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15 febrero
1997 - Nº 288

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Arco se aproxima a los enigmas del arte digital

JOSÉ F. BEAUMONT , Madrid
Muchos hablan del arte electrónico en la era digital y de las posibilidades que ofrece para las nuevas formas creativas la red Internet. Muy pocos, sin embargo, se atreven a especificar sus caractertísticas. Gerfried Stocker, director del Festival Ars Electrónica Center de Linz (Austria), sostiene que el arte electrónico se define por la interactividad y por la progresiva transformación y la dilución de la identidad del autor. El artista pierde el control sobre su propia obra. Éstas son las características hasta ahora más asentadas de «las nuevas formas de arte basadas en la tecnología digital», que está tan de moda.


Aspecto de una de las instalaciones
electrónicas de Arco. (B. Pérez)
La feria Arco 97 acoge por vez primera en su programa oficial la sección Arte Electrónico, como respuesta a la rápida evolución que están experimentando los nuevos medios, asegura María Pallier, coordinadora de esta sección. De entre los tres apartados -arte sonoro, videoarte y arte cibernético- en que se sustenta la nueva sección, el último grito es el arte en la red. «Aunque el año pasado tuvimos conexiones a través de Internet con el mercado del arte convencional, es en esta edición cuando experimentamos con la creación colectiva en la red», afirma Pallier.

Entre más de 50 direcciones de páginas de Internet con las que se juega en Arco se encuentran algunas de creación directa e interactiva. Ars Electrónica, Ars Futura, Ciberart, Emaf, Imagina, Siggraf... son algunos de los centros o festivales más conocidos y pioneros en el arte electrónico en sus diversas formas que tienen una web (sitio o dirección en la World Wide Web o telaraña mundial de Internet). También pueden establecerse conexiones con artistas de muy diverso signo que han descubierto una forma de comunicación en la red. Es el territorio del arte cibernético o ciberarte, la reserva donde campan por sus fueros los netartistas del ciberespacio (entendido como el universo virtual que existe al otro lado de la pantalla del ordenador).

Internet se perfila como un elemento creativo en el ciclo de la nueva estética. Aunque no todos lo tienen claro. «Cuando nos referimos a la era digital, nos estamos situando en un mundo muy complejo, donde la música ya no es música ni las imágenes son imágenes; ya no hay fronteras para la creación que se constituye en un proceso permanente de comunicación», señala Stocker, que a sus 33 años dirige uno de los centros de arte electrónico más importantes del mundo.

Existen otras perspectivas no tan positivas. José Iges, ingeniero industrial y músico, especialista en arte electroacústico -materia sobre la que está escribiendo su tesis doctoral- y compositor instrumentista, se muestra muy escéptico sobre el arte en Internet. La red no puede considerarse todavía como un medio para el arte, porque, «siguiendo la apreciación de Patrice Flichy, un medio se define como tal si tiene un lenguaje propio y una financiación propia», y esto no sucede todavía con Internet.

El hecho es que, en 1996, artistas como Zush, Beriou o Miquel Jorda han recurrido a los ordenadores para crear obras de inquietante belleza, en las que el espectador es una persona que puede interactuar. Derrick de Kherckhove, director del Programa McLuhan de Cultura y Tecnología de Canadá y experto que participa en las conferencias sobre arte electrónico en Arco, asegura que «la verdadera naturaleza de Internet es actuar de foro para la imaginación y memoria colectivas que practican diferentes grupos en tiempo real». Esto significa, entre otras cosas, que en la red no se puede hablar de obras acabadas y sí de procesos artísticos. Lo inalterable no tiene sentido en la red. Esta filosofía la recogen en algunas de sus obras David Blair, con su MaxWeb, o el español Antoni Muntadas, en File Room.

Montxo Algora y José Antonio Mayo, creativos y especialistas en arte electrónico, entienden «que nos movemos en un campo poco definido, seguramente contradictorio y ciertamente desigual». ¿Se impone también un nuevo lenguaje? «Naturalmente», dice Stocker. «Estamos al principio de una nueva estética, ante la creación, en definitiva, de nuevas formas de cultura, y esto es un reto para los artistas. En la era digital, el creador tiene que ser redefinido».

