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2000 - Nº 1703

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'Ser o no ser' en el siglo XXI

La tragedia de Hamlet muestra su vigencia con múltiples representaciones y una nueva película

ISABEL FERRER, Londres
Representada en innumerables ocasiones desde el siglo XVII y con unas cincuenta versiones cinematográficas de suerte diversa estrenadas este siglo, la tragedia de Hamlet -el espíritu más necesitado de socorro del teatro- acaba de demostrar de nuevo su vigencia. En lo que ya se puede llamar año Hamlet, el último intento de acercarse al príncipe danés que se destruye a sí mismo comido por la duda lo firma el director estadounidense de cine Michael Almereyda, en un ejercicio de estilo calificado como mejor película del año por el periódico The New York Times, pero recibido con tibieza en el Reino Unido, donde este año se han visto otros tres hamlets diferentes en los escenarios.


Ethan Hawke, como Hamlet,
en la película de M. Almereyda.
A la muerte de sir John Gielgud, ocurrida en mayo pasado, el gran actor británico era recordado por los críticos como el primero que consiguió llevar las obras de Shakespeare al teatro comercial sin desvirtuar por ello el espíritu, ni tampoco el verso, del dramaturgo universal. Desde que el artista fallecido hiciera suya la soledad de Hamlet en los años treinta, otros colegas y directores han abordado el personaje que vuelve a su patria danesa, descubre un crimen y desencadena luego la tragedia que será su perdición. En la escena londinense, en el Teatro Nacional y el teatro El Globo, en el que el propio dramaturgo estrenó algunas de sus obras más emblemáticas, se han visto dos nuevas versiones que presentan a un príncipe inteligente pero perdido. En París, el director Peter Brook ha creado también su propia versión, esta vez tendiendo a una meditación sobre la obra, que demuestra estar, al comienzo del nuevo siglo, más vigente que nunca.

En cine, Hamlet, la nueva película del estadounidense Michael Almereyda, recién estrenada en el Reino Unido, es la cuarta oportunidad para el espectador británico esta temporada para explorar al príncipe en lo que ya puede calificarse de "año de Hamlet". La melancolía del joven es tratada hoy más como una sangrienta historia familiar donde, el más puro de sus miembros, en plena crisis de identidad, es forzado a matar e inmolarse sin haber podido tomar sus propias decisiones.

"¿Por qué Hamlet, de nuevo?" se preguntó el director al comienzo del rodaje. La respuesta pudo darla apenas concluido: "La obra me perseguía en Nueva York con producciones escolares y de aficionados por toda la ciudad. En Londres, los teatros estaban llenos de ecos del danés. Y concluí que el hijo abandonado de Shakespeare seguía vivo en nuestra contradictoria sociedad actual. Hamlet acaba bañado en sangre en una de esas reacciones en cadena que vemos a veces en los dramas familiares reales". En la película de Almereyda, el actor Ethan Hawke encarna a un Hamlet asediado por la obligación de vengar el asesinato de su padre -que en vez de rey danés es el presidente de una empresa de comunicación en el Manhattan actual denominada Dinamarca Corporation- y perdido en el dilema moral creado por la satisfacción de dicho agravio. Para deleite de Almereyda, actores como Sam Shepard, Bill Murray, Diane Venora y Kyle MacLachlan aceptaron aparecer en la cinta por unos sueldos mínimos.

No es de extrañar que la pasión mostrada por Elvis Mitchell, crítico de cine del New York Times, al calificar el Hamlet de Almereyda de mejor película del año haya obtenido escaso eco en la patria del escritor de Stratford-upon-Avon. A fin de cuentas, los británicos llevan varios siglos oyendo sus versos y están acostumbrados a las adaptaciones más curiosas. Una de ellas, el pasado verano en el Festival de Edimburgo, contó con la particularidad de que el personaje del príncipe era interpretado por una mujer, la actriz Angela Winkler, en el papel principal. Lo que sí ha logrado el director estadounidense es reavivar las discusiones acerca del personaje en el que Susanna Clapp, experta teatral del rotativo The Observer, ha cifrado la ansiedad del turbulento año 2000. Según Clapp, la avalancha de hamlets de este año se debe a su condición de paradigma de las contradicciones del milenio que acaba.

