaron a aparecer libros en formato menor, buscando una grata lectura y una mayor manejabilidad y se hízo rara la doble columna. Los cambios también alcanzaron a la letra. El tipo de ésta más generalizado en los manuscritos de mediados del siglo XV era el "gótico". Con deseo de mayor claridad posteriormente se puso en circulación la llamada letra humanística o romana, inspirada en la carolingia.

Para facilitar el trabajo de los encuadernadores se idearon a partir de 1470, las signaturas, consistentes en unos signos tipográficos como abreviaturas, asteriscos, parágrafos, etc. Con el propósito de asegurar la finalidad de las signaturas, se imprimía el registro, índice en el que constaban éstas o las primeras palabras de los pliegos o sólo las de la sola mitad de las hojas. A todo ello se añadía la clase de cada pliego, es decir, el número de hojas que tenía.

Otra ayuda complementaria para el plegado en la encuadernación eran los reclamos, nombre que se da a la palabra o sílaba colacada a la derecha, debajo de la última línea en el verso, y que era la misma que iniciaba el recto de la siguiente hoja. También con esta finalidad se empezó a utilizar, la foliación, al dar a cada hoja un número correlativo, colocado en la parte superior derecha del recto; más tarde el procedimiento se perfeccionó con la numeración de las dos caras y el empleo de la numeración arábiga. Los datos de identificación de los incunables figuran en el colofón, es decir, remate de la obra, en la Antigüedad clásica.

La portada, en la que figuran los datos de identificación que constaban en el colofón y que ha sido quizá la novedad más revolucionaria que trajo la imprenta a la concepción material del libro surgió con fines de pronta identificación. La primera portada apareció en el "Kalendarium", de Regiomantano. Fue un anticipo que no contó con imitadores imediatos.

El descubrimiento de la imprenta supuso el renacimiento del comercio del libro en Europa, desaparecido practicamente desde la caída del Imperio Romano. Desde el principio se reconoció que la imprenta había abaratado el libro notablemente. Por otra parte, la aceptación social y la difusión de la imprenta fue infinitamente más rápida que la de otros progresos del libro, como el alfabeto, el códice o el papel, que tardaron siglos en generalizarse. El desarrollo de la industria y el comercio fue un negocio dirigido a la obtención de beneficios a través de la satisfacción de las necesidades de lectura de la gente. La imprenta no nació como sabemos por afanes de un grupo religioso, ni por deseos de extender la cultura, sino que Gutenberg quiso sencillamente explotar una idea que podía proporcionarle dinero.

La oferta de libros se centraba en tema religioso. Dentro de este grupo estaban las Biblias comletas o en ediciones parciales. También los libros litúrgicos, misales,... Las obras eruditas clásicas, medievales y contemporáneas entre ellas grandes tratados teológicos y filosóficos que se estudiaban en las universidades. Naturalmente a medida que pasaba el tiempo, fue aumentando el número de obras originales, escritas para ser impresas, el porcentaje de las escritas en lenguas vernáculas también fue de mayor medida.