El Guggenheim virtual

El Guggenheim Bilbao, la espectacular obra arquitectónica en construcción del norteamericano Frank O. Gehry, que se abrirá este año, tiene un stand en Arco en el que se avanza, por medio de vídeos explicativos, maquetas y fotografías, el aspecto qeu tendrá uno de los museos más singulares del mundo.

De la cultura del altavoz al CD ROM

J. F. B. , Madrid
El arte electrónico, en sus tres facetas (arte sonoro, videoarte y arte cibernético), se presenta en Arco bajo muy diversas obras y tendencias. Encontramos, por ejemplo, postales sonoras en Horizontal radio (ORF, 1996) y Rivers & bridges ( 1996), selecciones ambas de las últimas producciones de autores españoles y extranjeros. Cultura del altavoz y cultura del micrófono, pasada por la tecnología digital, como lo entienden Leopoldo Amigo, Pablo Cetta, Juan Carlos Pampin, Eduardo Polonio, Francesco Boschetto, José Manuel Berenguer o Gerald Bennet, entre otros, que presentan sus obras sonoras de corte vanguardista, creaciones y residuos acústicos convenientemente manipulados.

Otro paso es el videoarte. El programa es para neófitos y para entendidos. El videoarte se inspira, utilizando la imagen en movimiento como soporte, en otras disciplinas artísticas (artes plásticas, arte minimal, performance, música, teatro) y acaba creando subgéneros, como la videoescultura, la videoinstalación o la videodanza. Antonio Perumanes presenta en Mortaja (1995), de 10 minutos, el amortajamiento de un cadáver, al que acompaña la voz de la fallecida, que comenta sucesos de su vida. El horror que se siente ante la desnudez del cuerpo muerto produce otro tipo de conmoción al escuchar la frescura y desparpajo de los comentarios de la finada. Autores como Marcello Mercado, Joan Pueyo, Beriou, McCarthy / Kelley, Jana Leo, Christian Boustani o George Snow nos adentran también en las posibilidades artísticas del vídeo.

Infografía

Últimamente, los ordenadores han propiciado el arte cibernético entendido como infografía, el arte en la red y el CD ROM. Este último instrumento sirve para algo más que para almacenar miles y miles de millones de datos. Algunos artistas han decidido utilizarlo como un calidoscopio (Headcandy, de Brian Eno), una vía para redefinir el cuerpo (Cyberflesh, de Linda Dement) o un estado mental (Psicomanual digital, de Zush). Este artista catalán usa el CD ROM para revelar un universo individual y enigmático, un mundo absurdo, sensual y mágico. En otro plano, Laurie Anderson y Hsing-Chien Huang invitan al espectador a pasear por espacios misteriosamente decorados en perfecta armonía con el estilo musical de Anderson. Completan la serie de arte cibernético obras de Andy Cameron, ediciones de Art Futura (95 y 96) o Miquel Jorda, entre otros.

Para que nada falte en esta ceremonia de exposiciones (audiciones y visionados) de nuevas formas de arte, los especialistas más de moda debaten sobre temas como La biología del arte y la tecnología (Derrick de Kerckhove), Desmaterialización del arte y de la arquitectura (Jeffrey Shaw), Exponer el arte electrónico ( Georges Rey) o La tecnología electrónica y los límites del arte ( Fernado Castro, Eduardo Polonio, Gerfried Stocker y Claudia Giannetti).

El arte del tacto: «¿Has comprado algo?»