Sin necesidad de apartarse tanto del escenario original como Almereyda, Laurence Olivier, con el pelo teñido de platino, arrastró a la perdición a su Ofelia, la actriz Jane Simmons, en unos decorados en blanco y negro llenos de brumas de estudio. Era el año 1948, y el primer actor que fuera nombrado lord por la soberana inglesa asombró al público de Estados Unidos. No era un pionero, porque el actor Jonston Forbes-Robertson ya había interpretado a Hamlet en 1913 en el cine mudo, una de las once adaptaciones de la obra filmadas sin voz por diversos directores en Dinamarca, Francia, Alemania e Italia. Pero cuando Olivier pronunció en su primoroso inglés el "ser o no ser, esa es la cuestión", el verso y el resto del monólogo no sonaron fuera de lugar en una sala de cine. Era cine de calidad, a medio camino entre el cuento de hadas y los estudios psicológicos tan en boga en los años cuarenta, y el actor se fue a casa con dos oscar bajo el brazo.

Otras adaptaciones de Hamlet a la pantalla son menos conocidas. En 1964, el cineasta ruso Grigori Kozintsev dirigió una auténtica epopeya de 8.000 millones de pesetas al cambio actual y construyó una réplica del castillo de Elsinore en las costas de Estonia. Una década después, su colega español Celestino Coronado hizo todo lo contrario. Filmó un Hamlet de 65 minutos en el Royal College of Art por algo más de un millón de pesetas.

Pero tal vez tres de las películas más recordadas, junto con la de Olivier, deban su lugar en el cine a motivos ajenos a Shakespeare mismo. La primera es Ser o no ser, la aguda farsa en clave de comedia negra firmada en 1942 por Ernest Lubitsch. Trasladada la acción a Varsovia en plena ocupación nazi, el actor Jack Benny interpreta a José Tura, estrella de la escena polaca cuyo Hamlet vanidoso irrita de tal modo al invasor con su verbo pomposo que fuerza a un oficial de la temida Gestapo a decir en un inglés pésimo: "Estamos haciendo con Polonia lo que Tura ha hecho con Shakespeare".

La otra versión es del italiano Franco Zefirelli. En 1990, y cuando nadie daba un duro en el cine serio por el joven actor australiano Mel Gibson, famoso por sus papeles en la serie de Mad Max, al ex policía más duro de la crisis energética planetaria, el director le cortó y tiñó el pelo y le puso al frente de un reparto internacional. Para sorpresa de los puristas, Gibson salió bien parado. Las críticas fueron para un guión de poco peso donde el verso había desaparecido casi por completo. La tercera obra es de Akira Kurosawa, que sacó en 1960 Hamlet de su contexto histórico para hacer una obra contemporánea en The bad sleep well. Algo parecido a lo de Almereyda, pero con la autoridad de un director legendario que adaptaría luego Macbeth y El rey Lear.

El príncipe de la duda

Considerada hoy la obra más famosa del teatro en lengua inglesa, diversas versiones de la tragedia de Hamlet aparecieron ya en otras literaturas europeas antes de que Shakespeare abordara a su príncipe de la duda. Según los estudiosos del dramaturgo británico, el precedente más claro de la historia es una pieza titulada Historias trágicas, publicada en París en 1570 y firmada por François de Belleforest. Ambientada en la era precristiana, narra el asesinato del noble Horvendile, padre de Hamlet, a manos de su hermano Fengon. Casado el fratricida con la esposa del difunto, la reina Geruth, el joven Hamlet trata al principio de escapar a su destino, la venganza, haciéndose pasar por loco. Tras muchas peleas, conjuras, muertes y una huida a Inglaterra, el joven huérfano corta la cabeza de su tío, pero es traicionado y abatido también trágicamente al final de la obra. El Hamlet de Shakespeare, por su parte, no fue escrito de un tirón. La pieza fue cobrando forma entre 1598 y 1600 a medida que los actores de las dos principales compañías de la época, Lord Chamberlain y Admiral, interpretaban textos alusivos a las penurias del rubio príncipe danés. En 1603, el dramaturgo británico publicó su primera versión, titulada La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca, tal y como ha sido representada en varias ocasiones por los servidores de su alteza en la ciudad de Londres, así como en las universidades de Oxford y Cambridge y en otros lugares.

El rey en cuestión era el estuardo Jaime I, y esta entrega apareció en forma de libro en cuarto (hojas de tamaño holandesa). El segundo cuarto llegaría un año después con el texto más completo conocido de la obra. En 1623, una reimpresión, esta vez un libro en folio, ofrecía una pieza algo más corta pero mejor puntuada. Como el propio Shakespeare dependía de la bondad de las transcripciones, los expertos suponen que se trata de una copia del manuscrito que utilizaban los artistas en escena. Dadas las diferencias entre unos textos y otros, los directores de teatro suelen escoger hoy en día los pasajes del segundo cuarto y el folio que más les convienen para representar la tragedia.



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