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29 noviembre
2000 - Nº 1671

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Una exposición revisa la forma en que la humanidad ha representado el tiempo

El CCCB reúne 300 obras de arte y ciencia que abarcan 10.000 años

CATALINA SERRA, Barcelona
No da tiempo de verla en una sola visita. En esto es muy coherente la exposición Arte y tiempo , que ayer se inauguró en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde esta compleja y apabullante reflexión sobre la manera en que la humanidad ha representado el tiempo servirá de telón de fondo al cambio de milenio. El montaje, que estará abierto hasta el 25 de febrero, reúne unas 300 obras en las que caben desde una clepsidra egipcia hasta un bodegón de Picasso pasando por la partitura muda de John Cage, un filme de Tati o un cómic de Gebé.


Autorretrato, de Alighiero Boetti, en la
exposición Arte y tiempo (C. Bautista).
Arte y tiempo fue la exposición con la que se reinauguró, en enero de este año, el Centro Georges Pompidou de París, si bien entonces se llamaba Le temps, vite y el montaje, que incluía aún más obras, era diferente. Desde el primer momento, sin embargo, estaba prevista su itinerancia y el CCCB colaboró ya en su día en todo el apartado audiovisual de la exposición. Su comisario, Daniel Sottif, explicaba ayer las diferentes líneas argumentales de la exhibición, planteada en un inicio como una reflexión sobre "la manera en que la velocidad ha deformado la sensación que los humanos tienen del tiempo". Es una primera idea que se amplió de forma considerable en un montaje que, por una parte, propone un viaje desde la Luna hasta el Sol -representado por sendas esculturas del italiano Luciano Fabro que abren y cierran la exposición y por la progresión en la iluminación de las salas- y, por otra, intenta reflejar las diferentes maneras de narrar el tiempo. Una, explica Sottif, es discontinua y parte de mecanismos científicos que dividen el tiempo en segundos, minutos, horas, meses, años, eras. Números y construcciones abstractas con las que la humanidad ha intentado organizar, de múltiples formas en ocasiones contradictorias, algo tan intangible como el tiempo. La otra manera es continua y se corresponde con el tiempo interior, la manera en que cada uno siente el paso del tiempo en función de sus circunstancias vitales.

A partir de estos dos ejes, la exposición se divide en 12 grandes apartados que funcionan, en ocasiones, como pequeñas exhibiciones independientes.

El conjunto se abre con una clepsidra egipcia, un reloj de agua que servía, en este caso, para contar las horas nocturnas, que está datada en el siglo III a. C. Más adelante, el visitante se encuentra con otra clepsidra, en esta ocasión, china y, según el comisario, menos precisa. Hay y ha habido muchas maneras de contar el tiempo. En la exposición pueden verse desde relojes de todo tipo y época hasta calendarios mayas -destacan una delicada placa de jade y una monumental estela de piedra- pasando por un calendario en hueso grabado de 10.000 años de antigüedad, astrolabios, un manuscrito de astronomía en hebreo o un calendario de diseño italiano, para citar sólo algunos elementos.

Pero si en el aspecto del tiempo contable la exposición puede ser de gran interés para el aficionado a la ciencia y la historia, en el aspecto del tiempo interior el montaje se apoya principalmente en obras artísticas, básicamente contemporáneas, que incorporan este elemento de angustia, nostalgia o memoria que suele acompañar a la sensación del paso del tiempo. Pese a que ambos aspectos, el científico y el artístico, se mezclan y contraponen a lo largo de toda la exposición, en algunos apartados lo que domina es el arte.

Es el caso, por ejemplo, del apartado dedicado a la identidad, al tiempo personal. Esta sala está presidida por un autorretrato escultórico del artista italiano Alighiero Boetti, de 1993, que incorpora un dispositivo hidráulico y eléctrico que hace que el flujo del agua -símbolo tradicional del paso del tiempo- le haga salir humo de la cabeza. Autorretratos de Boltanski, Gabriel Orozco, Andy Warhol -pequeñas polaroids en color y fotomatones-, Laurie Anderson o Esther Ferrer, entre otros, completan esta sala a la que sigue un apartado sobre las Vanitas, otro tema clásico con el que la pintura ha representado el tiempo, en el que junto a las naturalezas muertas de Cornelis Norbertus Gijsberchts pueden encontrarse versiones contemporáneas del tema de Cindy Sherman o Gerhard Richter junto a una espectacular contraposición de Bruce Nauman y Picasso.

La carrera contra el tiempo de los nuevos transportes o el tiempo del trabajo y el del ocio también está simbolizada por obras de artistas como Marcel Broodthaers, Massimo Vitali, Tati, Claude Closky o Andreas Gursky. Parada aparte merecen los apartados dedicados a la memoria -que incluye, por ejemplo, un cojín de ganchillo realizado con las cintas de casete de la obra completa de los Beatles, de Christian Marclay- y la irreversibilidad, cuya imposibilidad está representada, por ejemplo, con un irónico filme de Daniel Spoerri, Resurrección, en el que un filete ya digerido acaba convertido en una vaca.

Para no marear al visitante y robarle en exceso su tiempo, el montaje no incorpora las carteleras de cada obra sino que el visitante recibe a la entrada un librito con la explicación de todas ellas, identificables con un número.

Con banda sonora

Como si de una película se tratase, Arte y tiempo incorpora una banda sonora a cargo del compositor alemán Heiner Goebbels. Éste ha realizado varias instalaciones sonoras y también una banda general que, a modo de ráfagas, recorre las diferentes salas expositivas. La música, de hecho, es una de las grandes protagonistas de esta exposición organizada en colaboración con el IRCAM de París, centro dedicado a la experimentación musical que depende del Pompidou.

Entre las diferentes instalaciones sonoras que se presentan figuran Music for pure waves, bass drums and pendulums, de Alvin Lucier, realizada con tambores de Calanda golpeados por péndulos; 4'33'', partitura muda de John Cage; Réponses, de Pierre Boulez, en la que combina el sonido de solistas y su deformación informática, y Poema sinfónico para 100 metrónomos, de György Ligeti.

El sonido también está presente con campanas sonoras en las que suenan obras de Stockhausen o Thelonious Monk y con terminales informáticas interactivas para crear nuevos sonidos.



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