Num. 1381
Sábado, 16/09/2000


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La raíz del problema
JOSEBA ARREGI

En el contexto de la información dedicada al asesinato de Manuel Indiano, concejal del PP en Zumarraga, una emisora de televisión llevó a la pantalla una conversación que tuvo lugar entre una mujer y un joven a continuación del pleno que se celebró en el ayuntamiento. La mujer le pedía al joven, que era por lo menos simpatizante de HB, que condenaran la violencia porque «esto no puede seguir así». La respuesta del joven consistió en afirmar que era preciso ver «toda la realidad», y no las tergiversaciones que se presentaban.

Ha habido mucha gente que, llevada a la exasperación por los crímenes de ETA, ha recurrido a la utilización de vocablos que pretenden expresar la abyección humana para caracterizar a las personas que utilizan la violencia y ejercen el terrorismo. Se les caracteriza como bestias, como inhumanos, como criminales ensañados.

Pero el problema no radica ahí. Todo lo contrario. El problema radica en ‘la realidad’ a la que se refiere el joven de la información televisiva. El problema del terrorismo no radica en las características subjetivas de quienes lo ejercitan. El problema del terrorismo no se define por la manera de ser del terrorista. Buscar la pista para la comprensión del terrorismo por esa vía es equivocarse rotundamente.

El problema radica en la comprensión de ‘la realidad’. El terrorismo y su entorno viven en una realidad que es distinta a la realidad de la sociedad en su conjunto. Por eso la combaten en sus formas institucionales. Por eso buscan una definición distinta de la sociedad. Por eso tratan de imponer al conjunto de la sociedad su definición de la realidad.

Una vez instalados en esa realidad, lo demás, lo necesario para ejecutar una acción terrorista, viene de por sí. El paso importante, el paso decisivo está antes: está en entrar en una determinada definición de realidad.

En estos días de inicio de unos juegos olímpicos he podido escuchar en una emisora de televisión europea que el tema de la ceremonia inaugural, que ya se ha celebrado, ha sido mantenido en un secreto total. Pero una periodista australiana que comentaba para dicha televisón europea decía que en la ceremonia inaugural no se intentaba reflejar la realidad de Australia, sino el mito de Australia, que para los australianos era muy importante.

Parece que los australianos saben distinguir perfectamente el mito de la realidad. Y no renuncian al mito, al que consideran muy importante. Pero saben que no es la realidad. Y esa diferencia es la que no aceptan los terroristas y quienes les secundan: confunden realidad y mito. Es más: consideran realidad al mito. Y una vez que entran en ese campo de concesión de valor de realidad al mito, todo, incluso el asesinato, se vuelve posible sin que sea necesario que existan caracteres personales de inhumanidad.

Esa elevación del mito a la categoría de realidad es la que hace posible responder a la cuestión que tanto ha preocupado a los pensadores ante la cuestión del terrorismo. ¿Es que los terroristas no tienen conciencia? Y la respuesta es que sí, que tienen conciencia. El problema no radica ahí: el problema es que el terrorista se cree, él mismo, la conciencia.

José Ramón Recalde, compañero en tareas de Gobierno y amigo, ha intentado toda su vida conquistar libertad en derecho para él y para todos los ciudadanos, combatiendo el mito y definiendo la realidad. Una realidad de discrepancias, de discusiones, de debates, de opciones, pero siempre argumentadas, sin la escapatoria de la fundamentación mítica.

Y aunque algunos hayamos pensado que en sus planteamientos quizá no quedaba espacio suficiente para la relación sentimental con el mito, sin que ello supusiera negación de realidad, la verdad es que si algo necesitamos hoy es esa capacidad y esa voluntad de no dejarnos tomar como prisioneros por una definición mítica de la realidad que termina siendo un aval para cualquier acción terrorista.

La sensación que embarga a la mayoría de ciudadanos vascos hoy es la de una rabia impotente. Y sin embargo podemos luchar contra esa rabia y contra esa impotencia. Y podemos luchar porque tenemos en nuestras manos el instrumento fundamental de la lucha contra el terrorismo: la definición de la realidad social, la definición de las instituciones en las que se cristaliza esa definición de realidad. La capacidad de distinguir entre mito y realidad, aunque algunos pensemos que algún sitio debe tener el mito en nuestras vidas. Pero sabedores siempre, como ha intentado enseñarnos una y otra vez Recalde, que el mito nunca debe ser sustituto de la realidad, porque entonces abrimos las puertas al precipicio y a lo incontrolable. Esa es la tarea de todos los ciudadanos, de todos los demócratas y de todos los partidos democráticos.

Hace ya mucho tiempo que debiera estar claro: cada uno, cada ciudadano vasco debe saber cuál es su sitio. Cada uno de nosotros debe saber si está en la realidad definida conflictivamente entre la mayoría, o si su sitio está en el mito que se vende como realidad homogénea y unitaria.

José Ramón Recalde vive. Pero hace tiempo que lo habían asesinado algunos en la definición mítica de la realidad en la que viven. Y ahí radica el problema de verdad.



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