JOSÉ-MIGUEL ULLÁN

Enterrada que fue la cenicienta sardina, procedió a inaugurarse Arco con lo mismo de siempre y algo nuevo, que es lo que nos falta por ver. De lo que cabe concluir, para empezar con buen pie, que no puede ser hija del azar, en un país tan previsor como el nuestro, la infeliz coincidencia de verse echando un pulso la pérdida visible de la carne y la ganancia invisible del espíritu. Si con eso concluimos, en pleno festival de Luis Gordillo, ya tendremos mucho más fácil elegir después, en fantasía o en propiedad, entre la montaña canaria de Mahoma (predestinada a ser paraíso) y el retratón de Juana de Aizpuru, tamaño natural (predestinado a parecerse cada vez más). Pues, por el simple hecho de entrar allí y de irte codeando lo mismo con Alberto Cortina que con Paco Lobatón, vas a tener derecho a ser interrogado por los buenos amigos: «¿Has comprado algo?». Dado que no es mía, entiéndase muy bien dicha frase. No es una pregunta retórica. Tampoco esconde una broma. Entre allegados, jamás induce a error. Se trata de preguntarte por la adquisición virtual de esa pieza salvada del diluvio de neón, abriéndose camino con puros comentarios metafísicos: «¡Pues fíjate que a Albers yo no le acabo de coger el punto!». En consecuencia táctica, se está obligado siempre a responder. Yo he transgredido el código este año, lo confieso, saltando de la posesión virtual a la compra de una obra palpable.

Me la ha vendido un artista paraguayo, Benjamín Velasco, que por allí andaba sentado, en un rincón cualquiera del recinto ferial, apenas protegido por esta diminuta pancarta: «Lo que te toque». Y me tocó una foto silueteada, en color, de Anthony Quinn en el papel de Atila. El artista arrinconado firmó la efigie por detrás: «Recibida de manos de Benjamín Velasco». A fe que en ese instante me sentí copartícipe del acto de honradez de un artista que hizo hincapié en la entrega, con natural descaro, en mengua irrefrenable de su autoría. ¿Cerraba un ciclo o se exponía a abrir bocas? En cualquier caso, a mí me había tocado lo que me había tocado. Ante lo cual, como residuo palabrero del didactismo ayer en boga («estos dorados, en tu comedor, quedarían preciosos»), el artista paraguayo deslizó: «Véalo como un pionero de todo esto». Y así he empezado a verlo, dócil como banderas de colores al viento. Mientras tanto, seguro que a algún presentador de televisión se le ocurre sacar de su mollera a un mono pintarrajeando («el arte, ¡qué cosa tan abstracta!») para que luego digan los telespectadores, sin pensar en Kounellis, «cágate, lorito», y nada menos que en pleno primer viernes de cuaresma.

En la obra adquirida luce Atila Quinn moño descarado, flequillos varios, pendiente putón, mostachos parentéticos, mirada bobaliconamente entreabierta (a punto de decirse para sus adentros: «Yo también puedo ser malo»); en fin, en fin, en fin, pestañas genuinamente auténticas, con una pinta loca de postizas, y, eso sí, aunque también, un raro poderío en las cejas: trazos de Tàpies, juraría un filósofo que yo me sé promesa; rasgos resolutivos y ascendentes, de donde brotar pudo, en cascada, aquel dicho tan nuestro de «entre ceja y ceja». O sea, que, de tanto no tenerlo, se le acaba viendo el plumero.

Tal vez a Anthony Quinn, disfrazado de Atila, le tocase tener que demostrar en su día un cúmulo excesivo de cosas, entre las que, por suerte, no se hallaba ese ovillo de si sería regular o pésimo actor. De hecho, inauguraba una larga etapa en la que lo distinto iba a ser confundido aviesamente con lo exótico, ese conglomerado portentoso de cachivaches absurdos, visibles o invisibles, según las modas. Tuvo, pues, que demostrar que podía ser hombre o demonio, que era mucha la competencia de galanes dispuestos a recibir la salivilla rosa de Doris Day: «¡Qué demonio de hombre!» Ahora, un probo artista paraguayo, Benjamín Velasco, ha aprovechado Arco 97 para asignarle un origen a tanta mueca demostrativa. Cómprale tú, lector, lo que te toque.

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